ANTOLOGÍA DE GEMMA VOL. V: reflexión

 

Diferencias

Qué difícil ser

primavera

en un bosque invernal.

 

Para los demás,

ser brújula pero,

estar perdida

en mi propio laberinto

 

Sin encontrar una mano leal

para ayudarme a salir.

 

No encontrar, tampoco, libertad

en los demás,

pero ofrecerla a todo el mundo

 

El hombro para llorar

necesita desahogarse, también.

 

A veces.

Solo a veces

se necesitan momentos de debilidad

dentro de la fortaleza.

 

Épocas

Mis huesos están cansados

de aguantar tus idas y venidas

como si fueras un ave migratoria.

 

Escapando de mi paisaje una vez en flor

cuando hace frío.

 

Te aprovechas de mi naturaleza

de árbol perenne,

siempre estoy dispuesta

a que construyas tu nido

en mi pecho.

 

Y mis hojas cantan

bajo la brisa de tu susurro

en mi oído

hasta que me despierto

y tú ya te has ido sin avisar.

 

Los opuestos se atraen

Fuego eterno

escondido en el pecho

del amante verdadero

que funde el hielo

casi ignifugo del enmascarado,

que termina congelando

al que toma por su pasatiempo.

 

Destrucción voluntaria.

 

Tus palabras, no las mías

Eres la paz que me das,

el poder casi divino

de hacerme sentir

congelado en el tiempo

enredado contigo.

 

Me das la calma

con la que te veo respirar

mientras acaricio tu cabeza

posada en mi agitado pecho.

 

Eres claridad.

Eres el reflejo lunar que contemplo

en la laguna lúgubre

en la que habito.

 

Eres voz sosegada

en medio de todo el tumulto.

 

Eres el sueño en el que me atrapas

horas y horas.

Me das infinita calma,

eres calma, mi calma.

 

No sabes lo feliz que me hizo escuchar eso.

 

Falso egoísmo

Y, ahora, con mis propios versos

huidos de mi cárcel interna

te pregunto,

—aunque a veces, creo estar certera

de la silenciosa respuesta—,

amor mío, dime, ¿qué me aportas?

 

Entre el vacío de mi mente

estoy encerrada

porque tomaste la llave

Y no sé cuándo volverás

a devolverme todo lo que te di.

 

No sé si quiero que vuelvas

entre nubes y rayos de sol

acariciando tu cara.

Tampoco pretendo que vengas

entre oscuridad estéril.

Quizás no quiero que vuelvas en absoluto.

 

Ahora solo siento tormenta

que deriva en huracán

y me destroza una vez más

mientras no estás.

 

¿Vendrás a ver mis ruinas?

¿o me ayudarás con la reconstrucción?

 

No me falles más

y olvida tus sombras, te repito en la distancia.

 

Ven a la luz definitivamente

y devuélveme los destellos

que te presté.

Sabes la falta que me hacen.

 

Ángel caído

Sus facciones

eran el resultado final

que había empezado con una

tosca piedra de mármol

tallada por una mano de oro.

 

Sin embargo, no había rastro

de esa dureza típica del mineral,

sino que parecía estar cubierto

por las más lujosas sedas,

ofreciendo uno de los tactos más suaves

que el ser humano puede experimentar.

 

Sus pómulos altos

acariciados

por los caprichosos rayos de sol.

 

Su nariz regia, su mandíbula

angulosa e, increíblemente, armoniosa.

 

Sus rosados labios

esperando sedientos los míos

para arrastrarme al mismísimo infierno con él

sin importarle las consecuencias.

 

Perderte

Un dolor tan punzante

que me paraliza completamente.

Cristales rotos.

Agujas.

Cuchillos.

 

Un sonido estridente

atrapado en mis tímpanos.

Ensordecedor.

Estridente.

Atronador.

 

Eso es lo que se siente al perderte.

 

Merece la pena pasar por esas emociones,

experimentar ese dolor descorazonador.

Merece la pena

que de una vez por todas

saques la daga que escondías

para apuñalarme brutalmente

y descorazonarme

y cubrir todo mi torso

y tus manos asesinas

de sangre inocente.

 

Merece la pena pasar por eso

Y por mucho más.

 

Porque dolerá menos

que intentar justificarte a diario

y poner fe ciega

en una causa perdida.

 

Porque perderte es mucho más fácil

que perderme a mí misma,

que mentirme a mí misma,

que mentirme diciendo que eres mío.

Porque no lo eres. Nunca lo fuiste.

 

Pero yo sí fui tuya.

En cuerpo

y alma

Todos los días

a cada hora

desde que hicimos ese pacto

que se anudó a mí hasta asfixiarme.

 

Yo sí cumplo mis promesas,

mis juramentos,

piensa si tú puedes decir lo mismo,

viento fugaz nocturno.

 

Bossa nova

Acariciando tu espalda de oro,

el sol no hace miramientos para iluminar

cada una de tus sombras.

 

Por cada centímetro de piel

se quedan mis besos,

como si tú fueras la carta y yo el sello.

 

Me miras con tu cara de adormilado

y te juro que podría congelar el tiempo

en esa pequeña escena.

 

Podría cantarte una bossa nova

al oído cada mañana,

con cada contacto de piel con piel de fondo.

 

Y que todo siga igual que ayer,

que cada caricia sea nueva

pero ya conocida.

