Emil Ciorán

Emil Cioran: lirismo y lucidez

Hace poco cayó en mis manos En las cimas de la desesperación, el primero de los numerosos libros que publicó el filósofo rumano Emil Cioran (1911-1995). Aunque desconocido para el gran público español, Cioran fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XX. En Francia (donde residió desde el 1937 hasta su muerte), y en su país natal, es ampliamente reconocido como uno de los filósofos contemporáneos más grandes e importantes y, aunque en el resto del mundo no sea tan conocido, sin duda merece el respeto que los franceses y rumanos le otorgan. Su obra está fuertemente influida por Schopenhauer, Nietzsche y Chestov, autores de cabecera para la mayoría de los existencialistas, grupo intelectual al cual, erróneamente, se le suele asociar por ser coetáneo, y por su cercanía temática. Sin embargo, a diferencia de los autores existencialistas de su época, como Sartre o Camus —aunque de este último también podríamos discutir su pertenencia al existencialismo—, Cioran da a los temas de los que habla (la vida, la muerte, el suicidio, la religión, la condición humana, la depresión, la angustia, el fracaso, la historia…) una visión peculiar; lúcida, como él decía. Cioran no veía el sentido a las «moralinas» de Sartre sobre la libertad y el proyecto de uno mismo; podríamos decir que era un sujeto que «abrazaba el absurdo». Pero tampoco lo hacía en el sentido que Camus quería: su concepción del absurdo, del azar y la contingencia cruel del mundo, estaba completamente ligada a su profundo pesimismo y a un nihilismo atroz, y lejos de «imaginarse a Sísifo feliz» como hacía Camus, Cioran se desprendía de toda utopía intelectual, filosófica, política y religiosa, para quedarse simplemente con un lúcido e irónico desdén por la existencia, llegando a decir que lo único que le mantenía con vida era la idea de poder suicidarse cuando él quisiera.

En las cimas de la desesperación, (obra que escribió durante sus noches de insomnio, con apenas veintiún años, cuando residía en Bucarest) se compone de pequeñas reflexiones, algunas conexas, otras inconexas y contradictorias (signo el de la contradicción y no estructuración de un pensamiento filosófico, el cual para Cioran dejaba ver que dicho pensamiento brotaba de una gran vitalidad y espiritualidad, y, por lo tanto, hay algo de verdad en él). Entre sus páginas se puede ver un amargo nihilismo desencantado, y se pueden observar todas las bases que cimentaran el pensamiento de Cioran a lo largo de toda su vida y obra. Pero, de entre todas sus reflexiones sobre la muerte, la vida, la filosofía, la religión, la enfermedad y el suicidio hay una que me pareció especialmente relevante. No se tiene que leer mucho para encontrarla, pues se trata de la primera reflexión del libro. En ella (titulada: Ser lírico) Cioran habla de la necesidad del ser humano de exteriorizarse, de expresar lo que siente, de objetivarse (ya sea mediante el arte, la filosofía o cualquier forma), de lo que Sartre y Ortega considerarían como el «un proyecto de uno mismo». Comienza diciendo: ¿Por qué no podemos permanecer encerrados en nosotros mismos? ¿Por qué buscamos la expresión y la forma intentando vaciarnos de todo contenido, aspirando a organizar un proceso caótico y rebelde? ¿No sería más fecundo abandonarnos a nuestra fluidez interior, sin ningún afán de objetivación, limitándonos a disfrutar de todos nuestros ardores, a gozar de todas nuestras agitaciones íntimas? Estas tres preguntas son capaces de demoler toda la filosofía —y la vida— y reducirla a un nihilismo profundo y visceral.

¿Por qué tratamos de exteriorizar todo lo que hay dentro de nosotros, cuando dentro de nosotros es donde, según Cioran, todas esas pulsiones fluyen y se entrelazan entre ellas, creando en nosotros un sentimiento, una riqueza interior, un paroxismo tan grande y lleno de vitalidad que nos hace sentir que morimos de vivir? ¿Por qué tratamos de dar toda esa riqueza interior nuestra, por qué tratamos todo el rato de expulsarla de nosotros mismos, de sacrificar nuestra subjetividad por la expresión? ¿Por qué nos preocupamos tanto en querer hacer algo con nuestra vida, querer expresarnos y darle un sentido si con ello lo que hacemos es perder esa riqueza interior nuestra? Cioran plantea que, al expresarnos, perdemos subjetividad, es decir: para poder expresarnos, para decir lo que pasa en nuestro interior, debemos sacrificar parte de nosotros mismos, parte de la riqueza interior que tenemos. Y curiosamente, el expresarse es una necesidad para muchos, sobre todo en momentos de sufrimiento y amor. Pero ¿por qué? Cioran plantea que la causa de este «querer expresarse» no es otra que la incapacidad que tienen la mayoría de las personas para poder dominar esa fuerza interna, ese paroxismo visceral de sentimientos, pasiones y experiencias que, mientras están dentro de nosotros, fluyen y se entrelazan de maneras extraordinariamente fecundas, dando lugar a una forma de vivir tan intensa, profunda, y con tanta tensión que parece que la muerte nos va a llevar en cualquier momento: vamos a morir de vivir. La solución que Cioran ofrece ante esto es una inevitable si tenemos en cuenta que era hijo de un sacerdote ortodoxo: no soportamos la obsesión de esa riqueza interior tan intensa, es por ello por lo que necesitamos expresarnos y perder algo de nuestra subjetividad, pero hemos de expresarnos como confesión, para poder salvarnos de la obsesión inaguantable que a veces provoca esa sensación en nosotros.

De esta idea surge el concepto del lirismo: una necesidad de exteriorización y de disolución de la subjetividad, y que muestra una efervescencia profunda que aspira a la expresión. El lirismo es eso que surge tras experiencias dolorosas, tras enamoramientos, o en eventos traumáticos que cambian nuestra vida. Surge cuando nuestra vida interior palpita con tanta fuerza que nos es imposible ya aguantarla dentro de nosotros y necesitamos expresarla; es, como dice Cioran al final de la reflexión: […] una ebriedad interior de una pasmosa fecundidad. En los momentos en los que nuestra vida personal y nuestros sentimientos son tan expresivos y profundos que se tornan universales, pues llegan a las raíces mismas de la vida, es cuando brota el lirismo, cuando necesitamos expresarnos, confesarnos, para poder salvarnos. Y aún así, no todas las formas de expresarse son líricas, el lirismo de Cioran exige un flujo emocional y expresivo irracional y verdaderamente profundo, no exige un expresarse porque tenemos cosas que expresar, ni un expresarse de cualquier modo. Exige expresarse como una salvación personal, y mediante un flujo irracional e internos, que trascienda toda forma y sistema, que nos lleve a lugares nunca alcanzados de nuestra subjetividad y del mundo, y en donde converjan idealmente todos los elementos de la vida y el espíritu. El lirismo, concluye Cioran, es pues una expresión bárbara visto desde la cultura, pues en él sólo hay sangre, sinceridad y llamas.

Quizá, en este mundo en el que se nos exige un propósito, una productividad y una objetivación constantes, sin frenos, hasta vaciarnos a nosotros mismos. Quizá, en este mundo donde estamos tan despojados de riqueza interior que la gente no muere de vivir, ni siquiera están cerca de tener que hacer la confesión que implica el lirismo. Quizá, en este mundo donde a la gente se la vacía completamente, o se le impide llegar ni siquiera a albergar un poco de esos sentimientos internos que llevan a morir de vivir, convenga escuchar, por poco que sea, a la lucidez de Cioran, y vivir esta vida siendo más líricos.

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