«Cuombajj witches», Seb McKinnon

Brujería moderna

«Magia» y «brujería» son términos obtusos acuñados en base a muchos fenómenos a lo largo de la historia. Muchos de estos provienen de manifestaciones religiosas, como el chamanismo, en las que una persona adquiere la supuesta capacidad de dominar o comunicarse con fenómenos más allá de la comprensión humana. En algunas ocasiones, se llegó a ligar la idea de la magia con la ciencia, como en el caso de la alquimia, que mezclaba astrología, química y biología en un contexto místico, vetado a los no iniciados. Sin embargo, la imagen de la bruja más común en la actualidad proviene del imaginario medieval, fruto de la homogeneización de varios mitos en una sola figura. La moira, la xana o la sorguiña pasan a ser el mismo ser, un siervo del diablo infiltrado entre la sociedad y repudiado por esta, sumergiéndola en una histeria colectiva que acabó culminando en un trágico evento: las cazas de brujas.

Aunque gran parte de las obras de ficción continúan esta visión oscura, a veces incluso deshumanizada, realmente no es compartida de forma seria por casi nadie. La bruja que vuela en escobas y causa epidemias fue desbancada por la ciencia y solo parece tener cabida en la fantasía. Sin embargo, una visión que aún perdura es aquella planteada durante el siglo XX, la que dibuja a las brujas como sabias mujeres perseguidas por la Inquisición debido a su amplio conocimiento del mundo natural y al hecho de que representaban una oposición al monopolio ideológico, además de engrandecer la figura de la mujer en una sociedad patriarcal. Esto ha llevado, por ejemplo, a lemas feministas como: «Somos las nietas de las brujas que no pudisteis quemar», que buscan identificarse con estas figuras, víctimas de su época.

Pero para entender las cazas primero hemos de entender su origen. La aplicación de ungüentos con plantas que contenían alcaloides, como en el caso de la belladona, por vía tópica en el interior de la vagina o el ano causaba alucinaciones como una falsa sensación de vuelo (de ahí surge el mito de la escoba voladora, que se considera la herramienta empleada en estos ritos) que, unida a las creencias populares de la época, extendió el mito de la bruja maléfica, causando una psicosis colectiva que permeó en todas las capas de la sociedad. Si bien es cierto que se pudo llegar a utilizar la caza de brujas como herramienta política por parte de la Iglesia, este nunca fue el motivo principal. Existió una verdadera convicción que no hizo más que reforzarse ante la oleada de falsas acusaciones y de confesiones bajo tortura; y esto ha de considerarse en las lecturas que le demos al conflicto hoy en día, sin dejarnos cegar por nuestra sesgada visión de los hechos.

Esta visión de las brujas como una suerte de elemento contracultural ha engendrado nuevas creencias y movimientos en la actualidad. Un ejemplo de esto son cultos neopaganos como la Wicca o la autodenominada «brujería tradicional». Aquí se toman elementos de culturas celtas y se añade el misticismo esotérico de la figura de la bruja, planteando una vuelta a la adoración de antiguos dioses reinventados en deidades como la Gran Diosa o el Gran Dios Astado. Sin embargo, no es necesario irse a movimientos tan poco comunes. Creencias como la sanación con cristales, el tarot o el horóscopo se han extendido por todo el mundo; y aún cuando el efecto Forer, el sesgo de confirmación o el efecto placebo explican fácilmente la supuesta efectividad de estos métodos, hay gente que prefiere seguir creyendo en ellos. ¿A qué se debe esto?

En La gaya ciencia, Nietzsche resucita la frase de Hegel: «Gott ist tot» (Dios ha muerto). No habla de forma literal, sino de cómo la religión ha dejado de ser una respuesta válida a las grandes preguntas de la humanidad. Tras destruir la objetividad y moral universal que nos ofrecía Dios, Nietzsche nos destierra al frío yermo de la orfandad divina. No suena descabellado pensar que haya gente buscando algo de calor en una forma de expresión religiosa más antigua.

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