¡Hola, personitas cultas! Hoy tenemos el placer de leer a Sandra Martínez, quien da a conocer un poquito más sobre el maravilloso cuerpo y alma que hay dentro del poemario de nuestro colaborador Jesús Miguel Pacheco, cuya obra «Todos los cuerpos, el cuerpo» es la ganadora del VII Premio Valparaíso de Poesía. ¡Enhorabuena, Jesús!
¡Disfrutad de la lectura!
Jesús Pacheco es un joven escritor murciano nacido en el año 2000 y que está en su último año de Filología Hispánica. Por los recovecos de la Región, ha encontrado el amor, las flores y la inspiración, a la que yo llamo revelación nocturna, para dar forma a la composición lírica y pictórica titulada Todos los cuerpos, el cuerpo, ganadora del VII Premio Valparaíso de Poesía.
El poemario comienza los enseres y las indicaciones necesarias para la realización de un autorretrato. La voz poética hace un estudio detallado de su propio rostro a través del espejo, cavila sobre su condición humana y nada por su propia sangre. En esta contemplación individual, paseará como un flâneur por un jardín de sensaciones, colores y recuerdos que dejarán también en el texto la huella de la autoficción.
En La náusea, de Jean-Paul Sartre, leemos: «Cuando era chico, mi tía Bigeois me decía: “Si te miras demasiado tiempo en el espejo, veras un mono”. Debí mirarme más todavía: lo que veo está muy por debajo del mono, en los lindes del mundo vegetal, al nivel de los pólipos». El artista observa la imagen especular tan vehementemente para poder plasmarse en pintura, que acaba condenando al cuerpo, a la carne, y cae en un abismo metafísico del que solo escapa cuando vuelve a reconocerse, entre la duda, en el lienzo.

La estructura del libro sigue la sucesión de Fibonacci, que en matemáticas es una serie infinita en la que cada número que la compone es la suma de los dos precedentes; la construcción empieza con un verso y el poema final suma un total de 233. Un cálculo perfecto que entronca con muchos elementos de la naturaleza que aparecen durante los versos, como la espiral de los caracoles que se deja ver en la humedad de la calle, las margaritas o las raíces que se hunden en las profundidades de la tierra.
Sin embargo esta información tan condensada y latiente (y que ampliaré, por supuesto, con una segunda parte entrevistada) comenzó hace muchos meses:
Día 10 de octubre de 2021. Un mensaje de Jesús en mi bandeja de entrada con el encabezado de «Poemario acabado». Esta vorágine ecfrástica me deja totalmente inmóvil ante el ordenador y mando unos audios histéricos y desarticulados en los que una voz desquiciada se atraganta con su propia velocidad. El texto ha logrado su dualidad: cuerpo y alma.
Con este libro he visto cómo la poesía viene de la ilusión y de las tinieblas. Hay siempre una primera línea de soldados que ven el proceso de publicación desde la génesis y he tenido el placer de formar parte de esta retaguardia. Miro al público y soy consciente de que yo sé algo que los demás no saben; he visto ese tic en el ojo casi imperceptible que no deja en paz a uno cuando algo se complica, he visto llegar las noticias recién horneadas, he sido cómplice y las he mantenido ocultas hasta el momento adecuado, haciendo uso de la escenificación y la dramaturgia para fingir que eran novedades también para mí.
Para hablar de poesía, a menudo recurro a un bot de Twitter (fuente de dudosa procedencia) en el que encuentro respuestas que apaciguan mi enajenación mucho más que algunos recursos que me proporciona la facultad: «La poesía es un minuto de cariño», «La poesía es un grupo de duendes que se apropió de la casa» o «La poesía es la irremediable caída de cabello». La poesía es lo que tiene este libro, es aquello que se hace con amor y que le gotea al escritor del corazón.
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