ENTRE APOLO Y DIONISIO

Impacta en mí el hecho de la popularización adquirida a la adicción a las redes sociales, diciéndose de ella que es más leve que la drogadicción, ludopatía o el vicio al humo del tabaco. Pero, ¿no se ha parado nunca a pensar uno qué sucede con la imperiosa necesidad de conseguir un like? Me atrevo a denominarlo una búsqueda de «amor falso» un amor apartado del maravilloso mundo del tocar, mirar, besar, oler, saborear…en resumidas cuentas, sentir.

Este sentir, querido lector, no se encuentra en un mundo aparte del que usted vive. No es un ir hacia él, es un estar en él. En un ser constantemente en él. Qué ingenuidad enorme, pensarse insignificante cuando se dejan desatar los instintos del cuerpo. Aquellos provocan vuestras más sinceras pasiones, aquello que el ser humano busca sin ton ni son, desesperado por las letras de su alma. Vagan errantes en busca de los actos oníricos que aseguren en ellos la consciencia del vivir, saber que no sueñan. Que no viven en un mundo fantasma. ¡Oh! Qué dolor profundo provoca el sentirse en un sueño, el saberse ido del mundo real. Ese mundo real con vicios propios de la carne. «Decir que sueño es engaño, bien sé que despierto estoy» Calderón de la Barca.

¿No relaciona, usted, algo de lo tratado aquí con la gente que le rodea, consigo mismo?, como si actualmente se viajara a ese modernismo español propio del siglo XX, abogando por un orbe recargado de florituras sin ningún sentido, primando un parnasianismo de la humanidad ante un sentido simple del vivir. Lo simple siempre es más complicado de encontrar. Sería una elección de entre tanto caos, pero para poder elegirlo, deberá uno embarrarse en él. Simpleza como forma de seleccionar aquellas palabras que logren definir todo lo que uno anhela decir, siendo más fácil comparar con recursos literarios los sentimientos que hacerlo en una palabra.

Imponiendo un orden sin raíces. Este sería el de nuestra sociedad, ella se venda los ojos con esas peleas que surgen al hablar de política. Hablando de ideas llega el ser humano a cosificarlas. Cuando observa la incapacidad de medida sobre ellas, huye. Huye de abrirse a probar nuevas ideas, experiencias, cerrándose en banda. ¿Cuál sería la gracia si todos fuéramos iguales? Se está comenzando, de nuevo, a privar al humano del placer anímico de la ignorancia. Ya lo decía Platón cuando dictó que el humano era el ser entre la bestia y Dios, debido a la capacidad de ignorar, pero siendo plenamente consciente de ella.

Se regresa a querer evadirse del cosmos, por temor a enfrentarse a la dura realidad del momento, que quizás sea la falta de amor hacia el vivir, esa falta de pasión. Desalmados desesperados de ilusiones lejanas, olvidándose del calor placebo trasmitido por una lumbre prendida por los amantes nocturnos. ¿Quiénes se salvan en El Triunfo de la Muerte de El Viejo? Fíjese y verá que son ellos, los amantes del amor. Aquellos son los que no piensan en el mundo, simplemente se dejan tocar por él. He aquí una importante lección dada por Nietzsche, la cual defiende al mundo sensorial ante aquel ilusorio de las ideas. Este nos es lejano y nunca será capaz el humano de ser en él, simplemente de usarlo como una herramienta con la que entender el mundo, tapando con la razón los poros del cuerpo ansiosos por penetrar al alma.

Piense por un momento el lector ¿Qué sería, usted, si su vida fuera toda entendible, mercantilizada, medible…, si no existiera esa gran duda por el vivir?

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