En defensa de lo científico

Desde la más pura ignorancia científica he de confesar que me fascina todo el conocimiento que pueda adquirir de esta rama del saber humano.

Recuerdo, tiempo ha, cuando las pandemias solo se experimentaban desde la ficción cinematográfica, los interminables cafés que me tomaba con una amiga, metalera de corazón, bióloga por vocación. Su tema de conversación científico favorito era la genética; el mío, la evolución del ser humano y, sobre todo, las explicaciones científicas a los innumerables porqués que me planteaba conforme mi conocimiento sobre el mundo y todo lo que me rodea incrementaba.

Ahora bien, la gente tiende a pensar de forma reduccionista y creen que la ciencia tan solo es para aquellas personas que se ponen la bata blanca, cogen una probeta y hacen magia en los laboratorios, y dejan de lado todo lo que la palabra engloba. «Ciencia» no deja de ser, al fin y al cabo, un precioso hiperónimo que tendemos a simplificar. A nuestras mentes solo vienen la anteriormente mencionada biología, la física y la química, cuando, en realidad, el hiperónimo abarca todavía mucho más.

Una de las cosas que más me fascina del mundo posmoderno es que nos hemos vuelto tan sumamente idiotas como para afirmar que «la ciencia es sexista»[1].

«No es cierto que las mujeres y los hombres tengan cerebros distintos y mucho menos que estas sean, en algún sentido, intelectualmente inferiores biológicamente” a los hombres, como intentó hacerle creer Charles Darwin a la feminista Caroline Kennard en 1881. Solo es algo que la ciencia ha intentado hacernos creer”, dice Angela Saini».

Así comienza el artículo de Angela Saini, periodista, amante de la ciencia y escritora de Inferior: How Science Got Women Wrong and the New Research That’s Rewriting the Story, en el que analiza el efecto del sexismo en la investigación científica. Saini declaró a Physics World[2] que su objetivo era hacer frente a la información contradictoria sobre los estudios de género que aparece en los medios de comunicación y en las revistas académicas.

Para reforzar en mis argumentos, me apoyaré en el libro de divulgación científica que más interesante me parece; interesante porque es accesible para todos los públicos, independientemente del nivel de estudios que tengas en el ámbito científico (trátese aquí la palabra como hiperónimo). Se trata ni más ni menos que de S=EX2, la ciencia del sexo, escrito por Pere Estupinyà y publicado por Debate. En concreto me apoyaré en un apartado de su primer capítulo, Sexo en nuestras células, llamado Pocas diferencias entre lo masculino y lo femenino. En un principio y solo por basarnos el el título, se podría pensar que iría a darle razón a la A. Saini, pero no es el caso. Dentro del complejo proceso del desarrollo embrionario, encontramos «la masculinización del cerebro por el efecto de la testosterona o la feminización por carecer de ella».

Durante el tercer mes de embarazo se produce un pico de testosterona en el caso de que el feto sea XY, por lo que las estructuras del sistema nervioso central, las cuales se están formando en este periodo, comienzan a masculinizarse.

El cerebro está formado por capas; las más internas son las relacionadas con nuestro comportamiento sexual, animal y más primitivo. Con solo decir eso ya encontramos podemos observar que, efectivamente, hay diferencias entre los dos cerebros. Después, la parte más evolucionada del cerebro es plástica y se modulará con el aprendizaje.

En 2005, la psicóloga Janet Hyde publica un estudio llamado The Gender Similarities Hypothesis[3], en el que revisa las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres en las que comprobó que, efectivamente, somos diferentes en cuanto a instinto y emociones por biología, no por cultura. No obstante, en otro tipo de comportamientos se verán diferenciados por esta última.

«Conviene dejar sentado que las diferencias en capacidades mentales ligadas al sexo son también de carácter modular, y no se trata de defender superioridad mental general o global de un sexo frente a otro, como a veces se ha querido probar mediante el cociente intelectual o medidas similares», escribía el profesor de Psicología Básica de la Universidad Complutense de Madrid Emilio García García.

Primera frase desmentida. Implica dar un argumento totalmente falaz el decir que mujeres y hombres no tenemos cerebros diferentes, porque sí, queda demostrado científicamente por la biología y la neuropsicología que, efectivamente, esas diferencias existen y persisten en el tiempo.

Muchas otras científicas han realizado numerosos estudios. Parece que no hay un acuerdo ni siquiera en el propio círculo de estudiosos del tema. Nada novedoso, pues en todas las áreas ocurre exactamente lo mismo. Podéis conocer más leyendo y/o viendo a la neurocientífica Daphna Joel.

