¿Por qué la vuelta a lo antiguo?

Esta pregunta, querido lector, surge en mí a consecuencia de una casualidad del azar. Entre palabras que derivaban a conversaciones extensas en el café o bien en clases tenidas de filosofía o incluso en mi relación con la vida y, por lo tanto, con las gentes que habitan en ella. Percibiendo desde hace unos dos años aquella tendencia hacia un mundo que yo nunca antes había vivido, el mundo antiguo para mí. Este orbe, se podría definir desde mi punto de vista, como aquel muy marcado por la importancia de vivir en un presente que no tendiese hacia lo irreal o efímero, propio de la sociedad en la que hoy vivo.

Este mundo que describo, antiguo, es aquel de la anterior generación que por fortuna he podido experimentar en mi infancia. Observo al pasado y me doy cuenta de cómo las gentes de ese entonces, vivían sobre su realidad y, como si yo hubiera estado ahí, me invade la melancolía por volver a ese mundo. Quisiera que observara el lector su derredor y se fijara que esto que describo es cada vez más recurrente en nuestra generación.

Actualmente todo vuelve, las modas de antaño, la vida sin tecnologías, como si ellas fueran las culpables de una sociedad preferente de placeres fugaces y realidades cómodas a la dura realidad de abrir los ojos y ver cómo uno esta falto de sentido. Sí, cada vez se escucha más «antes vivíamos mejor» «los jóvenes de ahora no saben lo que es la vida» frases dedicadas a querer volver al pasado. Debido a que inevitablemente el humano nace con miedo, siendo una de las emociones primarias, al no saber  lo que sucede cuando se vive en un periodo de desestabilidad, eso es. Es aquel miedo hacia lo desconocido.

Percibo cómo la llegada de las ciencias a la vida cotidiana ha provocado un fenómeno propio de esa necesidad de medirlo absolutamente todo, de dotar de razón a todos aquellos actos que suceden. Diciéndose, si el lector me lo permite, auténticas calumnias y barbaridades como «Yo solo creo en la ciencia» utilizando la palabra creer. No sé si serán conscientes de la gravedad del mal uso de palabras cuando dicen esto. Ya que al abogar por una creencia hacia lo medible, numérico, experimentable… ejercen en ellos una perspectiva pragmática del mundo. Es decir, lo ven todo desde la utilidad y la pregunta: ¿para qué sirve? Por ello, querido lector, es por lo que se puede palpar la tensión en una charla sobre equipos contrarios de fútbol, el apoyar las ideas de partidos políticos diferentes, gustos musicales y un largo etcétera. Debido a que al medir se piensa que todo debe ser blanco o negro, 1 o 2, un extremo u otro, sin apreciar la importancia del gris, lo importante que resultan las contradicciones o incluso la falta de que algo sea medible.

Una escena, viene a mi mente. En la película «El club de los poetas muertos» el profesor les hace arrancar una página del libro a sus alumnos, ya que en ella se decía que para saber la magnitud de un poema tendría que medirse en una gráfica: el eje X determinaría su perfección y el eje Y su importancia, de esta forma se averiguaría la grandeza de un poema. ¿Puede usted imaginar lo que esto supondría para el ser humano? Un ser que tiende a experimentar las pasiones de su alma, que en el momento en las que se miden, se vuelven insignificantes, carentes de sentido. Si hiciera preguntas del tipo ¿para qué el amor? ¿para qué la vida? ¿para qué la poesía? ¿para qué el humano? ¿para qué…? No ve cómo en ese preciso instante de la pregunta que no sabe qué respuesta dar es donde reside todo.

Puede que haya ciertas preguntas las cuales se realicen durante todos los tiempos, durante toda una vida y no sean capaz de ser respondidas. Y ese, querido lector, es el momento en el que se descubre la innecesaridad de proporcionar respuestas, a lo que no las tiene, y dejar que la vida le arranque las entrañas por mucho dolor que cause. Ahí será cuando uno no desee volver a lo antiguo ni evadirse hacia un orbe ilusorio, esperanzador. Terminando con una frase del gran Nietzsche «La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre».

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