¿No es ridículo pensar en coger a la felicidad como quien coge un libro?
Comenzaré con la cuestión en fórmula de pregunta, la cual dice así: ¿existirá la palabra o solo el concepto de palabra? Querido lector, esta es una de las grandes incertidumbres de la filosofía, pero sobre todo de actual interés. Debido a una falta externa de la importancia a la palabra y por ende de lo que de ella surge, que son estos conceptos.
Para que usted lo vea más claro, me gustaría poner el ejemplo de un cigarrillo. Sus componentes los podría clasificar de tres maneras; la cosa, que es el cigarrillo en sí, y la palabra, que es «ci-ga-rri-llo». Quiero que por un momento se pare a observar cómo no podría separar nunca la cosa de la palabra. Esto es sencillo, ya que a las cosas se les ponen nombres para identificarlas y es aquí donde se encuentra el tercer componente.
Esta identificación de cosas con nombres es necesaria de cualquier sociedad que posea humanos y ellos quieran llegar a poder convivir. Sucede que cuando se limita el objeto con la palabra, este objeto se ve atrapado por ella. Como si el «cigarrillo» por denominarlo así no pudiera convertirse en una cosa llamada «mesa». Y el lector dirá: «pues claro que no, es lo que es». Aquí, entra el concepto. Que es la relación que se establece mediante el objeto, su nombre y el ser humano, dependiendo siempre del contexto. Vuelvo a utilizar el cigarrillo como ejemplo práctico; Raquel después de mantener un apasionado encuentro con su amante, ve como él se lleva un cigarrillo a los labios. Acercándose lentamente a sus labios prueba aquel humo, saboreándolo y oliéndolo le invade el más grande de los placeres.
Una vez llegados a este punto, le digo que el objeto «cigarrillo» pasa a ser concepto «cigarrillo», debido a la relación humana establecida con aquel objeto. Raquel terminó fumando. A mi parecer, todo en cierto punto se da al ser como concepto, y no hay más que ver como estos cambian conforme las sociedades evolucionan, las diferentes culturas habidas o las generaciones anteriores y posteriores. Con esto, me refiero a que, por selección natural, es «normal» que los conceptos cambien.
Ahora bien, qué sucede con aquellos conceptos que no son perceptibles mediante los sentidos y por lo tanto no se les puede cosificar. Estos se les engloba con nombres como felicidad, amor, dolor, placer, verdad, mentira… diciéndose de ellos recetas y planes medibles para conseguirlos. Conceptos que pasan a convertirse en dogmas que cada uno, desgraciadamente, se cree con derecho a otorgarles descripciones desde su punto de vista. He de decir que estos conceptos no deberían poseer distintas posturas. Piense el lector en uno esencial para el humano; libertad. Ella ha ido variando a lo largo de los años y actualmente se escucha en las calles: «vivimos en un país libre», «pero si eres libre de hacer lo que quieras»… ¿qué es para la sociedad española la libertad? Porque me atrevería a declarar que en otros lugares del mundo (África, China, México…) no se dice de la libertad lo que aquí. El lector pensará: «cambia el concepto debido a la diferenciación de culturas». Pero se olvida, querido, de que todos los conceptos nombrados previamente pertenecen a la esencia del ser humano, independientemente del lugar donde nazca. O me negará que el ser humano no es un buscador de la felicidad, del amor o de la verdad.
Me gustaría recalcar que todos estos conceptos deberían dejarse de tratar como la taza en la que usted se toma el café o el lápiz con el que escribe. Debido a que en ese momento estaría abogando a un conseguirlos como objetos, es decir, materializarlos y hacerse usted amo de ellos. ¿No es ridículo pensar en coger a la felicidad como quien coge un libro? Se olvida lo previo a querer conseguir la felicidad, lo que lleva al protagonista «el querer conquistarla». Esto previo se diría que es el sufrimiento, aquella molestia experimentada al no encontrarse en una sensación placentera, tanto para el organismo como para el alma. Y es en este estado donde realizan actos para volver a la situación de felicidad. Pero nunca se debería olvidar el acto previo, el malestar ocasionado por su falta.
Estimo que las palabras son esenciales en la vida de todo humano que posea esa necesidad imperiosa de descubrir qué sentido tiene, repitiéndose a uno mismo su historia, su trayectoria del paso del tiempo. Contándose a sí mismo una narración, la narración de su vida. Finalizando con una gran frase de Jorge Luis Borges: «Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuero; solo quedan palabras».