P1984.35.375; Abbott, Berenice (1898-1991); Djuna Barnes; 1926; Gelatin silver print; Amon Carter Museum, Fort Worth, Texas

Apuntes sobre «Nightwood», de Djuna Barnes

Nightwood es una novela de corte mordernista prologada por T. S. Eliot, quien arroja sus observaciones sobre el estilo de la escritora, Djuna Barnes, y establece su concepción sobre el personaje del doctor O’Connor, quien se muestra como la iluminación, en su amplio conocimiento, sobre el significado de la oscuridad que se esclarece, como pertinente, en la novela, hacia los personajes que configuran una historia de amor, pérdida y un ensombrecido nacionalismo en la que se hallan envueltas tres mujeres —lesbianas y bisexuales—, un hombre —judío— y su hijo.

Las desavenencias que puntualizó la crítica en su lectura convergen en unas lecturas de dudosa moralidad que de ella pueden hacerse. Según Jane Marcus, esta «triunfa sobre su propio antisemitismo», habiéndose extraído de la descripción de este hombre, Félix, perteneciente al maltratado pueblo judío y de la profundidad que se le otorga al personaje mismo, una lectura antisemita que otros han relacionado más con el origen americano del humor negro e, incluso, de la búsqueda de empoderamiento. Félix, siendo el primer personaje que se presenta al lector, posee una sensibilidad hacia la tradición que marca todo su desarrollo; sin embargo, establece su origen como Barón mediante la exposición de dos retratos, uno de su madre y otro de su padre, en los que en realidad se muestra a dos grandes actores. Este abrazo al recuerdo con el que desdibuja los límites de la ficción de su nuevo pasado es un reflejo de tal angustia que busca descendencia para desplazarla lejos de sí, inculcando a su hijo estos valores prefabricados.

La misma lectura que de él puede hacerse como amante y enemigo de su pasado cristaliza en otras dicotomías presentes en la trama: el amor y el odio, la vida y la muerte, el hombre y la mujer y, por supuesto, el día y la noche.

Debido al título de la novela y al ser esto únicamente una introducción a la lectura, considero pertinente aclarar cómo estos términos tan aparentemente contradictorios se funden en una escala de grises mediante la metáfora del día y la noche, la vigilia y el sueño.

«Cuando el hombre se tiende en el Gran Lecho su identidad ya no le pertenece. Su confianza le abandona y su voluntad se transforma. Su sufrimiento es atroz y anónimo. Duerme en una Ciudad de Tinieblas, miembro de una hermandad secreta. Él no se conoce ni a sí mismo ni a sus camaradas. (…) El corazón le brinca en el pecho, un lugar oscuro, aunque algunos se sumergen en la noche como la cuchara corta el agua mansa, otros se lanzan de cabeza contra una nueva convivencia; sus cuernos emiten un crujido seco como la langosta que va a mudar las alas».

El doctor, quien establece el largo monólogo que así da inicio ocasionalmente interrumpido por una de las protagonistas llamada Nora, justifica con él su uso de ropa femenina y maquillaje a altas horas de la noche, explicando que estas —y cito textualmente— «perversiones del alma» tienen cabida en esta oscuridad y se desvanecen tras la línea delgada del crepúsculo.

Reflexiones de Nora amparan esta idea estableciendo una división de la identidad según la cual «él se viste así para yacer consigo mismo, dándose amor en la postrera agonía».

Esta noche también ampara la concepción de la pasión que se intuye en el triángulo amoroso que se presenta entre las tres mujeres: Nora, Robin y Jenny; de ella se extraen el amor más violento y el vocabulario de la pérdida, finalizando incluso con la animalización de este deseo al cerrarse la novela con una imagen exaltada de él que puede entenderse de diversas maneras.

Esta estrecha relación que se establece entre el amor, la muerte y Dios sumada al estilo modernista de la autora, quien denota una sensibilidad especial en una construcción psicológica de sus personajes introduciendo las habitaciones más exóticas y opulentas junto a una idea de suciedad manifestada por un vocabulario que en ocasiones a ello se presa, muestra unas claras reminiscencias góticas que separan su estilo de su más claro influyente, James Joyce, por quien mostró una clara admiración y con el que comparte además la búsqueda de una construcción de la identidad nacional. Esta se manifiesta en la cantidad de tópicos que se atribuyen a las grandes sociedades de, por ejemplo, Francia y Estados Unidos.

Para concluir, Nightwood, o, según la traducción que se le ha dado en español, El bosque de la noche, ofrece una visión sobre Dios, el Alma y sus configuraciones en lo emocional y en lo corpóreo que requiere una lectura activa del lector para que este se sumerja en su densidad por un escaso número de páginas. Les animo a que extraigan sus propias conclusiones.

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