Miro a mi alderredor y observo cómo el propio mundo se engulle a sí mismo. Este desesperado ya no sabe a qué agarrarse, a qué sujetarse. Cada vez más encaminados hacia la decadencia. ¿Y por qué me ha de preocupar a mí la sociedad, el mundo? Pensarán mucha gente, pienso a veces yo. Inevitablemente, me cuestiono esta pregunta varias veces al día. Pero no puedo evitar que todo mi ser y mi comportamiento, a parte de pertenecerme, pertenezcan al mundo. Aquel animal social que aflora nuevamente.
¿Qué hay de nuestra actual sociedad? Cada día que pasa me replanteo más el futuro de ella, mi futuro, cómo viviré. Parece como si esta estuviera en un letargo profundo y su único despertador fuera el dolor. Hasta qué punto, me pregunto, ¿el ser humano tendrá que recibir dolor para aprender de él? El gran problema aquí, en nuestra generación es que aquel dolor no se ha vivido y en palabras de mi profesor de filosofía, este dolor queda en el olvido porque no se tiene presente. Se aboga por un mirar hacia adelante, pero se olvida la importancia de mirar hacia detrás.
¿Cuál será aquella motivación del vivir? ¿Tienen una? ¿La están buscando, siquiera? ¿Por qué es como si viera todo mi derredor quieto intentando que esta idea caiga del cielo? Para qué están las piernas si no es para moverlas y andar, correr o incluso a veces parar, pararte a contemplar el mar azul que hace crear una sensación de paz. Tranquilidad, sosiego, conceptos de los que hoy en día se está falto. Queriendo hacerlo todo rápido para que, una vez llegados al propósito, observen su mayor pérdida irrecuperable, el tiempo. Una vez perdido el tiempo, no queda nada. La vida es tiempo, pero solo te forma si este fue importante. Ese que invierte, el que usted siente, ama, palpa, escucha, saborea… y para todas estas acciones es necesario parar e invertir tiempo en contemplarlas.
El sentido del vivir lo observo cuando se me dice que me replantee mejor qué voy a estudiar. Escucho constantemente decir, «piensa en el futuro que llega, son tiempos difíciles» «puede que filosofía no asegure tu futuro» «otra que quiere vivir en la cola del paro». Yo entonces me cuestiono, ¿asegurar mi tiempo es deambular vagando por las calles de mi alma siendo extranjera a ella?, sintiéndolo mucho, mi respuesta es no. No quiero levantar la mirada y observar que no he amado a la vida, sobreviviendo sin saber vivir, sin sentir. Con el dolor asegurado de un infierno frío que ni siquiera me ha quemado. ¿Qué me espera si olvido lo que es amar, ese amor a la vida, amor a la filosofía, siendo él motivo de mi elección? Primando más el poseer un trabajo estable, ingresos, rutina, costumbre… que buscar el motivo por el que vivir. Parafraseando a Ortega y Gasset, la vida es un hacer constante de tu tiempo.
Qué valores se ofrecen cuando el «éxito» reside en una sociedad falta de pasión que se vende como la más feliz. Aquí es donde desgraciadamente prostituyen sus almas, lo hacen por el precio de un espejismo de amor. Espejismos fugaces que se marcharán en cuanto decidan poner sus manos en ellos, ansiosos de tocarlos con las manos y no con el alma. Veo cada vez más aquel hacer con solamente el cuerpo, dejando la pasión desbordante, la esencia del humano a un lado. Amantes del placer fugaz, efímero, insignificante al lado de aquel placer duradero, pero tan doloroso de perseguir. Dolor, fuente del placer longevo que, por miedo al sufrir, por miedo a que el tiempo se alargue, eligen aquel fugaz.