Pinturas rupestres

En defensa de lo común

La individualidad del ser humano es algo innegable. Somos conciencia atrapada en un cuerpo frágil y, si llevamos esto hasta sus últimas consecuencias, incapaces de compartir lo experienciable más allá de lo nominal. La individualidad es ser-humano, condición insalvable de nuestra forma de existir y que se puede entender como maldición o como bendición. Sin la individualidad no existiría intimidad, en el sentido más puro, lo íntimo, lo que se piensa bajito y se reserva para (lo) uno mismo. La otra cara de esta moneda es la soledad, la ausencia, la distancia con la alteridad, que por alguna razón nos duele. Así, de la individualidad surge la forma de mirar, la fungibilidad de nuestros significantes, como si lo que ocurre se nos apareciera solo a nosotros, la poesía…
Eso es la individualidad. El individualismo sin embargo no solo no tiene nada que ver con ella, sino que atenta contra la misma hasta el punto de negarla de forma paradójica. El individualismo es descivilizatorio. El individualismo es la exaltación de un yo que solo es capaz de reconocerse así mismo, una suerte de supremacismo que concibe al individuo como un ser pretérito que no participa nada más que de sí mismo mientras se justifica. El individualismo es la negación de lo común, de lo que nos debemos, negación del desde-donde nos pensamos. Y es que esa individualidad insalvable, la que nos encierra en pensamientos, se encuentra atravesada en lo más profundo de su ser (individualidad-individuo-(lo) uno) por lo que en estas líneas llamamos lo común, y que no es más que la cultura, lo social, el lenguaje y los nombres que heredamos, pero también la res extensa, es la montaña, el sol, el mar, es el cielo con nubes o sin ellas… La individualidad, el sitio que habitamos y desde el que nos pensamos y construimos –¿lo hacemos nosotros?, y a la vez, interpretamos a nosotros y a lo otro–, participa, pertenece, es causa y quizá también origen, en definitiva se encuentra en discusión con lo común.
El individuo no desarrolla lenguaje, no construye una ciudad. El individuo no genera cultura ni dispone de significantes como para conocer o conocerse. Ese trabajo, que sin duda es individual y humano, se ejecuta desde lo común y no puede ser de otra manera. Lo común es originario, es fundacional, pues crea el mundo cognoscible, el mundo que nos afecta, el que nos interpela y nos llama y aquel en el que somos. El individualismo que trata de desmontar lo común es falaz porque niega que ese individuo, como decíamos, nace de este espacio, o al menos depende de él para su proyección, para el cómo (el) ha de hacerse o es hecho. Ensalzar al individuo por encima del resto, de todos, es un retraimiento, un retroceso a la minoría de edad, la victoria de esa incívica moral nietzscheana
Por ir acabando y como reflexión, Unamuno diferenciaba entre individuo y persona como los dos ámbitos interrelacionados del ser humano. El individuo el continente, la persona el contenido. El individuo es lo particular, la persona es la especie. El individuo es mortal y por lo tanto muere. La persona permanece.

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