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Alienación

Cualquiera que haya estudiado economía estará familiarizado con la proposición: «las necesidades humanas son infinitas, los recursos son limitados». La petición de principio es explícita, ya que se deberían definir cuáles son las necesidades humanas, las imprescindibles; y cuáles son los recursos que las satisfacen, y comprobar si, efectivamente, la proposición se cumple. No, la proposición no es más que una falacia ideológica, que responde a una reducción de la existencia humana como ente de consumo. La generalización, que representa esa infinitud de necesidades humanas, podría encontrar su fundamento en entender que cada persona significa una forma existencial de Ser. Si fuera este fundamento una sospecha legítima, se posaría sobre el mismo: ¿conoce la gente su verdadero Ser? ¿Vive la gente su vida libremente? Hay una pregunta que me encanta hacer, por lo aparentemente sencilla que es, pero que suele resultar algo problemática. Hace unos días, le pregunté a mi compañera a qué dedicaría su vida si la tuviera resuelta. Este estar resuelta, para nosotros, estaba muy claro y hacía referencia a la resolución de las necesidades materiales: a la comida, al techo y a la ropa. Ella me contestó: —Ahora mismo, mi vida está tan marcada por la realidad que vivo—. La realidad que vive, los problemas, las necesidades, de alguna manera aparecen en la frase como ajenos, como que no le eran propios. La alienación absoluta a una realidad que nos es impuesta. La proposición inicial yo no la comparto. Es evidente que los recursos son limitados. Para Marx y el materialismo histórico, la pugna por estos recursos limitados era el verdadero motor de la historia. No creo que se pueda comprender la existencia humana como una síntesis dialéctica, y, sin embargo, no tengo la más mínima duda de que en este sistema, irracional y esencialmente injusto, desperdiciamos nuestras vidas. Extrañados de nosotros y anulados, elegimos, coartados por una suerte de determinismo, basado en el valor, que nos asignan de acuerdo a la riqueza que producimos. Elegir la vida es, de por sí, una lucha, la de averiguar dónde reside la verdad que escondemos. Es una lucha que acaba con el último suspiro y en la que tenemos todas las de acabar fracasando; y aun así, nadie puede negarnos la posibilidad de librarla. Para Sartre, la libertad era un fusil, era la capacidad —material— de poder evitar la alienación. A mí, para empezar, me es suficiente el criticismo.

«El ser humano, considerado como persona, está situado por encima de cualquier precio, porque, como tal, no puede valorarse solo como medio para fines ajenos, incluso para sus propios fines, sino como fin en sí mismo; es decir, posee una dignidad (un valor interno absoluto), gracias a la cual infunde respeto a todos los demás seres racionales del mundo, puede medirse con cualquier otro de esta clase y valorarse en pie de igualdad».

I. Kant

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