Animales Nocturnos (Ford, 2016)

Animales nocturnos: la sinergia perfecta entre el cine y la literatura

Han pasado ya eones desde que me adentré inocentemente en el mundo del cine, que, personalmente, creo que destaca principalmente por su ubicuidad, y he de admitir que, al igual que en la vida, en él, hay sitio para todo y todos: los géneros son infinitos (no encuentro otro motivo para comprender la existencia de toda la saga de Sharknado); las formas de filmar una película y los filtros empleados han proliferado exponencialmente desde su nacimiento; los actores más versados no dejan de sucederse con el devenir de los años; las técnicas de rodaje y edición se reinventan perpetuamente en busca de la novedad; cada vez hay más formas de consumirlo (de hecho, se puede hacer desde la palma de la mano con un dispositivo móvil)…

Sin embargo, pese a todos estos esfuerzos por alcanzar ese tan anhelado cambio y esa necesidad constante de actualizarse, lo cierto es que todos estos esfuerzos se reducen a nada y, lejos de reinventarse, da la sensación de que el también conocido como séptimo arte ha empezado a degenerar y a pudrirse, desde dentro: está muriendo (o lo están matando). La realidad es que, tristemente, como todo arte contemporáneo, la calidad sucumbe ante el interés motivado por el capitalismo, lo que provoca que la nobleza y calidad del arte se vea comprometida y resentida. De hecho, no creo que peque de excéntrico (o de bicho raro) cuando afirmo que, a veces, una buena historia (incluso en blanco negro —que tampoco sé por qué existe tanto odio hacia el cine en blanco y negro—) que mantenga cierta coherencia y exponga una/s temática/ideas claras y lo suficientemente interesante supera con creces a cualesquiera megaproducciones millonarias insulsas, con un guion caóticamente incongruente y plagados de clichés asaz manidos.

No obstante, como bien se dice, la esperanza es lo último que se pierde y lo cierto es que hasta en los recovecos más profundos de la oscuridad siempre parpadea una luz, por pequeña que sea. Digo esto porque, para mí —muy grata— sorpresa, hace un tiempo me encontré, gracias a la recomendación de un amigo, una película que, sin montar una parafernalia, consiguió algo que escasas películas han logrado: sorprenderme. Se trata de Animales nocturnos, de Tom Ford. Su sinopsis reza lo siguiente: Susan Morrow es una galerista afincada en Los Ángeles que comparte una vida llena de lujos, aunque vacía, con Hutton Morrow, su segundo marido. Un día Susan recibe una novela escrita por su exmarido Edward Sheffield, del que lleva años sin tener noticias. En una nota le pide que lea la novela inédita y que se ponga en contacto con él, pues se quedará unos días en la ciudad. Es de noche. Susan, sola en la cama, empieza a leer, y es la historia de un matrimonio con una hija que conduciendo por Texas una noche son perseguidos por otro vehículo. A priori, se podría argüir sin titubeos que se trata de una película corriente y moliente, e incluso sin entrar demasiado en destripes, estamos ante una película que trata temas tan comunes como la miseria humana, la criminalidad, la venganza, la injusticia, las malas decisiones…

No puedo añadir más información sobre la esta, ya que este artículo no tiene como objetivo analizar el filme, pues el objetivo es alentar al lector a visualizarla. Sin embargo, lo que realmente me cautivó y atrajo mi atención (y lo que motiva la publicación de este artículo) fue la forma escogida por el director de narrar la obra. Esto es que Tom Ford crea magistralmente un entramado con varias líneas argumentales utilizando estilos tan distintos como el día y la noche: una de ellas es la vida de Susan, llena de hastío y tedio, y la otra, la novela que le regala su exmarido. Con esta premisa, ambas líneas argumentales se funden de tal manera que la obra rezuma, por un lado, lo mejor del arte cinematográfico y, por otro, lo mejor del arte literario, todo en uno. De hecho, a pesar de que la obra per se se presente en formato cinematográfico, es posible, sin embargo, sentir la magia que uno experimenta durante una lectura. Además, es imprescindible no obviar las diferencias patentes que existen entre el cine y la literatura, ya que ambas utilizan un canal diferente para narrar una historia, van dirigidas a públicos muy diferentes, e incluso sus objetivos difieren en ocasiones. Por tanto, es palmario poner de manifiesto que una obra que mezcla dos ámbitos artísticos tan diferentes (o iguales dependiendo del prisma desde el que se mire) como lo son el cine y la literatura y genere un producto digno de la admiración por igual de un amante del cine y de un amante de la literatura posee un mérito de valor incalculable.

Como conclusión, os propongo visualizar la obra y compartir vuestra experiencia y enjuiciamiento de ella conmigo. No pretendo que se convierta en vuestra película favorita; de hecho, tampoco puedo prometeros que será de vuestro agrado, mas sí puedo garantizar que se trata de una obra inusual, única e insólita que no dejará indiferente a cualquier amante del cine (y de la literatura).

FUENTES:

https://www.filmaffinity.com/es/film731857.html

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