Yo llevo los pantalones. Los he llevado de diferentes tallas desde que he ido creciendo. Ahora mi cuerpo se adapta a cuatro tallas diferentes. Pero soy yo quien lleva los pantalones, sobre todo en la relación que tengo conmigo misma.
Yo llevo los pantalones que llevé hace unos años, cuando me dedicaba a tirar la comida a los contenedores de basura y llegaba a mi casa y lo primero que salía por mi boca era un «me lo he comido todo, qué bueno estaba». Llevo los pantalones que me tuve que comprar cuando el médico me miró y me dijo que tenía anorexia nerviosa.
Llevo esos mismos pantalones, sí; pero soy yo quien lleva los pantalones en la relación que tengo con la comida. Ya no la tiro, madre. Como. Como todos los días. Como lo que me entra en el estómago y lo que la ansiedad me permite. Hay días que como más; hay días que la ansiedad me come a mí. Pero, lo más importante de todo, madre, es que como.
Aprendí que el cuerpo es el templo de mi alma y que solo voy a tener esta vida hace ya unos cuantos años. Aprendí a encontrar a las personas que me quisieran por mi esencia y no por mi presencia, a encontrar a aquellas personas que viesen lo que hay en mi cerebro y en mi corazón, más allá de las apariencias.
Ahora soy yo quien lleva los pantalones que llevaba cuando tenía anorexia nerviosa, pero no veo un cuerpo lacerado, con heridas de guerra y que batalla en silencio. Vuelvo a rozar una talla que te da pánico, pero la rozo estando sana y siendo plenamente consciente del poder que habita en mí como ser humano.
Soy yo la que lleva los pantalones en esta relación. Soy yo la que come. Soy yo la que manda sobre la comida y no al revés. Soy yo la que vuelve a rozar una talla que te espanta, pero soy plenamente consciente de que en mi mente todo está bien, al igual que fui plenamente consciente cuando algo dentro de mí dejó de funcionar.