«Tommies Bathing», de John Singer Sargent.

Salió la luna

(Inspirada en Noche oscura, de San Juan de la Cruz)

 

ESCENA I

 

(Una figura se ve a través del marco de la ventana. De un lado a otro, su sombra desperfilada de ambigua fisionomía, al amparo de una luz tenue que empapa el dormitorio, baila sumergida en cenital deseo todavía negado, expectante. La puerta del dormitorio descuida el acceso de una fina luz intrusa, proveniente del salón, escaleras abajo, donde el rumor de una tele susurra nanas a una pareja dormida. La sombra lo percibe, cesa el baile de figuras, se acerca a la ventana y busca una luna inexistente.)

SOMBRA.— Escúchame, oh luna, donde quiera que te escondas, pues tu juego de niños no hace la noche más oscura, que, si bien no tiñes de plata mi cariño, yo teñiré de blanco tu sueño. Descansa, oh luna mía, esta noche no me haces falta, pues ya todos duermen abajo, donde yo nunca desciendo. No, hoy subiré escaleras abajo hasta la cima de mis ansias más descarnadas y, allí, con la boca llena de trigo, que me quepa todo el campo, podrás ver en mis ojos una espiga reflejada, la suya, el deseo irrefrenable de dejarme caer en sus brazos y liberar las cadenas que me atan a este cuarto. Ay, luna de deseo, la noche oscura me sabe a abrazo.

TELEVISIÓN.— …y cuatro por ciento de adolescentes asegura no ser entendido por sus padres…

SOMBRA.— ¡No salgas, no salgas!, no despiertes el plácido sueño de los que dormitan abajo. Noche y día esperando martillo pesado y quizá aceptando flor silvestre de verano. ¡Pero no una sombra! ¡No una sombra de luna, no! Espérame, ya bajo, que no despierten y nos separen. Hoy solo tú, hoy solo yo, no hay rumores en el viento, todos vienen de abajo.

TELEVISIÓN.— … le echaron de casa. Hoy nos cuenta cómo vivió ese rechazo…

SOMBRA.— Madre noche que en tu seno me amamantas, única madre de estos pechos desperfilados, de estas piernas que no conocen espejos, pero que hoy conocerán manos, allá afuera de este marco, donde empieza el silencio sin límites y estás tú, callada, diciéndome que vaya, que alguien me espera en el jardín, una flor nocturna. Allí está, brilla en sus ojos la luz de mi cuarto. Me tiembla el mundo y antes de que se desmorone, yo, un martillo, bajo; yo, una flor, subo; yo, una sombra, me lanzo al jardín a deshacerme en sus brazos.

 

ESCENA II

 

(Ráfagas de luz intermitente y débil disparan desde el interior de una caja en la casa hacia el jardín sinuoso por las ventanas, donde difícilmente distinguimos escena viva entrecortada, como quien roba un secreto, leyendo los labios de sombra y media, sin mediar aire ni palabra, carnal encuentro de miradas, de luces blancas, que no de plata.)

SOMBRA.— (jadeante) Otra vez.

(No oímos nada)

SOMBRA.— Toda la noche, si hace falta.

(No oímos nada)

SOMBRA.— Soy tu flor silvestre, tu amapola de rojo sino manchando tus manos cuando me tocas, una semilla en la tierra que pisas para nacer de nuevo. Porque me muero cuando me corta el alba y las noches sin luna crezco de nuevo en tu pecho para llenar tu boca de deseo.

(Se escuchan movimientos)

SOMBRA.— ¿Qué sería yo sin ti? Apenas un martillo condenado a la aspereza de una vida de polaridades. Yo seré martillo, pero también caigo con fuerza sobre las ventanas, y florezco, y brillo, y soy luna cuando me besas con esta dulce noche de confidente. Y tú, mi testigo, mi calamidad y deseo sobre mi inútil pecho, tú eres mi guía en este suelo.

(Entrevemos dos cuerpos de anchas espaldas, sudorosos sobre el lecho del jardín, entrelazados en lascivas pasiones. Un fogonazo del televisor alerta al sueño. La pareja del salón, todavía somnolienta, prende una luz que delata la escena externa. La sombra antes desperfilada ahora se muestra clara: una amapola, Venus de Marte, con martillo, flor y espada, reposa sobre el pecho de su amante, una vez más y no la última, sobre la hierba «transformada».)

 

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