Progresión descendente del amor
Dormida, en tu pecho.
Completamente libre,
Completamente mía.
Me despierto y escucho tu respiración calmada,
sosegada.
Tu corazón latiendo al ritmo de mi canción favorita.
Esa canción que tengo en bucle y de la que no me puedo cansar.
Te miro, no puedo dejar de mirarte.
Acaricio tu pecho,
Y tu cara.
Y me fijo en cada pequeño detalle de ella,
tu mandíbula, tu nariz, tus ojos cerrados
y tus labios.
Esos dos arreboles que me atrapan entre ellos
Nada más despertarse.
Pienso, también, en los rayos de sol
fundidos en la hierba de ese parque
apartado de todo
y de todos
Como si fuera mi recuerdo favorito.
Sin embargo, no puedo más que pregúntame qué hubiera pasado
si hubiera sabido todo lo que sé ahora.
¿Hubiera cambiado, acaso, el sonido de las olas
rompiéndose en el temido acantilado?
¿Hubiera cambiado el azul de tus ojos al verme como estoy ahora?
Quizás se hubiera tornado a un azul más pulcro.
Quizás hubiera habido un despertar juntos
detrás de otro.
Besos por mis lunares como tu rutina favorita
Tardes de películas y conversaciones absurdamente divertidas
Cervezas entre risas y risas entre besos
Borrachos de felicidad.
Todo está bien
Le dedicas mis poemas, mis versos, mis palabras de amor
a otra persona
Sin saber que fueron escritos para ti.
Siempre fuiste tú.
Pero yo sé que la miras, admirándola, como si fuera una diosa.
Conozco muy bien tu forma de mirar a todo lo que quieres.
Aún recuerdo cuando yo te miraba así.
Tenía la misma expresión que esconden tus ojos cristalinos.
Mi inspiración,
la tinta de mi pluma,
Y, por favor, no dejes que la luz de tu mirada se apague.
Deja que el fuego perdure, no intentes apagar las ascuas
por miedo a quemarte.
Ámala, ámala bien, y, aunque me duela no ser ella,
ámala.
Mientras tanto yo te escribiré versos y versos
recordando nuestros amaneceres en mi cama,
abrazados,
congelando el tiempo.
Y algún día tendré la misma sonrisa que tú.
Y todo estará bien.
Todo está bien.
Amanecer contigo
Tu respiración,
intercalada por algún suspiro,
envolviéndome a ti.
Tus lunares traviesos,
Descolocados,
paradójicamente, en orden.
Mis caricias tímidas guiadas
precisamente por esos lunares
que tanto me gustan.
Mi risa suave como resultado de tus cosquillas.
Conversaciones matutinas,
besos en tu espalda.
Te vuelves a dormir,
mi cara en tu pecho y lo único que puedo hacer es mirarte embelesada
Tu cara, esa carita…
Tus facciones están relajadas, en paz,
¿será que yo te transmito calma?
«Podría acostumbrarme a esto» pienso.
Te despiertas.
Y nos sonreímos.
Tarde poética
El olor de la lluvia por Gran Vía es mucho más dulce
cuando voy agarrada de tu mano.
Ese recital de poesía intimista
en un local diminuto es
mi recuerdo favorito de los dos juntos.
Aún recuerdo cómo puse mi cabeza en tu hombro
mientras que escuchábamos hablar sobre el amor.
«¿Qué sabrá el poeta sobre el amor?» Dijiste susurrando en mi oído,
«si el poeta está destinado a sufrir».
«Después de todo ese sufrimiento el poeta ama como nadie nunca amará», contesté yo.
Sé que entendiste que el artista ama apasionadamente,
Que vierte toda su tinta en amar. Amar bonito y bien
Y, aun así, me preguntaste cómo ama el poeta.
No supe contestarte, así que me limité a demostrártelo.
Te amo apasionadamente, a veces en silencio,
y a veces gritándolo sin ningún tipo de pudor.
Te amo en la mañana, cuando me preparas el café antes de irme,
por la tarde, cuando te echo de menos
y en el ocaso cuando me dices buenas noches con besos adormilados.
Te amo porque me das libertad
y me amas cuando me siento libre e independiente.
Te amo en la distancia, se mida esta en kilómetros
o centímetros.
Y te amo por descubrirme sensaciones,
sentimientos
y lugares nuevos.
Madrid no sería lo mismo sin tus caricias,
sin tus conciertos en la ducha
o sin tu risa contagiosa.
Iluminas las calles con esos ojos que tienes,
me iluminas a mí.
Romanticismo moderno
Dos personas que se quieren,
a pesar de lo bueno,
se aman por cada defecto.
Pasean tranquilos de la mano
recordando el nerviosismo repentino
que sintieron la primera vez que se vieron.
Sonríen al darse cuenta de cómo han cambiado las cosas,
de cuántos atardeceres han presenciado juntos,
abrazados, intentando congelar el tiempo.
Competiciones de besos robados,
de buenos días en susurros,
de gemidos sincronizados.
No saben qué es la monotonía.
Cada día tienen un brillo diferente en los ojos.
Algunos viernes por la noche van al cine cerca de casa,
y entre palomitas ella posa su cabeza en su hombro.
Ese hombro que también está ahí cuando necesita llorar, gritar, desahogarse.
