Manos a la obra, Celia. «Quizá esto no salga bien», me decía una y otra vez. ¿Creerán que estoy siendo una intrusa en el mundo del periodismo si me dedico a hacerle entrevistas a la gente? Entrevistas, ja. Podríamos llamarlo un piscolabis con toda seguridad. Una charla desentendida con gente muy diferente entre sí con el objetivo de analizar cómo se sienten los usuarios de las aplicaciones de ligoteo. Otros lo llamarán salseo, quién sabe. Bueno, vamos a intentarlo.
Lo más sencillo para llamar la atención de la gente es utilizar otra red social para dar a conocer el proyecto, en este caso, Instagram. Una edición cutrecilla y unas fotos sacadas de internet son suficiente para captar la atención del lector. La llama de su corazón al ver el icono de Tinder se enciende —quizá esté siendo un pelín melodramática— y muchos no dudan en cumplimentar la encuesta que he realizado con el objetivo posterior de seleccionar a «las voces» que me quería escuchar. Conozco a la gran mayoría de personas que han realizado la encuesta y eso me hace estar nerviosa, ¿querrán de verdad pasar a la segunda fase? Sí, esa de hablar sin tapujos…
Sorprendentemente he conseguido mantener una conversación con muchas de las personas seleccionadas. Me han contado sus locas aventuras por estas redes sociales donde, supuestamente, el amor puede estar a un swipe y, lo más importante, hemos cambiado el curso de lo que estaba haciendo Duportail. Y digo «hemos» porque en este caso no proviene de mi ego —entiéndase como pronombre personal griego—; la voz de los demás es mucho más importante para mí de lo que puede ser mi experiencia, pues no quiero imponer mi vivencia en la aplicación como una verdad absoluta, como por el contrario hace esta periodista.
Unos días más tarde y cerveza en mano, comienzo a hablar con dos sujetos con los que ya había tratado anteriormente. Han estado en Tinder y han comido muchas… perdices —no me seáis malpensados—. Efectivamente, los dos han tenido la oportunidad de conocer a una persona que les complementa, por lo que iba a poder arrojar poco de luz y de positivismo a esta serie de artículos.
Poco después tuve una sesión online. Mismas preguntas, mismo tema, una experiencia quizá más agridulce (es mucho mejor hacer las entrevistas presencialmente) o, por lo menos, diferente. Una de las principales conclusiones a las que se llega al hablar con diferentes personas es que ninguna de las experiencias es más o menos válida que las anteriores, al igual que no es más o menos válida que la de la escritora de El algoritmo del amor.
Resulta imposible para mí, y puede tedioso para el resto, reproducir todas y cada una de las respuestas de todos los sujetos que han participado en esta locura, por lo que me limitaré a haceros un breve resumen.
La entrevista en cuestión versaba de todo un poco, desde conocer el uso que le daban a la aplicación los sujetos hasta que opinasen de ciertas citas que podíamos encontrar en el libro.
¿Cuál es el objetivo principal de los usuarios encuestados? Todas y cada una de las respuestas que me han dado a esta pregunta coinciden. Conocer gente es lo primordial. Desconectar y la cultura del salseo también son factores clave para descargarse Tinder.
No es de extrañar, ¿no creéis? Me gustaría citar a Chema Alonso en la entrevista que le hizo Jordi Évole: «Tenemos que estar conectados hoy en día para estar en sociedad, si no, no tienes amigos».
En un contexto social donde conocer a gente nueva en persona es cada vez más complicado, el único medio que nos queda para salir de nuestro círculo social o expandirlo es mediante las redes sociales. Querer utilizar una aplicación cuyo objetivo principal es que ligues de vez en cuando no es una sorpresa, pues la gente por ahí está más dispuesta a mantener una conversación y conocer a otras personas que en Twitter, el reino de las quejas, o Instagram, el reino del postureo. Además, añadimos el 2020 a la lista de motivos por los que Tinder ha sido una vía de escape para conocer a más personas, ¿no creéis?
Según la autora del libro, casi todos los hombres deslizan a la derecha a todas las chicas y después hacían una criba, por lo que a mí me interesaba saber cuál es el mecanismo de los sujetos. Siempre he pensado que somos seres demasiado racionales como para dar «me gusta» a todo lo que se mueve y, al igual que yo, esta idea la comparten las personas entrevistadas. Uno de ellos afirma que, ante la duda de dar match o no, el hombre va a tener la tendencia a deslizar hacia la derecha y la mujer va a pasar completamente. No obstante, en su caso, él era más bien precavido. Otros simplemente no se preocupaban de cuántos «me gusta» daban, tan solo necesitaban escapar de su realidad más inmediata.
Otra de las cosas en las que la mayoría coincide es que deben tener una biografía que les llame la atención, que les haga sonreír y que marque la diferencia. Y, al final, es algo que te ayuda a definir quién es tu tipo… No seamos ilusos, todo el mundo tiene un tipo.
Recordemos que uno de los algoritmos de Tinder se basa en conocerte hasta mejor de lo que te puedes conocer tú mismo, por lo que es capaz de ver los patrones tanto físicos como intelectuales que te gustan. ¿Ha habido dos personas que en su biografía han puesto que les gusta el arroz con leche? No te preocupes, que a partir de ahora te saldrán más.
Una de las preguntas que lancé al abismo fue si el hecho de que esos algoritmos supieran de nuestros gustos era algo de lo que debiéramos preocuparnos. Hubo una respuesta que sobresalió entre las demás, sin duda alguna, y es que uno de los sujetos afirmaba que era una forma de facilitarnos la vida a todos. Al fin y al cabo, por mucho que Tinder nos limite a conocer personas que tienen muchas posibilidades de atraernos —¡menuda desgracia, joder!—, la ley de oferta y demanda es mucho mayor de la que te vas a encontrar un sábado noche en la discoteca del pueblo.
