Nietzsche y el asesinato de Dios

Pocas frases más famosas hay a lo largo de la historia de la filosofía que aquella de Nietzsche de la Gaya Ciencia que reza: ¡Dios ha muerto! Dudo mucho que haya alguna persona que no la haya escuchado al menos una vez. Sin embargo, esta frase se ha hecho tan famosa y se ha repetido tanto que ha perdido su significado, al igual que cuando repetimos muchas veces una palabra acaba sonando rara. Pero ¿qué quería decir Nietzsche con esta frase? La respuesta, como suele pasar con Nietzsche, no es ni simple, ni completamente unívoca; sin embargo, refiere clara y directamente a un hecho que preocupó mucho al filósofo alemán, y el cual es fundamental para entender mejor el siglo XX y la sociedad en la que vivimos hoy en día.

En la Gaya Ciencia, Nietzsche no escribe esta frase, como algunos creen, para declarar a través de un alter ego que él ha matado a Dios, que ha negado su existencia, como si fuera una simple declaración atea provocativa. No, Nietzsche dice que Dios ha muerto, sí, pero que nosotros le hemos matado (así continúa la frase). Ahí está la clave, nosotros somos los asesinos de Dios. Y esto no significa simplemente que Dios no exista, no, Dios existía, claro que existía, pero no era inmortal, y eso lo hemos descubierto al matarle. Ahora bien ¿cómo hemos cometido nosotros semejante asesinato? El asesinato de Dios ha venido de la mano del desarrollo histórico, en concreto de la Modernidad, de las revoluciones científicas de Newton, Copérnico y Galileo, de la Ilustración… Este cambio de paradigma tan radical que supone la Modernidad trae consigo la muerte de Dios en la medida en que cambia la relación de la humanidad con el mundo y como lo conocemos y comprendemos. El ser humano siempre ha intentado conocer y comprender el mundo con los medios que tuviera a su alcance. Tal y como plantean Adorno y Horkheimer en su obra Dialéctica de la Ilustración, el mito era la forma tradicional de tratar de explicar el mundo y comprenderlo, sin embargo, a partir de la Modernidad, la forma de explicar y comprender el mundo se transforma. Deja de lado el mito y la religión, y abraza la razón y la ciencia. Con esto se produce el suceso fundamental de la Modernidad: el desencantamiento del mundo. El mundo deja de ser comprendido con el mito y como algo cualitativo, cargado de magia, de dioses, de encanto…, y pasa a ser comprendido con la ciencia y como un mundo cuantitativo, frío, numérico, que no tiene ningún misterio ni encanto… Este nuevo mundo es el objeto de la razón instrumental, que, según los modernos, posee todo individuo, y la cual es capaz de desentrañar todos los misterios que componían el antiguo mundo para poder dominarlo y utilizarlo. Esta nueva razón es la responsable de este desencantamiento, pues hace que solamente veamos el mundo como algo para usar y a lo que sacar beneficio, y hace que nos olvidemos de que las cosas puedan ser un fin en sí mismo, algo con valor propio más allá del beneficio que da (no entendiendo este beneficio simplemente como beneficio económico, aunque también). Tal y como dijeron Marx y Engels en el Manifiesto comunista: «Todo lo sólido se ha disuelto en el aire».

