«Love is a many splendorous thing. Love makes us up where we belong. All you need is love», le cantaba Ewan McGregor a Nicole Kidman sobre un elefante del Moulin, pero la realidad dista mucho de lo cantado o leído. El amor entre dos personas (potencialmente el de una pareja) no surge de la absoluta nada como un todo. El amor se construye poco a poco, con el método heurístico, el ensayo y el error. Probamos y nos equivocamos, o se equivocan con nosotros. Nos hacen daño y consolamos al otro. Acertamos. Judith, ay, Judith Duportail… Está claro que el amor no se consigue en Tinder, tampoco se consigue en una discoteca de la «pseudo vida real»; el amor no se consigue en una caza del tesoro ya que, si bien es el mayor bien que posee el ser humano, el ser amado y tener la capacidad de amar, somos nosotros los propios arquitectos de nuestros sentimientos. Y si no tienes muy claro cómo gestionar las emociones, deberías ver, qué menos, Del Revés (Inside Out, 2015).
Es extraño, Judith, que en las divagaciones de tu libro no te cuestiones qué es el amor —y aquí comprobamos que el estudio sobre las «entrañas de Tinder» es igual de profundo que un charco de lluvia en la Región de Murcia.
¿Cómo vas a indagar sobre las entrañas del amor si no sabes lo que es, Judith? ¿Cómo vas a indagar sobre las entrañas del amor, Judith, si no sabes diferenciar entre pasión, deseo, lujuria, amistad, cariño y un largo etcétera? Vamos a poner los puntos sobre las íes.
Se puede estudiar, hablar y comprender el amor desde muchas perspectivas y campos, los grandes filósofos siempre han divagado e intentado dar una respuesta coherente sobre este sentimiento a lo largo de los siglos; los grandes escultores y pintores han dejado constancia del amor en sus obras. En la literatura hemos presenciado, asimismo, una evolución en el concepto del amor y, por supuesto, la ciencia no se queda atrás a la hora de investigar la reacción de nuestro cuerpo cuando nos enamoramos. Podría abordar el tema desde muchísimas perspectivas y dar lugar a la creación de un interesante ensayo sobre lo que fue y lo que es el amor —e incluso plantear qué será—. No, mi objetivo no es en ningún momento ponerme sentimental y manejar el tema desde el corazón —si es que el órgano de encargar la sangre también fuese el encargado de manejar nuestros sentimientos—. Las ñoñerías y las melosidades me las dejaré para otro contexto, si es que preciara de ellas. No obstante, aquí habla el más puro racionalismo y el rigor. No pretendo en ningún momento deciros ni que estas sean las únicas formas de contemplar el amor ni que sean las más correctas o veraces, cada uno ama como puede, como quiere o como haya aprendido a hacerlo y eso es más que correcto.
ANTIGUO EGIPTO
Me gustaría comenzar por la cultura egipcia. Si hay un tema que siempre me ha fascinado es la percepción que se tenía de la muerte en el antiguo Egipto, pero poco o nada se escucha, se ve o se lee sobre el amor en este periodo de esplendor. Una razón lógica, aunque no por ello la que yo quiera imponer como verdadera, sino como hipótesis, es que el tema del amor en el antiguo Egipto quedó relegado a un segundo plano por ser mucho más libre —y liberal— que en otras culturas que al final han sido las que han predominado en la historia.
El amor no era algo espiritual, sino cotidiano, simple, natural. Podemos verlo reflejado en algunos poemas, dibujos o esculturas de la época. El matrimonio no era sagrado ni formal, simplemente un acto por el que dos personas se unían y, en el momento en el que la llama del amor se consumiese, llegaba el divorcio sin necesidad de que este acto fuese un drama. El sexo abundaba en la pareja y la poligamia no era un acto de deshonra. Se practicaba y no se penaba por ello; no obstante, como todo en esta vida, también iba por gustos. Las dos gamias son de lo más respetables y lícitas siempre y cuando quede consensuado.
Podríamos decir que lo que se vivía en el antiguo Egipto es muy parecido al concepto que podríamos tener hoy la mayoría del amor en pareja, la convivencia y las relaciones sexuales.
Rescato del baúl de los recuerdos un poema que fue extraído de un jeroglífico y de inscripciones del Nuevo Imperio (1 550 a.C -1 070 a.C.), recopilados más tarde por Ezra Pound y Noel Stock. La presente traducción del poema es de Jorge Ávalos.
Encuentro a mi amado pescando
Encuentro a mi amado pescando,
sus pies en el agua, a la orilla del río.
Desayunamos juntos
y bebemos cerveza.
Le ofrezco la gracia de mis muslos.
Hechizado, él muerde el anzuelo.
ANTIGUA GRECIA
Creo que todos conocemos mejor el concepto de amor en la antigua Grecia, no es nada extraño estudiarlo en asignaturas como Cultura Clásica, Latín (en el caso de la cultura romana), Griego, Literatura Universal.
Las artes han bebido directamente de esta fuente de conocimiento para otorgarnos nuevas perspectivas del amor, se nos ha hecho referencia a Eros y a su flecha, a la pasión, al deseo.
