Criarse en los 90 fue algo muy sencillo para mí, y no porque la palabra bloc se refiriera a un simple bloc de notas y fuera hijo único, sino porque yo no me crie, lo hicieron mis padres. Para ellos imagino que sí que resultó algo más complejo, si por mí fuera hubiera muerto de desnutrición a los cinco años ya que lo único que sabía y quería pedir eran galletas dinosaurio. Su lucha diaria para que me desarrollara a lo largo y no a lo ancho dio unos frutos amargos y de un color blanquecino que emanaba un aroma a fracaso. Tanto fue lo que crecí que había suficiente masa como para proliferarme en dos y empezar la dualidad de mi persona. Desarrollé dos personalidades diferentes, y no hablo de ningún tipo de trastorno mental o del lado bueno y el lado malo que todos, y repito, todos, tenemos. No, no. Hablo de palabras mayores, de mi frivolidad controlable de la que nadie parece percatarse y de la extrema dulzura que todos ven a primera, segunda y tercera vista.
Mi dúo mental empezó a ir un poco más allá a los 18 años, cuando empecé a pensar por primera vez y a darme cuenta de la facilidad con que había sido dotada para manipular a mi propia mente. De pronto me di cuenta de que era un ser racional evolutivamente hablando pero que mi irracionalidad de las galletas dinosaurio seguía allí 13 años después. Aun así seguía sin comprender muy bien el circuito mental que seguía mi cabeza para procesar la realidad, hasta que años después me di cuenta de que vivía en dos realidades distintas y que era capaz de alternarlas a mi antojo. La realidad física es donde reside mi cuerpo. Vivo en ella no por placer sino porque es el único lugar donde puedo asegurarme de que todos mis órganos continúan funcionando como una máquina de relojería recién salida del taller, y de que mi respiración sigue el curso y la constancia necesaria para que mi palidez no se convierta en un morado que no pegaría nada con los tonos marrones que suelo vestir a diario. Mi hogar, sin embargo, la realidad ficticia, es donde mis neuronas trabajan a todo vapor y hacen CrossFit con una energía y entusiasmo que envidio con malicia y desdén. Ambas realidades tienen las mismas calles y los mismos árboles, pero el oxígeno cambia ligeramente. En la realidad que yo he elegido respiro letras, trazos a lápiz, arpegios de piano y café. Me alimento de caos, de irracionalidad y de emociones que van y vienen como toda esa gente con sus vidas y pensamientos que vemos subir y bajarse del metro y que tienen el descaro de pensar que su presencia no nos ha impactado en lo más mínimo. Vivo en una dulce toxicidad provocada y cuidada con esmero y dedicación que no cambiaría por nada; y, sin embargo, la detesto y me hace inmensamente feliz e infeliz.
Mi personalidad allí es un gran misterio y una locura incontrolada. Puedo hacerme creer cosas que no son, puedo cerrar mis ojos en la realidad física donde el mundo está repleto de entes que me parten el corazón y volver a abrirlos en el lugar donde nada y todo ocurre. Puedo hacerte creer que la cordura y felicidad tienen las riendas de mi vida, pero tú eres tú y también puedes darte cuenta de lo que esconde mi dualidad o al menos interpretarla a tu manera.
Al fin y al cabo, la dualidad es una interpretación ajena.