Otra cosa a destacar es que el uso que le han dado todos los encuestados es cíclico, se instalan y se desinstalan las aplicación dependiendo de muchos factores socialmente variables: si han encontrado pareja o no, si están hasta las mismas narices de la rutina conversacional —o rito— que se tiene al conocer a alguien y tener que abordar las mismas preguntas una y otra vez, si han tenido alguna experiencia que les haga querer pasar un tiempo fuera de esa red y un sinfín de etcéteras.
Tuve la suerte de poder hablar con un sujeto que no se encuentra en España, sino en Francia, concretamente en la Ciudad de la Luz y, asombrosamente y sin saber esta persona en cuestión absolutamente nada del libro al que le estoy dedicando varios artículos, me relató una experiencia muy similar a la de Judith Duportail. Cada vez que hacía match con un chico que le había atraído de primeras, había dentro de él algo que se despertaba y le llenaba de ilusión. ¿Mariposas? ¿Dragones? ¿Un proceso meramente químico en el que las hormonas se revolucionaban? Después de la ilusión llegaba la decepción y la tristeza, el no sentirse bien consigo mismo porque lo que él había pensado que podría ser potencialmente bueno resultó ser un fiasco. Entonces llegaba el momento de desconectarse de la aplicación, el proceso de desintoxicación. No obstante, la historia se volvía a repetir. Me descargo Tinder. Alguien me gusta. Sufro.
Pero, de las malas experiencias uno aprende, ¿no? No todo en esta vida va a ser una nube rosa y esponjosa en la que posar nuestra cabeza, precisamente. Absolutamente todos tienen malas experiencias por Tinder, pero también muy buenas. Absolutamente todos tenemos malas experiencias fuera del mundo de internet, pero también muy buenas. Al final, cuando decides dar el siguiente paso en la aplicación y conocer a la persona en carne y hueso puedes llevarte una impresión totalmente diferente a la que tenías al hablar tras la pantalla. No pasa nada, forma parte de la vida. Aquí cada uno después se gestiona las emociones como puede y sigue adelante.
Una vez, un sujeto quería echar un quiqui (sí, utilicemos los eufemismos por lo que pueda pasar), llegó a la casa del chico que había conocido en un momento de desesperación en la aplicación. En ese mismo momento se sintió un poco mal y se dijo que qué era lo que hacía allí.
Una experiencia desagradable, pero al fin y al cabo una más para el cajón de los recuerdos.
Pero claro, ¿qué pasa si nos rechazan o si nosotros hacemos el famoso ghosting? Hemos perdido la costumbre tan bonita de expresarnos, ya sea para bien o para mal, por el miedo de herir a alguien.
«Tinder es mucho más impersonal, parece que hace menos daño o que no repercute tanto el hecho de desaparecer de la noche a la mañana sin avisar», me comentaba una de las personas a las que entrevisté para este artículo. Hay miedo al rechazo y a que nos rechacen y eso es un hecho. Nos damos de bruces contra la pared cuando nos percatamos de que nuestra capacidad de gestión emocional es prácticamente nula y no somos capaces ni de ser sinceros con nosotros mismos por miedo. Al final resulta mucho más fácil bloquear un número y eliminar a una persona de las redes sociales y hacer como si no hubiese existido en jamás. Ahora es igual de sencillo dejar entrar a una persona en nuestra vida como echarla de esta.
«Hay mucho gilipollas suelto también en este tipo de aplicaciones, pero como los hay fuera de una pantalla también».
Normalmente hay un desconocimiento general de cómo funciona el «algoritmo del amor», quizá los humanos estemos más preocupados de hacernos influencers y conocer bien el algoritmo de Instagram para que vean nuestras fotos del viaje de 2019 a Honolulú antes que saber las facilidades que proporciona Tinder a la hora de conocer gente. Hablemos alto y claro. Nos importa lo que viene a ser un grandísimo mojón todo lo que tenga que ver con las entrañas de Tinder mientras el objetivo principal que la mayoría de los usuarios de esta aplicación —conocer gente nueva— funcione. Podemos pasar horas y horas hablando con diferentes individuos, viendo fotos de esas personas que te han llamado la atención y que después tienen una calidad conversacional de mierda, o puedes encontrar a esa persona que se pone a hablar contigo, a pesar de tener simplemente fotos de memes en la aplicación y se convierte en un compañero de tu vida. Quizá un día te encuentres buscando el regalo perfecto para ese chico que juega al fútbol en un equipo que lucha por los derechos LGBT y el amor y el respeto sea lo que te envuelve como una manta caliente en una gélida noche de invierno. O puede que no, que no sea tu lugar idóneo para concocer gente. No pasa nada.
En general y por lo que he podido hablar con los usuarios, nos da igual a absolutamente toda la población tinderesca, Judith Duportail, que nos aparezcan tan solo personas que potencialmente nos van a gustar; asimismo, nos da igual que tuviesen un número de deseabilidad que jamás llegaremos a consultar porque la mayoría de nosotros sabemos que valemos más que un número en una aplicación y porque es imposible acceder al número que tantas noches te ha privado de dormir decentemente. De verdad, Judith crees que conociendo el algoritmo del amor vamos tener la fuente de sabiduría infalible… ¿para encontrar el amor? La respuesta es un rotundo no.
Aunque eso, queridos lectores… Eso es otra historia.