No obstante, las otras figuras que construyen el concepto de este sentimiento para los griegos han quedado relegadas a un segundo plano, quizá porque siempre nos haya atraído más todo lo que representa un dios con su arco y sus flechas que cualquier otro tipo de amor más allá del erótico, con mayor trascendencia.
Si analizamos las cuatro formas de amar que expresaban los griegos, podremos comprobar que no es más que una evolución del sentimiento, que pasa de ser pueril y torpe (de ahí que se represente a Eros como un bebé en pañales) a un amor consolidado, adulto.
Eros: Él es el más famoso de todos los amores, como bien decía anteriormente. Ha trascendido y nos ha dejado un gran legado en las artes. El dios Eros representa el amor más carnal, y pasional, llegando a lo erótico. Se caracteriza por representar el amor romántico, pasional e impulsivo. Se le asocia al sentimiento más efímero y pasajero.
No obstante, también se le asocia a las primeras fases que se dan en el inicio de una relación —sin necesidad de que esta tenga un periodo finito—, donde se conoce a una persona y se experimenta, donde hay fuego y se crean las llamas del Hades; es, al final, el primer paso que se da para después pasar a un sentimiento más profundo.
Storgé: Para los griegos era un concepto que se asociaba al amor fraternal y el amistoso, asociado, asimismo, a la lealtad. En este caso el amor nace y se trabaja durante los años, lo que implica un compromiso y un esfuerzo. Lejos de la pasión, esta forma de amar se caracteriza por ser más relajada y reflexionada.
Philia: Se podría decir que este amor es muy similar al storgé. Se trata de un amor que existe hacia los amigos, hacia el prójimo. Quien tiene philia se preocupa por el bienestar y el bien común de aquellos que le rodean. Es un amor desinteresado.
Ágape: Para los helenos, el término ágape se trata del amor más puro e incondicional que existe. Un amor, podríamos decir, que transciende. Es un amor espiritual, sensible, tierno, cuidadoso, puro, que viene del alma para tocar a aquellas que nos rodean. Es de carácter universal.
ANTIGUA ROMA
Qué bonito parecía todo en la antigua Grecia, ¿no? Nos otorgaban palabras para cada realidad que podían percibir con su psique, su corazón o su mente. Es fascinante comprobar cómo los romanos, aun bebiendo de la fuente de sabiduría griega, tenían un concepto de amor muy diferente. El amor valía, pero no dentro del matrimonio. No te casabas por amor, sino para perpetuar la especie y hacer que el futuro de Roma prosperase. Se ponían en la mesa los intereses sociales y económicos de las familias romanas.
No obstante, el poco —o nulo— amor que se profesaban las parejas hacía que el sexo en el matrimonio no fuese la crème de la crème. Por este motivo, el hombre veía la escapatoria en los prostíbulos o en las amantes; al contrario que las mujeres, cuyas leyes y reglas, como el fides marita, las obligaban a permanecer en casa, pasivas, sumisas, sin poder disfrutar del amor más pasional y carnal con una persona que verdaderamente las correspondiera.
Sin embargo, el gran poeta Virgilio, alzó la voz para decir que el amor lo vence todo («amor omnia vincit»); otros, que quedaron el olvido, se atreverían a dejar constancia del amor en lo que ahora conocemos como las ruinas de Pompeya: «Que viva el que ama; que se muera quien no sabe amar. Dos veces perezca todo el que pone obstáculos al amor».
Hacer un retrato sociológico del amor en la antigua Roma es una tarea ardua. Hay demasiadas preguntas en el tintero que se podrían resolver, pero al menos, con este breve espacio que se le ha dedicado podemos hacer un pequeño boceto de lo que un día fue la capital de uno de los más importantes imperios de la historia.
AMOR EN EL JUDAÍSMO
Es bien sabido que, incluso en un mundo donde la globalización todavía no era un hecho que se hubiera concebido, unas culturas emanaban de otras, uno se apropiaba de lo que le gustaba y se lo llevaba a su terreno. De siempre se ha hecho y es algo que permanecerá con nosotros hasta el resto de los días.
Podréis observar en breves que el concepto de amor en el judaísmo es muy similar al expuesto anteriormente en la cultura griega, sobre todo si nos centramos en el concepto de eros y en el de ágape.
En este caso, las palabras que definen a los dos tipos de amor que recoge la Torá, el libro sagrado de los judíos, son ahava y yijud. La primera palabra aparece unas doscientas veces en el libro para referirse al amor fraternal, al que se le tiene a un amigo, familiares o incluso a Dios. Son pocas las veces en las que se hace mención a este término cuando se habla de un amor entre un hombre y una mujer —cabe recordar que estamos en un contexto religioso y por eso hablo en términos heterosexuales, si bien a día de hoy perfectamente podemos hacer la combinación que queramos para hablar del amor—. En el caso de la pareja, el término se emplea para hablar de un amor extramarital y apasionado, lleno de lujuria y de deseo.
Para el amor duradero, sólido y estable, el íntimo, en el que cuidas y te cuidan, el de una relación, se emplea la palabra yijud. Es el amor que va más allá del deseo, el cariñoso u se convierte en íntimo y comprometido. Un amor que nace (ahava), se construye y se cuida para que llegue a trascender.