Pintar para recuperar la vista

Nos creemos en posesión de nuestros sentidos. En el día a día, sin embargo, los usamos casi por error y no de manera activa, consciente. Tocamos, saboreamos por error, abrimos los ojos y vemos por error. Hacemos nuestra vida al margen de ellos y, de rebote, sentimos. Pero algunas actividades poseen la cualidad de devolvernos las orejas, los dedos, la nariz. Cocinar, escuchar (que no oír) música, acariciar a las personas amadas… Son todas acciones que nos devuelven a la realidad sensible que habitamos y representan una buena manera de regresar a los cuerpos y a sus límites. Centremos nuestra atención por el momento en la pintura y su relación con los sentidos.

La pintura es atención. Es mirar más intensamente y por más tiempo el mundo que nos rodea, no para captar hasta el último detalle de nuestro sujeto sino para descubrir qué es lo que lo hace diferente a los demás, su rasgo distintivo. Una de las lecciones de la pintura, acaso la primera y más importante, es que no podemos aspirar a una representación exacta de la realidad. Incluso el calco más preciso de una escena carece de la emoción que nos puede llegar a evocar la realidad misma. El instante es inaprensible.

Abandonada la pretensión de trasladar la realidad al lienzo debe emerger la voluntad de síntesis. La realidad se nos presenta rebosante de colores, luces y emociones por lo que esta tarea puede resultar abrumadora. La pintura es lo que está en el cuadro pero también es lo que el artista decide dejar fuera. Un buen cuadro no simplifica la realidad; la condensa a su esencia, a sus rasgos particulares, y solo cuando se ha desprendido de todos los detalles superfluos el motivo se presenta diáfano. Si el artista ha realizado bien su trabajo cualquier escena bulliciosa o llena de elementos se leerá con claridad y equilibrio. Es por ello que solo un observador paciente puede llegar a semejante nivel de comprensión del sujeto pictórico. Es común pensar que la virtud del pintor reside en la mano con la que sujeta el pincel pero es en sus ojos donde se esconde la clave de su pintura.

Una vez recuperamos nuestros ojos, a la manera de una maldición, no podemos dejar de «ver». Todo aquello con lo que nos topamos diariamente es analizado con el mismo rigor y uno redescubre cosas que creía conocer: en los ojos claros del amigo un sinfín de azules, pero también negros y tonos anaranjados; en el jardín del patio se realzan los grises y la oscuridad del invierno pero también florecen con renovado brillo los colores de la primavera. Aprender a observar es reconectar con nuestro entorno, es, en definitiva un compromiso con la belleza cotidiana.

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