Una de mis cosas favoritas de esta ciudad, a parte, claro está, de la libertad, las cañas, el precio del alquiler y lo preciosa que han dejado la Plaza España, es poder salir de casa y, en un rato, poder plantarme en medio de la oscuridad de un patio de butacas por casi la mitad de lo que cuesta un sándwich en el Vips.
Quienes estéis en Madrid el martes que viene, 8 de febrero a las 19:30, tenéis aún la oportunidad de ir a ver Rojo sobre blanco, escrita por Helena Pulido Rosales y Jakub M. Nowak, y dirigida por este último. Bajando las escaleras hasta la cueva en La Escalera de Jacob, espera Enrique Szurek sobre el escenario, dispuesto a secuestrar a la audiencia durante los 25 minutos que dura la obra de teatro.
Se trata de un monólogo, o de una conversación unidireccional, en la que el protagonista se dirige a su pareja y reflexiona sobre el estado de su relación en los últimos dos años, desde que fueron juntos a ver Las bodas de Fígaro. La puesta en escena es sencilla, pero no hace falta más. Un biombo tras el que la suponemos a ella a un lado, un taburete en el centro y, a la izquierda, un caballete, como si la escalera diese, en lugar de a la sala, a un taller sin ventanas inundado por olor a trementina.
Él es el único que habla, animado por la atención incondicional de la mujer. No necesita apenas intervención de su interlocutora, lo que expresa a la perfección la incomunicación que refleja el relato. La obra explora la imposibilidad de construir un hogar a base de suposiciones y expectativas mudas; no son cimiento suficiente y la audiencia acompaña al protagonista cuesta abajo y sin frenos hasta un desenlace ruinoso. ¿Cuál es la diferencia entre el amor y la obsesión? Quizá la misma que separa lo espontáneo de lo que está medido meticulosamente para parecer auténtico: la obsesión es una farsa del amor.
La habilidad del actor Enrique Szurek es inseparable de la elocuencia del texto. Juntos, trazan el recorrido psicológico de la racionalización controlada hasta la rabia paranoica de un hombre humillado. Es terriblemente cercano, carismático y tétrico. Hace cómplice al público sin dejar a nadie indiferente, revelando las complejidades de la intimidad y el maltrato, y lo doméstico de ambos.
Son temas que no dejan de ser de actualidad, aunque no sean, en absoluto, nuevos. La obra suscita preguntas en lugar de dar respuestas con un protagonista subjetivo, que no es nada de fiar.