HIC SVNT DRACONES

Hunt-Lenox fue el primer cartógrafo que escribió la mítica frase latina HIC SVNT DRACONES («Aquí moran dragones»). El hijo de la tierra y el mar no solo esbozó con porfía las líneas curvas de un mundo aún virgen e inexplorado, sino también labró los campos de la necia conducta del ser humano y la reflejó en papel. Su insensatez se convirtió en la praxis del medievo y, desde entonces, no había planisferio que se resistiese al horror de los monstruos. Por doquier pintarrajeaban serpientes marinas, sirenas aciagas y dragones con sed de sangre que advertían al trotamundos de lugares desconocidos e inhóspitos. Las malas lenguas decían que, allá donde el hombre no había avistado tierra firme, moraban seres de ultratumba, un veneno que contrarrestaba al paganismo de aquel que quería sobrepasar los confines del mundo con su ansia estólida. Marcaban a fuego su lema (HIC SVNT DRACONES) para redundar en su miedo y hacer de los demás unos zotes.

Permítaseme que enmiende mis excesos y ruegue el perdón de un señor que descansa bajo la fría tierra. Bien sé que Lenox no era un mentecato ni mi intención es que así se crea. Será cierto, quizás, que vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. En ocasiones, de lo que adolece uno, adolecemos todos. Si analizamos con cierto detenimiento su consigna, daremos buena cuenta de que alguna vez los dragones yacieron en los lindes de nuestra vida. Y es que llega un momento en nuestro camino en que nos aterra seguir adelante y arrojamos escollos al frente para zafarnos de nuestros miedos.

¿Quién no ha cartografiado sus límites? Llegamos a un marasmo moral en que parece no quedar otra que flagelarnos. Nos enjaulamos no bien algo o alguien acomete contra nuestra integridad y nos desarma. Entramos en duelo y cortamos nuestras propias alas por temor a conocer el nuevo mundo que florece tras haber batallado contra los monstruos del pasado. Y permanecemos quietos, inertes al cambio, con nuestra única baza: imaginar dragones que con fiereza nos impiden extralimitarnos.

Esos seres mitológicos no son más que el reflejo de nuestro pavor, son producto de nuestras leyendas, un consciente que entra en pugna contra nuestro dolor y las experiencias traumáticas que se almacenan en nuestro subconsciente. Mas un día cae la gota que colma el vaso y peligramos en un mar de angustia indoblegable. No siempre basta con nadar a contracorriente, porque quien lo hace acaba ahogándose. A veces, es mejor fluir y convertirse en agua fresca que baja de la montaña, como un alud níveo que busca un nuevo lugar donde posarse. Descubrir que se hace camino al andar, como Machado trovaba. Y ver. Divisar nuevos horizontes y esbozar una pequeña sonrisa al dar buena cuenta de la rutilancia del nuevo mundo. Nunca hubo dragones.

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