La noche comienza ralentizada y tortuosa. La chica se revuelve entre las sábanas, incómoda. La chica soy yo, pero en otro momento, y no realmente. Soy ella, y a la vez eso nunca me ha pasado. Muchas veces me han pasado de manera idéntica cosas parecidas, pero nada de eso. A la chica que soy yo, sí le pasan, especialmente, en este trozo de realidad (que no debería ser tomado como realidad auténtica). Los pensamientos que ha embuchado hasta el fondo de su cuerpo, vuelven con fuerza hacia arriba, son fantasmas que circunnavegan entre sus conexiones sinápticas. Son bolas bien enmarañadas de pensamientos oscuros. Son unos parásitos muy ruidosos, que trashuman de su cabeza, por la noche, al estómago de día. Y molestan a la chica. La molestan por la noche, porque es cuando más se mueven, vienen preñadas desde el vientre, preparadas para desovar. Y el azote de estas ideas comienza, extendiéndose en oleadas. La chica da vueltas y vueltas, recordando cosas que no le han ocurrido ese día.
un letargo prolongado me hace sombras
me destroza, mamá, no me hagas preguntas
un dolor que me somete y deja en vela,
es este sopor el que lacera las paredes
de mis cavidades internas, de lo que
falta de mí (siempre) y el ahogo
me contempla con sorna: no soy
no he sido, nada es y, aunque esto
se me pase, la realidad es esta.
¿cómo puedo vivir con este arco
de sufrimiento rondando en mi—
cabeza recostada sobre la almohada
tengo la tensión impregnada en mi
organismo: estoy hecha de desconfianza
y soñolienta hiperventilo
hago esto de contarlo y caigo en la
cuenta de que ¿cómo puedo vivir con
todo esto dando vueltas? ¿cómo puedo vivir?
¿cómo puedo?
Un fuego, una fiereza recorre a la chica: desde sus dedos, congelados de los pies hasta su cuero cabelludo. Debo recordar que esto no está sucediendo ahora mismo, no hay motivo de preocuparse, mis pies están bien cubiertos con unos calcetines calentitos. Pero yo también siento el escalofrío bochornoso recorriéndola. Por fin empieza a quedarse dormida, como si el calambre hubiera sido un botón apagándose en su interior. Su cuerpo se desliza hacia el interior de la colcha y su mente se precipita al interior del tanque de los sueños, liberándose. La silueta translúcida sacude la dimensión de los sueños con todos sus aletazos y plumas mojadas. Algo va mal. Algo ahí fuera, aún en la realidad, se ha quedado encendido, algo que no debería. Hay un piloto en la sala de máquinas que refulge alumbrando la sala desierta con una nube alarmante, y roja, mas no queda nadie ahí dentro para verla y alarmarse. (NO ES NECESARIO ALARMARSE, PUES TODO ESTO ESTÁ PASANDO EN LA CABEZA DE LA CHICA, NO EN LA SUYA, NI EN LA MÍA, aunque yo soy la chica, ESTA REALIDAD NO ES UNA REALIDAD VERÍDICA).
Hay alguien tumbado en mi cama,
dormido. incrustado en las sábanas.
con minerales entre los dedos.
está contando los días de los meses,
no puedo verle la cara, hay una nube
entre nosotros. está cambiando el color del techo
con sus respiraciones desacompasadas.
quiero abrirle los puños, atacarle con arañazos
comienza a despertar:
sus párpados se hunden como por una falla
las manos se deshacen en trozos de hojas partidas
oigo su voz alzarse hasta llegar al grito sordo.
y me mira. me hiela con su malicia
hay algo demónico en la estancia
se incorpora hacia la ventana
y estalla en carcajadas como astillas.
le salen escarabajos de los oídos, una vez digeridos,
retazos confusos de su viaje hacen eco en el aire
multitud de voces superpuestas
una baldosa en la calle de noche
lo que se hace cuando los padres no miran
la playa maldecida tras la pared herrumbrosa
el telón de negrura, lleno de seres indecibles
«no queremos mirar bajo las mesas»
—me dice—. percibo su mano (desaparecida)
alejarse de su brazo. se dobla como una servilleta
y me sirve una ración de caldo.
