Es el hecho de que mañana muera el que transforma mi vida en un acontecimiento finito. Eso define mi existir en un simple llegar para irme, algo que convierte cada decisión en un simple giro de la historia. Las moiras dotaban a los héroes de la antigüedad clásica de un sentido que trascendía esta finitud y es que, al ser ellas las que actuaban a través de estos, se revelaban al menos como figuras necesarias para un devenir constituido en predestinación. Nosotros somos más frágiles y no tenemos más destino escrito que el de vivir por vivir, hijos de un azar que nos arroja al mundo y a la vida. Y es así que morimos cada día sin dejar más constancia que la del uso que hayamos hecho del pliegue de tiempo en el que hemos habitado, pliegue de una corriente que se aleja hacia el allá, estirándose en los siglos sin un final para nosotros concebible. Somos contingentes para la vida y el tiempo que nos testifica. Sin embargo algo ocurre entre nosotros una vez aquí y es que, capaces al menos de vincularnos a lo que acontece en el proceso de conocerlo, creamos una realidad a nuestra medida, y negamos la otra hasta el momento de irnos. La muerte es inconcebible para la razón pues la despoja de la vida que es la esencia de la que surge.
Las moiras hacían de las vidas de los héroes de la antigüedad clásica un acontecimiento necesario, pues estaban predestinados a cumplir voluntades que trascendían la futilidad del individuo. Esta negación del individuo por una alteridad histórica representaba la superación de una realidad contingente basada en la irrelevancia. Lo que Tetis le ofrece si se queda en Grecia es una vida larga y plena, formar una familia y disfrutar de lo cotidiano, de lo olvidable, de lo humano. Aquiles lo desprecia. Aquiles va a Troya porque elige aceptar esta verdad: ya está muerto, puede realizarse en el devenir de la historia o puede acabar sus días como hombre y mortal. Aquiles elige la inmortalidad. Y es que la contingencia es algo muy doloroso cuando la conciencia se conoce a si misma.
Sin embargo cuando otra conciencia te encuentra y te conoce, esta te redefine y te legitima. Aquiles llorará la muerte de Patroclo, a quien ama, y desdeñará la inmortalidad al descubrir que esa contingencia era superada por el amor de este, olvidando su destino como ejecutor de la historia y cayendo en hybris (la desmesura que rompe el equilibrio de las cosas). Porque el amor, la capacidad de amar, no es otra cosa que la capacidad de atribuir a la otredad —en la que nos infiltramos al conocerla— una necesariedad al menos en relación a nosotros.