«Hace un tiempo, mi padre y yo íbamos a abrir nuestro propio blog, pero por diversas circunstancias ese proyecto se quedó estancado. Aquí os dejo una de las publicaciones que mi padre escribió. Una reflexión sobre lo realmente humano.
Mi intención es que vaya dirijida a todos los padres, madres, hijos e hijas que habitan y habitarán esta tierra. Aún así, mi padre me la dedicó a mí, su primogénita.
Papá, te quiero.
Disfrutad de la lectura:
«Hace unos años, hablando del alcance de la revolución digital, alguien me echó en cara lo lejos que todo eso dejaba lo humano, lo realmente humano. Insistía en que las redes sociales o el poder desarrollar programas de inteligencia artificial no podrán sustituir ninguna experiencia verdaderamente humana. Nunca podrán —me acabó diciendo— sustituir el darle un beso a mi hija. Lo que sí tengo claro es que nunca la transformación digital ha querido sustituir las experiencias humanas. Lo que sí parece más peligroso es la capacidad que las multinacionales tecnológicas tienen para modelar el comportamiento humano. Como siempre, el peligro proviene de no tener una formación y una experiencia vital genuinamente humana. Para poder manipularnos primero tenemos que dinamitar todo el sistema educativo y sanitario.
Lo cierto es que me quedé pensando sobre qué significa ese beso. Es cierto que la tecnología no podría sustituirlo. La realidad digital parece simular la realidad, parte de ella, pero sin poder ser una realidad completamente real, humana. Lo cierto es que sí es humana. La tecnología es completamente humana, es el avance más portentoso del ser humano. Está claro, como siempre, que la ciencia y la técnica no hacen el mal, no sirven al mal. Y el bien que de esa ciencia y tecnología hemos conseguido no tiene parangón en toda la Historia de la Humanidad.
Y seguí dándole vueltas al beso. La antropología filosófica y la sociología se ha interesado por el significado del beso, y es «digital». Simula una realidad subyacente. Expresa el deseo de ser una sola persona, una unidad. Amar a alguien es desear ser un todo con él. Eso se expresa con el beso como lo más cercano a esa unidad. Es un beso que la manera de expresar el poder «comer» a quien amamos hasta ser uno.
El beso de nuestros hijos no es más que la expresión de pertenecer a otro, ser uno con él. Y así es también un plano de una casa, una realidad que representa lo físico. Lo mismo con cualquier arte o con cualquier oficio. ¿Una silla de madera es un árbol seco? ¿Sólo es eso? ¿madera? Nada de nuestra cultura, de cualquier cultura, deja de ser una representación de algo más que lo físico.
Esa realidad digital puede ser modelada a nuestro gusto, según nuestras necesidades, siguiendo los temores y preocupaciones sobre sus usos. Al final, lo que podemos digitalizar, no deja de ser algo que podemos tratar lejos de lo físico, sin comprometerla directamente. Algo así como lo que nos dice Julieta, creyendo que habla sola, sobre el nombre de Romeo: «¿Qué hay en un nombre? Eso que llamamos rosa tendría la misma fragancia con cualquier otro nombre». Lo importante no es el beso, es amar, lo importante no es tal o cual red social, sino si podemos conseguir un mayor y mejor progreso en una vida razonablemente feliz».
Por José Fernández Tamames.