Desde luego, lo que dicen sobre la dificultad de escribir sinopsis es tan cierto como problemático, ya que este primer contacto con la obra tiene la difícil tarea de demostrarnos que invertir nuestro tiempo en esa y no en otra es una decisión acertada. Si además hablamos de un tema tan trillado como la II Guerra Mundial, del que tenemos una nutrida relación de obras en todas las artes, con enfoques de todos los tipos y casi rayando en lo fetichista, sobresalir parece tarea imposible. Esta obra, ganadora del prestigioso premio Gouncourt en 2017, suspende claramente el reto de la sinopsis, pues su lectura parece anticiparnos lo que sería otra novela histórica sobre un tema gastado.
Lo interesante del relato que encontramos en El orden del día es que, a diferencia de otras propuestas, se olvida del meollo de la cuestión y se centra en los primeros años de ascenso al poder de Hitler y la ocupación «silenciosa» de Austria, poniendo todo el foco de interés en las empresas que posibilitaron tal ascenso y en la incompetencia moral y política de una Europa que decidió mirar hacia otro lado y a la que nadie culpó luego por ello. Es una visión económica y mordaz de la guerra, un recordatorio de que las figuras del poder político cambian, pero los grandes capitales del poder económico siguen manejándolo todo con impunidad. La historia comienza con la reunión que Hitler tuvo con veinticuatro líderes de las principales empresas de la industria alemana, los cuales financiaron su ascenso al poder y se beneficiaron de este, hasta el punto de utilizar presos de los campos de concentración como mano de obra desechable. El paralelismo entre la sumisión de los líderes políticos europeos (Chamberlain, Halifax, Schuschnigg, Daladier…) al poder de Alemania y la sumisión actual ante el poder económico de las grandes empresas que quedaron impunes es cuanto menos inquietante, incluso nos sugiere que se ríen de nosotros de la misma forma que algunos líderes alemanes rieron en los Juicios de Núremberg cuando leyeron sus conversaciones telefónicas: «no pudieron contener la risa, allí, en medio de las ruinas». Pero Vuillard no se queda corto en su reparto de dardos venenosos y unos cuantos van a parar a los grandes mitos de la Europa pacifista del diálogo y las buenas intenciones, revelándonos el narrador, con una ironía incisiva, unos cuantos detalles acerca de estos dirigentes que nos invitan a pensar si la incompetencia de dichos individuos fue tal, o si un lobo al lado de un oso simplemente parece más pequeño.
Sin embargo, en El orden del día hay mucho más que ficción histórica. Para empezar, Vuillard se sirve de ese hibridismo de las formas del ensayo y la narrativa que parece estar de moda ahora y que ya anticipó Huxley en su obra «Los demonios de Loudon», integrando en el relato datos históricos documentados a modo de crónica, pero pasando con total agilidad de estos a la elucubración ficticia de los detalles, consiguiendo una inmersión ágil y evitando la distancia. A diferencia de otras novelas históricas o ensayos, Vuillard evita darnos demasiada información documental. De esta forma, aunque se puede leer la obra perfectamente sin tener unos conocimientos extensos sobre el tema, a menudo sobrevuela detalles que da por hecho que podemos buscar (o no) si queremos conocer con profundidad el contexto, evitando de este modo el didactismo excesivo en el que incurren algunas novelas y que irremediablemente nos saca del texto para comenzar una lección académica. El orden del día no es un libro de historia, es una interpretación puntual, incisiva y mordaz de una parte concreta de los hechos. Asimismo, encontramos en el texto metaliteratura e interpelaciones al lector que conducen la obra hacia un tono lúdico que tiene su guinda en la ironía mordaz y el humor oscuro que colma todo el libro. Así, en un momento del relato nos dirá que «cuando el humor tiende a la negrura, dice la verdad», una máxima de la que podemos dudar, pero que será la que emplee, pues encontraremos a lo largo de los capítulos un tono esperpéntico en el que los empresarios se vuelven lagartos, las sombras arrastran recuerdos traumáticos y cualquier momento es susceptible de ser mostrado con humor ácido. Prueba de este humor es el comienzo de la narración de la invasión de Austria: «El horóscopo del 12 de marzo fue maravilloso para los Libra, los Cáncer y los Escorpio. En cambio, el cielo era nefasto para el resto de los hombres».
En adición a todo lo anterior, el estilo narrativo se aproxima al documental contemporáneo, generando algunos saltos, empleando desviaciones (conexiones justificadas con música o pintura, por ejemplo), haciendo un enfoque absolutamente visual de los hechos y elucubraciones, etcétera. Por último, la prosa de Vuillard no está exenta de chispa poética, de juego del lenguaje, haciendo que la lectura sea amena y ágil: «Se diría que el cuerpo es un poema que nos abrasa y del que nuestros vecinos no comprenden una palabra».
En conclusión, El orden del día tiene la agudeza de plantear un enfoque socioeconómico y moral acorde con los planteamientos contemporáneos, en comunión con una forma que consigue trascender la temática y presentarse como un ejercicio de estilo narrativo fresco, incisivo e inquietante que nos conduce con acierto entre sus páginas.