Y todas las noches duermen juntos, entrelazados,
esperando al siguiente amanecer.
Miedo
Pero, qué sabrás tú, cobarde, asustado de intentarlo.
«Tengo miedo al compromiso» dices
«Excusas» digo yo.
Prefieres huir sin mirar atrás, ni siquiera pudiste mirarme a los ojos cuando dijiste, conscientemente, adiós por última vez sin previo aviso.
Como si no te importara nada.
Porque no te importé nada.
Facciones amables, que guardaban cierto magnetismo
que me cautivó.
Quizás no desde el principio. Pero, con el tiempo ocurrió.
Su mirada podía ser tan dulce como un atardecer,
o tan feroz como una jauría de lobos aullando a su luna sagrada.
Creí a esa voz suave, llena de palabras inocentes, cada vez más cariñosas.
Esa falsa timidez que se me hizo tan dulce como la propia ambrosía.
Amante de mi tacto, de mis caricias (o al menos eso pensaba).
Amante, también, de cada centímetro de mi piel.
Amante, amante, amante. Mentiroso.
Viniste, de nuevo, con ese halo de perfección y ese perdón
que entonces creí como sincero.
Qué equivocada estaba.
No sabía que utilizarías las coordenadas que dibujaba en tu espalda para irte otra vez. Corriendo, sin equipaje.
Y aún no puedo olvidar los latidos de tu corazón, como caballos salvajes, libres,
cuando ponía mi cabeza en tu pecho.
Porque ahora mi mano está muy solitaria desde que no la buscas.
Desde que la dejaste tirada como si no importara nada.
Porque eso es todo lo que te importé: nada.
Ya fue doloroso ver cómo te fuiste la primera vez
y ahora te vas cerrando la puerta con llave.
Dejándome entre los escombros de tus mentiras.
Un día fuimos todo, al día siguiente, nada. Sólo ruinas.
No puedo justificarte, ni siquiera comprenderte.
Me abrí en canal a ti, cogiste todo lo que pudiste
y ahora me has dejado vacía.
Sin ilusión. Sin vida.
Habías encontrado un alma pura,
y lo único que has hecho ha sido romperla en mil pedazos
de la manera más cobarde que existe.
Autoconexión
Han pasado más de mil atardeceres
desde que desconecté de mí misma
por primera vez.
Alienada, asustada incluso,
de la figura expectante
todas las mañanas
frente al maldito espejo,
hasta que un día no la vi.
Aprendí a vivir sin ella, vacía, indiferente, ante todo.
Porque nunca me identifiqué con su reflejo.
Esos ojos lagrimosos no podían ser los míos, no.
Ese cuerpo lleno de odio no era el mío.
Nunca lo fue.
Era de cada insulto, de cada mirada de desaprobación, de asco, incluso.
Y viví así hasta que decidí quitarme
la mortificadora soga del cuello
y por fin pude respirar.
Podía respirar.
Tomé una bocanada de aire y,
después rompí en mil pedazos
ese maldito espejo.
No, no me trajo siete años de mala suerte,
sino un nuevo punto de vista; la ansiada aceptación.
Esta sí eres tú.
Eso es lo que dije con una sonrisa en la cara
y los ojos aún acuosos.
Encantada de conocerme, dije después.
Espejo cóncavo
Esa no eres tú.
No eres la sombra que ves
en el lúgubre espejo cóncavo.
No dejes que el callejón del gato te engañe
como ya engañó a muchos antes.
No eres tus lágrimas derramadas.
Tampoco eres tus manos temblorosas
y congeladas.
No eres las heridas de tus labios.
No eres tus nervios.
Tampoco el nudo en la garganta
que te ahoga hasta hacerte agonizar.
No eres las noches de insomnio
y dudas latentes en ese pecho agitado.
No eres nada de eso.
No eres tus fracasos.
No eres tus pensamientos intrusivos.
Y, sobre todo,
no eres tu ansiedad.
Recuérdalo.
No dejes que la realidad distorsionada te defina.
Eres mucho más que eso. Muchísimo más.
Date el valor que te mereces.
Respira. Créetelo. Aguanta.
El rumor del mar
Al borde de un acantilado,
ahí estás tú, mirando al horizonte,
con tu respiración agitada
y tus ojos llenos de niebla
Yo, a tu lado, ya lo sabes,
como siempre. Dejándote tu espacio.
El olor salino del mar me acaricia
mientras espero pacientemente.
Tengo un nudo doble en la garganta
que asfixia mis sollozos.
Erigida sobre algunos cimientos de inseguridad,
pero tan fuerte como para mantenerme en pie.
No me voy a derrumbar.
Ni cuando me dejes sola, con las manos congeladas, en el abismo
habiendo saltado a un mar
lleno de nuevos principios
en los que no tengo cabida.
Ni tampoco me derrumbaré cuando des media vuelta,
y emprendas tus pasos decididos hacia mí,
besándome, eligiéndome
en el atardecer nuevo y cálido.
Me elegirás día a día, al igual que yo a ti.
Y la niebla de tus ojos se levantará para crear
pequeñas nubes en tu intensa mirada,
que se complementará con los rayos de sol escondidos en la mía.
Me haces más fuerte
Te quiero.
Te quiero libre.
Y te acompañaré al acantilado de las mordaces dudas
todas las veces que haga falta, a pesar del miedo desolador.