 

Como si nos conociéramos

desde hace mil lunas llenas.

 

Lobo de medianoche,

Luciérnaga de madrugada,

mezcla inesperada.

 

Eres casa,

Cueva en el invierno.

Eres refugio.

 

Excusatio non petita, accusatio manifesta.

 

Tus excusas eran solo eso, meras excusas.

Con demasiados detalles siempre

bastante inverosímiles normalmente.

 

Pero me dejé mentir. Dejé que me mintieras

y me mentí a mí misma

para obligarme a creerte.

 

Y ahí surgieron las dudas. Las sospechas

en forma de daga feroz.

Por tu parte solo vinieron más excusas,

más detalles, más mentiras.

Y yo sentía que iba a explotar

de toda la frustración y dolor acongojados en mi pecho,

en ese pecho en el que solías dormir apaciguado,

sin que el peso de tus mentiras

te quitara el aire

que compartíamos.

Culpable.

Te creí hasta que no tuve más remedio que dejar de hacerlo.

Culpable.

 

No sabes querer.

No me supe querer.

 

Culpabilidad

La culpa es mía.

Por reírte cada chiste sin gracia

que me hacía sentir insignificante.

Por estar en tus peores días,

mientras me abandonabas en los míos.

 

¿Y te preguntas por qué no soy capaz de verte la cara?

 

Personificas todos mis miedos.

Miedo a no ser suficiente.

Y nunca hiciste nada para cambiarme de opinión.

Miedo al abandono.

Y creaste más miedo aún en mí,

abandonándome de la peor manera posible.

 

Me obligué a arrancarme tu recuerdo del pecho.

No puedo, no soy capaz.

 

Ahora soy cautiva de nuevos miedos, además.

Miedo al engaño. A la traición. Deslealtad.

 

Viniste a mi vida para enseñarme algo,

eso lo supe desde el principio.

Lo que no sabía es que me ibas a enseñar

una de las lecciones más duras

que he podido recibir en esto del amor.

¿Fue amor, acaso?

No lo sé. Creo que sí. Joder que sí.

 

Te quería. Te quiero.

Aunque una parte de mí lo vio venir.

Sentí esa ausencia como un tsunami, arrasando con todo.

También arrasó conmigo.

Me dejé mentir. Me dejé engañar.

No supe quererme suficiente

mientras te amaba cada noche entre besos y salado sudor.

 

Siento aún más la traición cuando recuerdo esas noches,

en las que dormías en mi cama,

me acariciabas con tus firmes pero delicadas manos,

con las que yo me deshacía.

 

Dormías tan plácidamente en mi cama,

¿Cómo podías dormir así

teniendo ese cargo de conciencia?

 

Desperdicié tinta

en escribirte tantas palabras de amor

que podría haber dedicado

a alguien

que lo hubiera dado todo por mí,

como yo había hecho contigo.

 

Ese salto a la piscina con los ojos cerrados.

Pero tú no supiste hacerlo. No quisiste.

Y aun así me dejaste saltar

Sabiendo del golpe fatal que me acechaba.

 

Era evidente que iba a terminar hecha pedazos

y te dio igual. Yo te di igual.

 

Y ahora tendré que romper el espejo de tu recuerdo

cuando duerma en la que un día fue nuestra cama.

 

Y juro que le quitaré tu recuerdo, tu esencia, tu olor embaucador.

No estaré sola en mi cama. Ya no.

Te olvidaré poco a poco en cada suspiro

después de dormirme en un nuevo pecho.

 

La culpa es mía.

Me traicioné a mí misma

por serle fiel

a quien no lo merecía.

 

Pastillas para dormir

Nunca sabrás lo que te lloré esa noche.

Sentía que el pecho

se me cerraba acorazando

aún más a mi claustrofóbico corazón.

 

Todo el mundo era capaz de verlo

menos yo.

Tenía un velo de seda rosa en los ojos

que no me dejaba ver tus verdaderas sombras,

esas que ni siquiera yo podía alumbrar,

porque nunca quisiste mi luz.

 

Nunca fui tan poco atea

como cuando estábamos juntos.

Creí en cada mentira,

por muy mal ejecutada que estuviera,

porque creía en ti

ciegamente.

 

Creía en cada centímetro de tu piel.

Y no supiste valorarlo.

Te aprovechaste. Y lo sabías.

 

Pero nunca sabrás con cuánto dolor te lloré esa noche.

Pastillas para dormir.

Para no pensar.

Para no sentir.

 

Florecen los cerezos

Florecen los cerezos y tú ya no estás,

te has marchitado sin tan siquiera avisarme.

Habías sincronizado tu ida con el inicio de la primavera,

para que no me sintiera sola,

para que me sintiera acompañada

por cada pétalo en cada paseo

mientras reflexionaba sobre nuestro invierno cálido.

 

Y que las hadas me secaran las lágrimas

en el bosque mágico de tu agrio recuerdo.

 

Pero no sabes que la rosa fecunda no hace otra cosa

que recordarme tu cara sonrojada en la fría noche

mientras que me sostenías entre esos brazos

en los que sentí seguridad compartida

por primera vez.

 

No sabes que la brisa floral me recuerda

a los cumplidos que siempre dedicabas

a mi perfume favorito.

 

Y ojalá estos sean los últimos pensamientos

en los que habitas,

porque tú ya te has marchitado

y los cerezos siguen floreciendo.

 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.