Ilustración de la portada «El algoritmo del amor» (Contra, 2019)

El algoritmo del amor (II): ligar según Ovidio, lógica y un me enfado y no respiro

Hagamos un viaje espacio-temporal mientras recorremos con la mirada la secuencia de letras que estoy componiendo para crear este artículo. Un joven romano, llamado Ovidio. escribe su famosísimo Ars amatoria (Arte de amar). En él, el poeta, en tres cantos, facilita una serie de consejos para mantener una relación amorosa, encontrarla, recuperarla, para conquistar a las mujeres, a los hombres e incluso se atreve, en su tercer canto, dedicado al consejo a la mujer, hablar sobre posturas sexuales y da consejos sobre el mismo. 

Tu «yo» del siglo I lee los «consejos que vendo que para mí no tengo» o el Ars amatoria de Ovidio y decide ipso facto que los va a aplicar porque, seamos sinceros, el arte de amar (o el de ligar) ha ido evolucionando hasta prácticamente la inexistencia. 

El input, tu estado inicial, es el de una persona que no se come ni una rosca ni encuentra el amor por no tener unas habilidades sociales desarrolladas para esta misión; el resultado que quieres conseguir es tener esas habilidades para poder amar, por lo que los consejos que Ovidio da son el algoritmo que aplicas para conseguirlo. Tu algoritmo ha sido, finalmente, la lectura y aplicación de los consejos del poeta. ¿O quizá tu mente funcione incluso mejor más allá?

Volvamos a viajar en el tiempo, esta vez veinte siglos hacia adelante y situémonos en  la época del Entscheindungsproblem (D. Hilbert y W. Ackermann, 1928).  Recordemos cuál es el objetivo: demostrar que hay un algoritmo capaz de detectar si una sentencia matemática es verdadera o falsa, —lo cual es imposible. No existe un lenguaje completo ni perfecto en las matemáticas.

Para entender mejor hacia dónde quiero dirigir este monólogo o, como yo lo llamo, esta sesión de intervención, debemos comprender dos partes esenciales y que deberíamos diferenciar de la lógica en términos filosóficos. 

Por una parte tenemos la implicación lógica (AB) —«A, por lo tanto B», «A implica B»— es una afirmación no hipotética, por lo que podría decir, entonces, que habla de verdades universales. A es verdadero y eso implica que B también lo sea. Por ejemplo: «Si no llueve, se produce una sequía».

Por otra, el condicional material (A→B), es decir, una afirmación que no da verdades universales, sino que establece una relación entre ambas, pero no aclara su valor de verdad. Por lo tanto, no hay órdenes que valgan esta condición. Por ejemplo: «Si hoy es sábado, entonces mañana es domingo». 

Nosotros, como seres humanos, somos capaces de verificar la condición y basándonos en eso, crear una decisión, mientras que una computadora tiene capacidad de acción limitada a una serie de instrucciones sencillas que un humano le da. 

Vamos a ver cómo funcionan parte de esos algoritmos que tanto daño nos pueden hacer a nuestra existencia, según la autora.