Cuánta razón tenía aquel centauro de Pasolini en su película Medea cuando decía que todo era santo y estaba cargado de dioses. Efectivamente, así era hasta la Modernidad. Y cuánta razón tenía cuando decía que si veíamos la naturaleza como algo natural y no divino todo cambiaría. La racionalidad moderna lo vuelve todo natural. La naturaleza ya no tiene ningún misterio, es eso, simple naturaleza que podemos entender y dominar. En la visión moderna del mundo, ya no hay dioses. Dios no es necesario, Dios ha muerto, y nosotros, creadores y productos de esta racionalidad moderna e instrumental, le hemos matado en la medida en la que participamos de ella y la reproducimos. Ya nada es santo, ya no hay cualidades en la naturaleza; para comprender y dominar es necesario que solo haya cantidad, números, valor, mejor dicho, beneficio. Las cosas ya no se miran por sus cualidades sino por el provecho que podemos sacar de ellas. Y, sin embargo, hay aún más en la afirmación de que Dios ha muerto que este simple cambio de ver el mundo. Dios no solo representaba ese mundo encantado, representaba más: también era la representación del mundo de las causas finales, del mundo con un fin en sí mismo; era el eje, la espina dorsal, el sistema de referencia de occidente; era la figura central de la ética, la política, la moral, el sentido del mundo… Y tras su asesinato, nos encontramos sin todo esto. La sociedad se encuentra perdida, sin nada a lo que atenerse y sujetarse; ya nada vale, sin Dios, nada es seguro, todo eje cardinal de nuestra vida se ha visto truncado, asesinado.

Nietzsche, con esta frase, está describiendo los síntomas de su época. Decir que Dios ha muerto es anunciar una época en la que el mundo se ha desencantado y somos capaces de dominarlo con nuestra razón instrumental, pero en la que, a su vez, ya no hay nada sólido; ya no hay un eje cardinal; ya no hay unos valores estables y finales, solo hay causas eficientes, y no finales:  es la época del nihilismo. Y este concepto es un concepto central en la obra de Nietzsche. A Nietzsche se le conoce como el filósofo del nihilismo, y es así, efectivamente, sin embargo, no es un filósofo nihilista, pues no apoya este nihilismo en absoluto. Anuncia la crisis del nihilismo con preocupación, como algo negativo, algo que se ha producido por la Modernidad y por esa tendencia histórica occidental de preferir la razón a la vida, que ha hecho que esta surja. Y es que, para Nietzsche, el nihilismo, y lo que conlleva, es un grave problema, pues hace que los seres humanos nos encontremos a la deriva, sin saber qué hacer ni a qué atenernos más allá de ese frío cálculo moderno de beneficios. Y aunque parece que quedan lejos los días en los que Nietzsche escribía acerca del nihilismo, ¿acaso no estamos en un punto cercano? Cierto es que desde la época de Nietzsche todo ha cambiado mucho. El capitalismo ha evolucionado y avanzado, y no se puede decir que nos encontremos en la Modernidad, pero ¿acaso no subyacen estos problemas aún en nosotros? ¿acaso no estamos aún a la deriva en un mundo sin ejes que solo se mueve por el frío y pobre cálculo del beneficio, y que ve a la naturaleza como no más que un lugar de trabajo? Nietzsche predijo dos siglos de Nihilismo, y estamos de lleno en el segundo, aunque no nos demos cuenta. Pero ¿qué podemos hacer? Hay quienes se aferran al putrefacto cadáver de Dios como si aún siguiera vivo, pero ¿cómo se construye futuro anclándose en el pasado? Hay quien trata de revivir a Dios, pero ¿no es eso imposible? Hay quienes tratan de superar el nihilismo creando nuevos ejes de coordenadas, pero ¿será eso posible? Hay quienes se dejan llevar por el nihilismo, y hay quienes se oponen a todo. Mientras tanto, como dijo el propio Nietzsche: El desierto crece, y seguirá creciendo hasta que hagamos algo, si es que eso es posible.

1 thought on “Nietzsche y el asesinato de Dios

  1. Excelente artículo el de Rodrigo Castellano. Me pregunto si la idea utilitarista del mundo no deja de ser una consecuencia del afán, nada nihilista en principio de conocimiento que ha existido en la mayoría de las civilizaciones. El conocimiento ha llevado a una sensación de dominio, que como indica Castellano se ha traducido en una frialdad numérica. Quizás hemos sido capaces de conocer pero no de dotar a la vida, la nuestra, de contenido, de magia y nos consume un sentimiento trágico de la vida que no somos capaces de llenar sin asombro, belleza o amor. Habrá que volver al jardín de Epicuro.

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