«La quimera del oro», de Henri Cartier-Bresson.
Pienso que es un ejercicio saludable investigar qué tiene que decir la tradición del pensamiento sobre los temas que inquietan a uno. Descubrimos a menudo que nuestros focos de interés no sólo han sido tratados con anterioridad sino en muchas ocasiones con evidente mayor brillantez y claridad.
Rescata el filósofo argentino José Pablo Feinmann una frase del joven Marx relacionada con el tema que nos ocupa: «[…] Hay que hacer la opresión real aún más opresiva, agregándole la consciencia de la opresión[1]; hay que hacer la ignominia aún más ignominiosa, publicándola […]»[2]. Encontramos aquí una reformulación de la tesis del primer artículo en el que de forma más alambicada hablamos de tomar conciencia del lugar que ocupamos en el mundo para poder actuar en consecuencia. «[…] Para que califiquemos de ignominiosa a una realidad» —continúa Feinmann— «es porque ya salimos de ella y podemos juzgarla desde la consciencia crítica […]»[3]. La realidad del oprimido es insoportable pero en el momento en el que da cuenta de ella su situación deviene intolerable. En este momento salta la chispa, la verdadera voluntad transformadora. Antes de dar cuenta de su propia situación, el oprimido solo puede lamentarse, maldecirse por lo miserable de su condición.
Otro autor más reciente trata también esta reflexión sobre la propia condición, la cual tendría lugar en cinco fases: doler, saber, querer, poder y hacer[4] (o transformar).
En primer lugar, nos tiene que doler, porque si algo no nos duele no haremos nada por cambiarlo. Investigamos las causas de ese dolor que, más que individuales, particulares, suelen ser más bien estructurales, y llegamos al saber (algo así como descubrir «el origen del dolor»). A continuación llega la voluntad de cambio: una vez hemos tomado conciencia trabajamos activamente por revertir la situación. La manera en la cual los grupos oprimidos pueden luchar contra su opresor puede ser materia para otro artículo pero, como principio fundamental, podemos decir que la acción colectiva es el camino con más probabilidades de éxito. Es por medio de esta acción colectiva que los oprimidos van a poder para finalmente hacer, transformar.
Este último concepto de la acción colectiva es más transgresor de lo que parece en tanto en cuanto desafía la ideología dominante. En un mundo que llama a la guerra entre iguales, a convertir la vida en competición, a un individualismo irracional, es todavía más importante, si cabe, un redescubrimiento del otro. En la desdicha somos más fuertes si estamos unidos.
Todas las líneas anteriores no pretenden ser una receta en modo alguno; si la emancipación del ser humano fuese tarea fácil, entonces otros habrían dado ya con la fórmula hace mucho tiempo. La tarea es despertar conciencias, levantar el velo de fascinación que esconde una realidad desigual. Aspirar a pensar por nosotros mismos y no ser pensados, no reproducir mecánicamente opiniones que oímos aquí y allá. Entender que por encima del beneficio, los intereses, las deudas, está el ser humano, que
«considerado como persona, está situado por encima de cualquier precio, porque, como tal, no puede valorarse solo como medio para fines ajenos, incluso para sus propios fines, sino como fin en sí mismo; es decir, posee una dignidad (un valor interno absoluto), gracias a la cual infunde respeto a todos los demás seres racionales del mundo, puede medirse con cualquier otro de esta clase y valorarse en pie de igualdad.» [5]
[1] La cursiva es mía en todos los casos.
[2] FEINMANN José Pablo (2008): La filosofía y el barro de la historia, Planeta.
[3] Ibid.
[4] MONEDERO, Juan Carlos (2013): Curso urgente de política para gente decente, Barcelona, Seix Barral.
[5] KANT, Immanuel (1983) Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Madrid, Espasa Calpe.