El siglo XX, junto con lo contado del XXI, ha sido una época de profundos y rápidos cambios basados en el constante desarrollo tecnológico que ha posibilitado una vuelta de tuerca en la manera de vivir tanto a nivel social, económico como, claro, político. El caso de la sociedad española no se diferencia demasiado con respecto a muchos países del globo pues, actualmente, el planeta vive una época de convergencia cultural en la que el aislamiento territorial ya no es un impedimento para la interacción humana. Sin embargo, nuestra circunstancia histórica se distingue de otras en tanto la amalgama cultural de hoy en día es descendiente directa de una dictadura religiosa que se impuso en todo el país por casi cuarenta años. Si a eso le sumamos la rápida subida al carro de España a la globalización, nos encontramos, como resultado, una sociedad a medio camino de algo que choca directamente con lo que ha sido.
Antes de analizar esta sociedad dicotómica, cabe mencionar de dónde venimos y hacia dónde vamos. De esta manera, España vivió un comienzo de siglo XX ajetreado, comenzando con la crisis de un sistema político anticuado, pasó por una dictadura para al poco lanzarse a una república cuya constitución implicó numerosos progresos en materia de derechos humanos, aunque eso la llevó a dejar atrás otros aspectos, terminando esta reyerta en una guerra civil traumática que resultó en una dictadura de gran influencia católica por 36 años. Así, aun habiendo cierta influencia anarquista y socialista durante esta primera casi mitad de siglo, la dura represión franquista enfrascó al país a base de una fuerte educación con una base moral católica que ya venía preestablecida desde siglos, sirviendo esta dictadura para aumentar la importancia del mantenimiento de estos valores. Tan adentro calaron estos que no ha sido hasta hoy en día, a pesar de la Transición española y el repudio al franquismo, que no se ha puesto en tela de juicio aquellas acciones culturales tan arraigadas en nosotros que eran invisibles a nuestros ojos. Esta revolución cultural basada en el uso de la ética para romper con esquemas del pasado posiciona a la sociedad actual en un periodo de cambio. Se podría definir el objetivo de este paso de camello a león con la palabra: inclusión; pues sí, la base de esta nueva sociedad a la que se dirige el ser humano está en una donde el odio hacia el otro no exista. De ahí, pues, que existan movimientos tan vastos contra el racismo, el machismo o la homofobia.
Sin embargo, el humano no es puro, nunca lo ha sido y nunca lo será; vive en una piscina de grises, de enredos que hacen de la realidad una a la cual le resulta imposible caber en apenas una breve explicación. El camino hacia evitar el odio hacia el contrario es uno oscuro y ponzoñoso el cual muchas veces lleva a una irónica y qué menos que graciosa realidad paradójica. ¿Por qué? Bien, primero cabría preguntarse: ¿cómo? De esta manera es deber explicar que estos movimientos muchas veces se quedan a medio camino, estancados en dobles morales y es que si algo impera hoy en día también es el «mostrar», cómo no, desde las construcciones arquetípicas culturales ajenas en muchas ocasiones a una realidad que, claramente no es así. De este modo, estos movimientos se quedan tantas veces en un movimiento de «moda», sin más peso en las personas que el de mostrar cómo te sumas al carro sin apenas haber pensado qué significa eso que acabas de enseñar a todos tus amigos. Es por esto que, si bien estos movimientos se sustentan bajo unos cimientos de gran fuerza y humildad, las órbitas de hombres y mujeres masa de alrededor son los que impulsan en verdad la lucha con sus números. Más fuerzas clavadas también en la moda de la superficie.
Habiendo entonces visto un pilar fundamental de la sociedad de hoy en día, es deber hablar de los restos de antigüedad que todavía sustentan gran parte del modo de relacionarse y ser del humano. La historia es esa a veces no tan mullida colcha en la que duerme el presente. Una escalera de cultura de miles y miles de años cuya copa es un reinvento del escalafón anterior y a la vez una inspiración. Por eso, incluso cuando España se dirige cada vez más a una población laica, siguen quedando restos de un catolicismo intangible. Se podría observar esto y de forma clara, en ese Pepito Grillo que sentimos todavía, aunque cada vez menos, al ver a una persona transexual o homosexual; o, por ejemplo, a la hora de relacionarse, ya que el papel de cada género va marcado por una conducta muy influenciada por la pasividad de la mujer y la actividad del hombre. Sin embargo, estamos en fase de transición con respecto a estos valores dado a la revisión de estos, protagonizado en primer lugar por el feminismo en el que, aún bajo un culto hacía el «mostrar», la libertad ética nunca ha sido mayor.
Mas la obra del ser humano es incontrolable e imposible de conducir a los puertos de la pureza. Así, pese a seguir el camino de la igualdad, este lo corrompe a base de egoísmo desembocando en un sistema de supuesta libertad e igualdad. Aquí aparece lo «políticamente correcto» y esa cara de la sociedad que se desentiende de la crítica tomando a esta como el necio ruido de las moscas, confundiéndose con los berridos; ayudando entonces a que se haya alcanzado un no-relativismo. ¿Esto qué es? Bien, resulta que, bajo el lema «todo vale», no es válido, irónicamente, la reflexión y el uso de la ética por la cual, vale la pena mencionar, se han alcanzado (en parte del planeta únicamente) las libertades por las que muchos movimientos luchan. Una, comúnmente conocida, «sociedad de cristal».
El gris impera y demuestra cómo, culturalmente al menos, jamás se llegará a algo que de verdad implique un verdadero bienestar lleno de verdades.
