No estoy en venta

Llevo unos meses planteándome el hecho de sentarme tranquilamente y escribir la sucesión de palabras que a continuación podréis leer en el presente artículo. Sinceramente, lo que más me atemorizaba en un principio era la recepción que este pudiera tener, pues lo que os voy a contar es de todo menos agradable. 

Le tengo mucho aprecio y apego a mi privacidad, pero asimismo creo que tengo total libertad para elegir lo que contar sobre mí, cómo contarlo y, sobre todo, cuándo. Ha llegado el momento de que la gente descubra la otra cara del arte. 

La palabra es una expresión artística más y, como tal, cada creador de contenido experimenta con la pluma hasta obtener el estilo que le define; el mío está marcado por los artículos en los que hablo de música, historia, libros o temas tan candentes como Tinder o el feminismo en la divulgación científica. 

Llevo desde los quince años produciendo contenido para diferentes plataformas y a los diecinueve me dieron la oportunidad de escribir en esta revista digital, donde por fin la crisálida de mis escritos se rompería para mostrar la figura que presenta ahora. La adolescente que empezó a escribir terminó  encontrando su propia voz junto con la armonía que el teclado producía. 

Muchos ya sabréis que empecé a experimentar, gracias a los artículos que hice sobre Tinder, con  entrevistas a diferentes personas para así poder obtener suficientes datos e información como para sacar la última parte de la serie de artículos que escribí en 2020. Tuve una experiencia tan bonita y pude conocer la opinión de tantos usuarios de la plataforma que decidí que quería seguir experimentando con este formato.

Quería ser el medio mediante el cual otros artistas pudieran ensalzar y dar visibilidad a su obra y a su trabajo, por lo que decidí ponerme en contacto con un cantante de cuyo nombre me acuerdo perfectamente y que va a seguir en el anonimato, pues no es relevante para la moraleja que debemos obtener. 

Consejo número uno para establecer una red de contactos. Sé amable. Trata a esa persona como te gustaría que te tratasen a ti. Sé profesional, pero que eso no conlleve ser frío y distante. 

Aplicándome esa sabiduría ancestral, el día que me contestó una historia de la red social Instagram, reuní suficiente valor como para hablarle de mi interés por su figura como cantante y por su historia, le conté que codirigía esta revista junto con dos mujeres maravillosas y que me apetecía dar a conocer el trabajo que hacía como músico y explicar la importancia de su trabajo en mi gremio de traductores. 

El cantante muy amablemente me dijo que me concedía una entrevista encantado y me dio su número de teléfono. No me podía creer que fuera a escribir un artículo sobre un hombre que se dedicaba a la música de forma profesional y que se había visto envuelto en proyectos bastante grandes. Bueno, lo que en realidad no me podía creer es lo que vino después. 

La conversación por Whatsapp precedía a lo que habíamos comentado anteriormente por Instagram: la importancia de la música en nuestras vidas. En sus cromosomas que se encontraba el arte; y en mi caso había un buen recuerdo de una tierna infancia en la que la cinta El Danubio azul, de Strauss, sonaba sin parar en el coche para conseguir relajarme; de los musicales de Disney que veía una y otra vez sin parar y cuyas letras me sabía de memoria; el recuerdo de The Beatles y  Jesucristo Superstar; el primer musical que vi en vivo y en directo, el último al que fui antes de que el coronavirus llegase a nuestro día a día, etc. Mi mente está llena de notas que han bailado en el espacio-tiempo, han llegado a mis oídos y han sido capaces de sacarme miles de sonrisas a lo largo de mi vida. 

Llega el momento de recordarle para qué le había pasado mi contacto. La entrevista. Sí, era el momento de humanizar el arte. 

Qué sorpresa la mía cuando me dijo que me fuera a la capital, que me cocinaría, me llevaría a ver los mejores musicales del Broadway castellano o a las malas, si no levantaban el cierre perimetral, podía invitarme a un vinito online. 

¿Podemos llamar machismo o abuso de poder al hecho de que no te tomen en serio profesionalmente y te intenten «seducir» en vez de dejarte hacer tu trabajo? Descartaría rotundamente lo primero. La gente tiene que intentar ligar de una forma u otra y, si nos quitaron los bares, el único refugio que se tuvo el pasado 2020 fueron las redes sociales. Creedme, hasta LinkedIn funciona. ¿Abuso de poder? Puede ser. 

No hay quid pro quo si ello implica tener que soportar comentarios sobre lo que podría hacerme si fuera a Madrid. No hay quid pro quo si tengo que romper con mis valores y abnegar mi profesionalidad para hacer una entrevista que además favorezca a la otra persona. No. Ni mi moral ni mi ética me lo permiten. Mi profesionalidad está un par de escalones por encima de aquellos que quieren conseguir sacudirse el polvo de la victoria. 

¿Sentí repulsión hacia esta persona? No. En peores batallas hemos luchado. Lo que sí sentí fue lástima por un metalero cuarentón que quería aprovecharse la pasión, el empeño y el esfuerzo que le pongo a todos y cada uno de los artículos que habéis leído en esta revista. 

No quería vender mi alma a ningún Dios para enaltecer a un mundano. Ni mi alma ni mi cuerpo sirven como intercambio ni como un medio para rozar el éxito. 

Decidí que lo mejor que podía hacer era que escuchara la música del silencio. Mi silencio. Mi ausencia de respuesta. O, si queremos emplear una palabra moderna que no dice nada, le hice ghosting. Que cualquiera se apiade de su alma. Y, por favor, que cualquiera le guíe en el sendero del contexto. 

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