Un chupito de reflexión aquí, joven

Imagen de la autora, Paquibel Sánchez

Un chupito de reflexión aquí, joven

La vida es constante cambio. 

Es una auténtica utopía hoy día decir frases como «para siempre» o «durará toda la vida». Igual que lo es pensar que cada individuo permanece igual ya que, como decía un gran filósofo griego, «en los mismos ríos entramos y no entramos, [pues] somos y no somos [los mismos]».

«ποταμοῖς τοῖς αὐτοῖς ἐμβαίνομεν τε καὶ οὐκ ἐμβαίνομεν, εἶμεν τε καὶ οὐκ εἶμεν τε» —fragmento de la obra de Heráclito. 

En los cerca de siete años que llevo dando clase me he cruzado muchísimas veces con alumnos que tienen una duda que parece sencilla, pero no lo es en absoluto: ¿qué quiero ser de mayor? 

Sin duda, es algo que debe sonaros. Es, quizás, una de las frases más recurrentes que se le hace a un niño desde que comienza a preferir unos juegos a otros. A los que juegan más con la cocina, a escala niño de cinco años, los adultos deciden plantarle el rol de futuro chef, porque claramente tiene una predilección por la cocina; los que deciden que es más divertido hacer carreras de coches, obviamente son mecánicos o corredores de Fórmula Uno, y los que prefieren pintar… Bueno, ahí la cosa cambia. Ahí ya no hablamos de profesiones, ahí ya hablamos de aficiones o «cosas de niños». Curioso cómo las carreras que parecen no dar dinero dejan de importar.

Volviendo a los alumnos, han sido innumerables las veces que los chicos de la ESO o bachillerato se han acercado a mí para decirme: «Seño, yo es que no tengo claro qué quiero ser de mayor». Como profesora, intentas echarles un cable y les haces las preguntas que, en teoría, deberían hacerles los adultos de su círculo interno para aclarar esa duda: qué le gusta, qué le hace feliz, con qué se siente realizado. En todo esos años, solamente dos alumnos me han mirado para contestarme sin un ápice de duda, teniendo como algo normal todas esas preguntas. Vaya, te das cuenta de que no es la primera vez que las reciben. El problema es el otro noventa por ciento que me mira sorprendido para, acto seguido, sentenciar «es que eso no tiene salidas».

Salidas.

Las famosas salidas.

¿Qué son las salidas?

Para un adulto medio, esta palabra se traduce en un trabajo. Una salida es un trabajo, a poder ser estable, con un contrato fijo, a jornada completa y con un buen salario. Una salida. ¿De dónde? ¿Del infierno en el que se ha convertido la educación, por ejemplo? ¿O de la etapa de la niñez? ¡No, no! Aún mejor: una salida al mundo laboral. Pero, ojo cuidado, al mundo laboral de verdad, el serio, nada de hobbies. Un mundo laboral en el que tu puesto se va a traducir en un enorme montón de trabajo que jamás tiene fin y en el que estás deseando que llegue el fin de semana porque no lo aguantas. Una posición en la que, en la mayoría de los casos, te explotan por trabajar catorce horas cobrando el salario mínimo. Porque, claro, un trabajo no te tiene que gustar; te tiene que dar dinero.

¿Alguna vez os habéis parado a pensar qué valores estamos inculcando a los jóvenes que vienen detrás de nosotros con esa actitud? ¿De los valores que nos inculcaron a nosotros las generaciones anteriores con ese tipo de pensamientos?

Todo vale si consigues un buen puesto de trabajo. No importa que la gran mayoría de las personas adolescentes tengan problemas psicológicos siempre y cuando estén trabajando —y no, no lo digo yo, lo dice la ciencia, como el meme. En este caso, lo dice UNICEF con su informe anual Estado Mundial de la Infancia en el que declaran que «más de 1 de cada 7 adolescentes de 10 a 19 años en todo el mundo tiene un problema de salud mental diagnosticado»—. Da igual si es en lo que quieren o no, lo importante es que entre dinero en casa.

Ahora es cuando me decís: «Claro, las facturas nos las vas a pagar tú con ese mundo ideal». Para nada. Entiendo perfectamente la situación, yo he estado ahí. He sido de ese enorme porcentaje y lo sigo siendo, porque tengo impuestos que pagar. La vida es un juego constante y puede que tus cartas no sean las idóneas, puede que te toque vivir una mala época, que tengas que aguantar y tragar con lo que toca. Muchas veces no controlamos lo que ocurre a nuestro alrededor y debemos resignarnos. No es eso a lo que quiero llegar con esta reflexión, sino a qué se les está diciendo a los adolescentes cuando la única frase que sale de nuestra boca si nos cuentan sus inquietudes laborales es «ya, pero… ¿eso tiene salidas?». ¿Qué clase de valores son los que se inculcan cuando se le da más importancia a la cantidad de dinero que ganas o las posesiones que tienes en lugar de al esfuerzo y la dedicación?

¿De verdad no veis más razonable animarles a seguir adelante? No es lo mismo preguntar si algo que le apasiona tiene salidas a decirle «estupendo, es una idea maravillosa. Eso sí, ya sabes que debes trabajar muy duro si quieres conseguirlo, pero se puede. ¡Tú puedes!». Así de simple. Dos palabras. Dos: tú puedes. Dejemos de cuestionar tanto y apoyemos más, porque esa es la clave de todo esto. 

Vamos a ver un par de ejemplos: Eileen Collins y Jane Austen. Dos personas extremadamente diferentes, pero pioneras en los dos ámbitos que ocuparon sus carreras profesionales. 

Collins, astronauta de la NASA, coronel y piloto de pruebas de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Fue la primera mujer que consiguió ser piloto y comandante de un transbordador espacial.

Austen, escritora del siglo XIX que se convirtió en una de las pioneras dentro de la literatura británica, entre otras cosas, por la forma tan magistral con la que empleaba la ironía en sus novelas sobre temas tan importantes como la crítica social de su época.

¿Creéis que a ellas no les dijeron que lo que estaban haciendo no servía para nada y no tenía «salidas»? Pero si se hubieran quedado con eso, si no hubieran luchado, no tendríamos a dos de las figuras más importantes dentro de la historia. Si consiguieron todo eso a pesar de las críticas, ¿qué no habrían conseguido de haber sido apoyadas al cien por cien por la sociedad que las rodeaba?

Debemos dejar de minar la moral y las esperanzas de las personas que vienen detrás tanto como debemos parar de forzarnos a nosotros mismos a tener una vida que no queremos. Somos cambio. Cada día aprendemos cosas nuevas. Está en nuestra mano utilizar todo eso para ser más felices, con esfuerzo y dedicación, o estancarnos en el «más vale bueno conocido…».

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