La literatura requiere escoger (hedonismo pragmático)

«El pragmatista no quiere tener una posición definida, pero sabe sacar fuerzas de su debilidad teórica. Como su postura es laxa, es difícil atacarle, pero como no sabe exactamente qué sostiene, también es imposible ponerse bajo su bandera. El pragmatismo es tan solo una forma de tomarse las cosas (una insistencia en lo concreto, quizá), así no es fácil que se convierta en un sustituto de aquello contra lo que lucha».

Stanley Fish en The trouble with principle afirma que el pragmatismo es —como también afirmó Wittgenstein de la filosofía en general— una forma de tomarse las cosas y, sobre todo, como entiende el pragmatismo en su libro William James, una especie de doctrina o corriente filosófica con una seria falta de aptitud a los grandes castillos (sistemas) filosóficos y, más bien, una aproximación a la cabaña en Walden. Parece todo esto un asunto de americanos, e incluso el último gran pragmatista americano que parecía haber abandonado la filosofía por la literatura citaba constantemente a un ruso literato que se había afincado en América y había empezado a escribir en inglés, todo un asunto de americanos filósofos que al final abandonaron la filosofía por la literatura. Todo queda en América, nos encaminamos hacia un único país, hacia a una única corriente de pensamiento para analizar la literatura tan vasta, pero no es así. No nos detendremos en un único hombre o mujer, en una única corriente de pensamiento. Aunque nos enfoquemos en el pragmatismo y en la literatura, creo que son dos términos demasiado amplios incluso si mencionamos la amplitud de la teoría literaria, pero al fin y al cabo todo es específico, cada nombre citado, cada corriente, cada literatura, por ello es necesario escoger en un campo tan vasto o en una forma de tomarse la cosas tan vasta como aducen los pragmatistas. Sin embargo, para la literatura también cada vez es más necesario olvidar. Que un libro contenga todas las tradiciones, intenciones y metas que ha podido tener toda la tradición literaria y toda la tradición del pensamiento; para ello es necesario olvidar. Para la producción de todos los grandes libros el olvido fue necesario, y de lo que trata la literatura es de la producción de grandes libros, pero empecemos primero por el papel que nos inflige el escoger.

En nuestro país ciertamente las corrientes que banalizan los grandes sistemas filosóficos no han tenido ni han de tener casi cabida. Tal vez desde el punto de vista de la comparatística y de la teoría literaria se puedan abrir caminos para que corrientes como el pragmatismo nos puedan brindar grandes puntos de vista de la literatura aproximándola a las corrientes de pensamiento que deseen y demostrando que la literatura tiene tanto que aportar al campo del pensamiento y de la reflexión como lo tiene la filosofía u otras ramas del saber. Como dice Fish en la cita por la cual empezamos, «el pragmatismo es tan solo una forma de tomarse las cosas (una insistencia en lo concreto, quizá)». La insistencia en lo concreto aquí no viene a darse forma en lo filosófico, ni esto pretende para nada ser un texto que hable sobre filosofía: esto es un texto que quiere tomar parte en lo particular del quehacer literario dentro de la teoría literaria, o como mucho echando mano de ella para decir otras cosas, echando mano de unas corrientes del pensamiento, unos pensadores, unas ideas, para decir otras cosas. Lo más importante dentro de este texto (y seguramente dentro de todos los textos literarios) son los usos que nos puede ofrecer la literatura a la hora de disfrutar del placer estético, ¿qué es lo útil para ello en la creación y en el consumo de obras como lectores y como escritores? Incumbe a todo el panorama literario, desde el crítico al autor, pasando por el público.

Cada autor pertenece no solo a una tradición nacional por escribir en un idioma, por verse inmerso en una cultura o en más de una, que es el caso de las transnacionalidades actuales. Cuando la literatura debe desbordarse para no solo hablar con el sitio (o de los sitios) desde donde nos sentimos, debe abandonar la zona de confort, debe intentar trasladar e impregnarse de las razones y de las sensibilidades mundiales, por ello escoger como una opción realista de las posibilidades de autores y libros que podemos leer en una vida también es crucial. Cada autor está influenciado por lo que dice su época, por lo que dice su familia (o por el silencio familiar de aquellos que no tengan familia), por lo que opinan sus amigos. Cada autor al fin y al cabo también está influenciado por lo que crea, por lo que el individuo crea más allá de lo que la interacción social le pueda brindar, algo que podríamos llamar «silencio». Estamos sobre todo influenciados por el «silencio».

