Fuente: lifestyle.americaeconomia.com

Innecesariedad

Utilicemos palabras como sublime o infinito; recreemos las nubes del pensamiento disperso, del desamparo referencial, en lo enrevesado de los conceptos. «Corred insensatos», hacia la podredumbre categorial del abismo, inexistente, que nunca devolvió la mirada. Merezcamos la Filosofía pariendo premisas, sin arraigues; sistemas herméticos; imágenes de vida. ¿De qué vida? De la mía, de la tuya, de la del prójimo y, también, de la de los hermanos trileros, aspirantes a curas sin feligreses. ¿Jesús de Nazaret o Carl Marx? Del segundo de los judíos, atestiguo su nacimiento.

A mí ya no me interesan las palabras vacías; ni que se acerquen o se alejen de la supuesta verdad. Camus llegó a decirle a Sartre que estaría siempre del lado de la verdad. No me interesan las verdades. ¿En plural? Quizá no sea verdad, o quizá sea una media verdad de no-verdades, pero el camino se acaba siempre en el padecer humano; el Ser, caído a merced de la vida. Padecer es igual a sufrir, a recibir, a entregar; la luna se padece y se padecen a los lunáticos, que la adoran. La lluvia de Gómez de la Serna, que disparamos al abrir los paraguas, también padece sobre nosotros. No me interesa nada lo que se encuentre fuera de ese padecer. Los textos muertos que condenan al ostracismo, el dolor de la pobreza y la impunidad de los culpables. ¿Cuántos años tenías cuando viste caer del cielo, en forma de lluvia, las primeras desilusiones?; ¿Cuántos la primera vez que esa misma lluvia decoró, alegremente, tu tristeza? No necesitan de los nombres; toda esa fuente de vida no necesita de la conmiseración de unos moralistas geómetras, igual de aislados y encerrados en la representación de cualquiera. Platón quiso echar a los poetas; más le habría valido seguir adorando su república de aristócratas, filo-fascistas y vagos.

Buscando los límites de lo absoluto, en el límite del bien y del mal, se descubrió lo perenne y no gustó. Lo inagotable, lo inacabado, el resultado de cien años de soledad: nada, porque Aureliano Buendía no pensó en la verdad ni en la guerra ni, tampoco, en los ideales, cuando murió sin pena ni gloria. Pensó seguramente en su orfebrería mundana y triste; en el gran placer de la insignificancia. Una vida devenida de un asesinato que, seguramente, jamás se le pasó por la cabeza. ¿Y qué?; ¿Qué importaba la teleología en una vida que implicó, luego, tanto padecimiento?

Es la ausencia de verdades la misma ausencia de cadenas. La responsabilidad de que no todo vale; la sospecha de algo más, aquí y ahora; la sinergia del género humano, emancipado y dueño de su existencia; la canción y el poema; los espejos; la vida que se calla y no puede contarse. Esos y otros muchos son los acaeceres que hoy me interesan.

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