El fundador de la Etología Humana, Irenäus Eibl-Eibesfeldt, dijo lo siguiente: «Las mujeres tienen muchos millones de conexiones más que los hombres entre los hemisferios del cerebro y con ello entre regiones que asumen tareas emocionales y racionales. En el caso de los hombres, los procesos discurren más bien separados: a veces muy racionalmente, otras, en forma totalmente emocional». He de decir que este hombre cae también en algunas contradicciones y que los argumentos que ciertos argumentos que expone están más ligados a una ideología atávica que a la ciencia. La ciencia es el método de respuesta más fiable a los porqués filosóficos que se han ido planteando a lo largo de los siglos. A esas preguntas cuyas respuestas no estaban, en un principio, planteada por un dato, sino por un relato. La ciencia debería ser, en teoría, lo más parecido a la verdad que tenemos. Cuando la ciencia se politiza y se abraza a una ideología, la verdad se esconde en pos del relato; y cuando este coge fuerza y asentimos sin siquiera escucharlo o cuestionarlo, corremos el peligro de caer en un estado de pastoreo borreguil, siendo el pastor las ideas promulgadas por un relato y el borrego nosotros mismos.

Si bien estoy diciendo que la ciencia no se debería politizar y debería estar desligada de toda ideología para así dar unas mejores respuestas a los planteamientos expuestos, no quiere decir que esto no se haya hecho antes.

Pasemos al argumento que utiliza Saini de Darwin, padre del evolucionismo, cuya animadversión hacia la inteligencia y la capacidad del sexo femenino se veía reflejada en obras como El origen del hombre y la selección en relación al sexo (1871): «La diferencia fundamental entre el poderío intelectual de cada sexo se manifiesta en el hecho de que el hombre consigue más eminencia en cualquier actividad que emprenda de la que puede alcanzar la mujer (tanto si dicha actividad requiere pensamiento profundo, poder de raciocinio, imaginación aguda o, simplemente, el empleo de los sentidos o las manos)».

Darwin[4] promulgó juicios de valor acientíficos y falaces que han sido refutados numerosas veces a lo largo de la historia por numerosos estudios científicos (véase los mencionados anteriormente). También han pasado 150 años desde la publicación de su obra. Ciencia y sociedad han avanzado a pasos agigantados. Además, debemos, como personas racionales, intentar separar al «yo científico» del «yo moral y ético» de Darwin, cosa que él no hizo en su momento consigo y que tampoco está haciendo la propia Angela Saini. Utilizar como argumento a un científico que empleó su «yo moral y ético» en un obra de hace 150 años en la que dijo que las mujeres eran menos inteligentes cuando hay muchísima literatura científica publicada desde entonces es ir al clickbait, al argumento sencillo y al «yo moral y ético» por parte de Saini.

En el artículo publicado en El País, anteriormente citado, acierta en decir lo siguiente: «La ciencia es un reflejo de la sociedad. Si la sociedad es sexista, la ciencia es sexista. Creemos que los científicos son seres superiores y que van a impartir justicia, pero solo son seres humanos cargados de prejuicios que, inevitablemente, contaminan su trabajo». Después ella misma se refutará a lo expuesto en la cita: «La ciencia tiene que ser consciente del daño que ha causado, de todo el racismo y el machismo que se ha perpetrado en su nombre. Solo entonces se podrá avanzar».

Entonces, ¿la sociedad es sexista? ¿lo es la ciencia? ¿quién tiene la culpa?

¿Quién causa el daño? ¿La ciencia o la ideología? ¿El «yo científico» o el «yo ideológico»? Depende de cómo se formule lingüísticamente una pregunta, la ciencia la abordará de una forma u otra para dar un resultado o respuesta, y no siempre nos va a agradar. La ciencia no se utiliza como instrumento para agradar el alma del ser humano, sino como objeto de conocimiento.

Al final la autora concluye en que en la ciencia está habiendo un cambio y que ya no es tan sexista. Me alegra saber, al menos, que la mujer ha tenido la decencia de leer literatura científica de este siglo y comprobar, así, que ya nadie en su sano juicio dentro del ámbito científico se atrevería a decir que una mujer es inferior al hombre. Esos comentarios darwinianos y freudianos han quedado en un segundo plano para dar paso a estudios realmente interesantes sobre la ciencia y el sexo.

Si uno quiere leer e informarse sobre progreso científico riguroso, siempre puede tenderle la mano a Pere Estupinyà, ya mencionado anteriormente en este mismo artículo. El rigor con el que habla se fusiona a la perfección con su pluma entretenida y divertida. La mezcla del relato personal con el dato científico hace aún más interesante todos los estudios y la extensísima bibliografía que hay recogida en este libro, donde lo social y lo científico se estudian y, a la vez, se toleran y respetan. Conviven.

 


[1] «Angela Saini: las mentiras sexistas de la ciencia» (El País, 2018) https://elpais.com/cultura/2018/09/18/actualidad/1537288829_533173.html

[2] Inferior by Angela Saini wins Physics Worlds 2017 Book of the Year (Physics World, 2017): https://physicsworld.com/a/inferior-by-angela-saini-wins-physics-worlds-2017-book-of-the-year/

[3] The Gender Similarities Hypothesis (Hyde, 2005): https://psycnet.apa.org/buy/2005-11115-001

[4] Lectura recomendada. «No pregunten a Darwin: tres teorías sobre el origen del machismo». Ricardo de Querol para El País (2015) https://elpais.com/elpais/2015/03/13/mujeres/1426223100_142622.html

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