Ese cúmulo de cosas, principalmente esa parte que el individuo como autor escoge, huelga decir otra vez que es lo más importante. Incluso escoger estas palabras es lo más importante en relación a este texto que me brinda la historia de la vida, de la lingüística, de la sociedad, también de lo que yo haya percibido sobre el significado de este entramado lingüístico y de estas palabras concretas: escoger es lo fundamental en literatura, sobre todo, en la perspectiva del autor. Escoger: gesto consciente o inconsciente, gesto que se da por estupor, por miedo, por compasión, por catarsis, por deslumbramiento estético, por calidad intelectual, por momento propio, por la charla con alguien a quien reconocemos algún tipo de respeto sentimental, intelectual o de cualquier tipo de afecto. Esto, todo esto, y muchas otras cosas que caben mencionar y no se mencionan, hacen un libro, pero no un libro cualquiera, la particularidad de cualquier obra literaria, y cuanto más particular sea esa obra literaria ciertamente mayor será su influencia, sobre todo si la particularidad de la obra literaria atiende al talento y a la vanguardia de cada época, si además de todo ese bagaje mencionado la obra literaria mantiene la rebeldía de decir cosas nuevas, sobre viejos temas, sobre nuevos temas siempre viejos y, sobre todo, si la obra literaria pretende ser una obra literaria, pretende ser importante entre sus iguales, pretende ser un libro fundamental, puesto que la intención del autor es una pieza fundamental en eso que podemos llamar escoger, olvidar y volver a seleccionar. Es papel primordial del autor tenerlo siempre en mente, aunque la batalla sea ardua o tétrica, aburrida o pasional, la obra de arte literaria requiere esa rebeldía de comprender y se utiliza de todos los aspectos que nutren el panorama intelectual de su época, puesto que su época dialoga con todas las épocas venidas o por venir. Y el autor, sobre todo el de literatura, crea una particularidad dentro de la época que, más allá de verse influenciado por ella, lo que hace es significarla, darle su barniz particular, y significar la época es hacerla, es crearla, la particularidad del autor que escoge, selecciona, está por encima del totum revolutum que podríamos adherir a eso que llamamos nuestra época o las otras épocas. Ya sabemos todos que las épocas son al fin y al cabo hechas por personas que contradicen, certifican o dan por hecho que su época o las épocas históricas o el futuro de las épocas son una significación de una serie de personas. Los libros de literatura en este contexto no juegan un papel principal, pero sí su particularidad de decir lo que el autor ve, algo que podríamos llamar ideología si el termino ideología no fuera tan laxo, de tan poca selección, cuando lo importante es seleccionar, escoger y particularizar.

Es porque no hay canon por lo que no se puede respetar todo el canon por completo. Quiero decir, lo que hay siempre es un intracanon que existe y es relevante, y se producen las obras concretas por su intracanon y su consecuente interacción. No hay canon para el autor concreto mientras escribe, solo hay canon para la ciencia del canon. El intracanon es necesario mientras se mantiene el diálogo permanente dentro de la intrahistoria y la intranarrativa que respeta al intracanon. Cuando el libro se halla en el mundo, respeta y se introduce en el canon, mientras está en proceso no, aunque su autor interactúe socialmente. Entonces todo, en este caso, depende de la intención del autor, depende fundamentalmente de los usos (tal y como lo hace el crítico en los significados de uso para con la obra) que quiera dar a su obra, mientras permanece vivo socialmente leyendo y viendo lo que se pasa, el autor determina qué pretende con su obra, que se va construyendo constantemente hasta que la abandona, como los padres que deben abandonar a sus hijos en una sociedad lejana donde es una costumbre social aceptada que los padres deban abandonar a sus hijos por imperativo categórico. Así funciona la obra cuando el autor la abandona, después la obra toma todos sus significados cuando, al pasar a la historia, las interpretaciones la van enriqueciendo. Las obras que señalamos como clásicos en el devenir histórico nos pertenecen como pertenecían a su época, un pertenecer que significa permanentemente.

Así también la crítica es un orden de cosas que se escogen, un orden de cosas a las que se les atribuye una serie de significados dadas por el crítico, que no son sus significados verdaderos, que no son sus únicos significados, son unos significados determinados que enriquecen la obra o no, que son lo suficientemente válidos o no, pero son al final de cuentas un papel necesario en la elaboración no de la obra pero sí del canon que luego se escogerá en el momento de creación de cada obra en particular, de cada autor particular, un proceso que se da la mano y ayuda mutuamente, entonces necesariamente contradiciéndome sí contribuye a la creación de las obras particulares ya que deducimos que sus autores viven en sociedades que conocen internet.

La arbitrariedad de lo escogido solo atiende a la meta del placer estético (hedonismo). La abstracción de otros mundos, el lugar que nos da la literatura al vernos viviendo las vidas de otras personas, todo ello puede formar parte de eso que llamamos placer estético. Incluso las formas en las que se construyen esos mundos y esas formas de vida, o sea, la cultura en general, la política, la historia, la música, las relaciones personales, todas esas cosas que conforman la literatura y seleccionamos individualmente están subyugadas al final de cuentas al hedonismo pragmático personal que debe convencer al lector de que efectivamente esté gozando de una obra literaria.

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