su camisa levita y me sonríe perversa.
veo su pecho deshincharse.
como un muñeco de trapo se hunde
hasta dejar solo una hendidura en mi cama.
oigo todavía el siseo de sus zapatos al arrastrarse
por entre las paredes, reverberando
reverberando
La pesadilla termina así, sin extinguirse del todo. Es un incendio que se debilita hasta desaparecer, aparentemente, pero que persiste en dimensiones microscópicas. Y deja todo el paraje de la mente de la chica nevado de ascuas. No tiene nada de malo lo que ha ocurrido, a parte de que no es ninguna realidad que deba concernir a nadie, exterior a esta crónica, ni siquiera forma parte de la realidad de la chica. Se trata de un fenómeno bastante inocuo y común, que ya ha sido estudiado por la ciencia, nada que deba despertar alarma. Durante el mismo, se experimentan alucinaciones visuales y sonoras, acompañadas por una parálisis motora que imposibilita de manera transitoria la capacidad de ejercer cualquier movimiento voluntario, esto sucede en el estado híbrido que funde el sueño con la vigilia. Pero la chica está bien. Ahora está bien, aunque aterrorizada. Teme encontrarse con el espíritu de nuevo, si retorna al inframundo de los sueños. Pero tiene que hacerlo. Aprieta los párpados con fuerza hasta caer en otra ratonera onírica.
una tórtola encallada: todo está en otro sitio,
las cosas dan la espalda a su lugar
y el camino de una a otra se vuelve confuso
el espacio mismo es laberíntico:
aquí coexistimos: en la marisma:
los cayados rotos, los bogavantes supinos, sobre la arena
un nido aterido, los huevos fritos
las ramas abiertas en vena: este paisaje
era un destino aún no descubierto.
las hojas son cosas de ahora, pero todo ya estaba
aquí. desde el principio.
con ayuda del tiempo puedo estar en cualquier parte
pero me mantengo aquí, tras haberme caído.
estoy atascada en este espejismo salado.
estoy sentada, en pie, despierta, ahora mismo.
veo que mis garras no son tan grandes.
si me retuerzo lentamente casi me desprendo de la red
(mas el tiempo me sujeta del tobillo)
Ahora la chica que soy yo no despierta, permanece dormitando con el pecho bombeando con levedad. Es evidente que, aunque ella y yo seamos la misma persona, yo no puedo estar narrando esto y dormitando a la vez. Asimismo, esta crónica no puede estar discurriendo si la persona externa a ella está dormida. Todos han de estar despiertos para que funcione, excepto la chica.
una fiebre repentina es este campo.
estaba ahí y ahora ya ni siquiera es pasto,
son árboles cuadriculados. es una plantilla que
esconde el vientre embarazado de la tierra,
las cálidas y húmedas reliquias dormitan impacientes.
las vasijas esparcidas por el monte son semillas extraviadas
son la prueba viviente de la fertilidad,
que yace enterrada por los años, los temporales,
los arados. aquí había antes alguien que no soy yo.
sujeto como por hilos al mismo punto exacto.
Y siento en mis huesos el rito.
retazos e impresiones de galerías,
del culto que se procesaba desde los pueblos aledaños.
no dejéis que se lo traguen. las máquinas de dientes afilados.
el trigo y la cebada. no dejéis que se resbalen
entre vuestras fauces de perro hambriento
las piedras preciosas y colgantes.
pues antes aquí había alguien. alguien que no soy yo
Esta realidad que se desenvuelve, y aquí concluye, se puede observar como una sustantividad imprecisa. Las incongruencias son incontables, en cuanto a cosas que no deberían poder percibirse y la ausencia de cosas que deberían estar ahí. Pero las emociones, las emociones son la corriente eléctrica. Se disparan desde una esquina de la habitación, empujando el sueño hasta la esquina opuesta, incendiando el corazón (el cual late a una velocidad conveniente, más allá de la realidad del sueño, pero mucho antes de la realidad que rodea a esta crónica). Así se clausura de manera obligada esta creación, pues la chica ha conciliado el sueño. Y porque ya nadie duda de que su realidad no sea la misma que esta chica, o de que ella y yo seamos, y, a la vez, no seamos la misma.