Imagen extraída de mundosorp.blogspot.com
Los seres humanos y este pequeño punto azul desde el que conocer. Se deja vislumbrar el circuito cósmico, pero no sabemos bien si tiene algo que decirnos. Un sistema muy reducido el que constituyen estas miles de millones de formas de vivir –cada una es lo posible– en comparación con las estimaciones que se tienen del tamaño del universo. Curvado, plano, abierto, infinito. Sabemos que vemos mucho menos de lo que hay. Y vemos la flecha del tiempo y somos testigos de la irreversibilidad. Imaginemos una gran lente bifocal que expande y atrae el Todo –espacio que se atrapa y vuelve sobre sí mismo–. Unos ojos, los nuestros, acostumbrados a ver los efectos después de sus causas. Como planos superpuestos, solo somos capaces de mirar por un lado de la lente. Pero es en el mirar donde vemos reminiscencias en las cosas de otra dirección, de otra verdad posible. Ayer he visto el hoy que será mañana. La verdad se relativiza al intuir que ambos trayectos son lógicos. En el principio, en ese ínfimo punto de luz ardiente del que brotamos, es posible que otro orden se alejara en la dirección opuesta. Aquí el tiempo avanza y las primaveras cierran los años y las despedidas son lo anterior al placer. Cuando el dolor es lo que anuncia la belleza. Igual de infinito y de plano o curvo sería ese otro universo que nunca llegará a un principio que no había pasado aún. Ese anillo que se desliza hacia abajo solo se puede apreciar, quizá, yendo hacia delante, hacia arriba. En las cosas que sabemos que no vuelven jamás, quizá escuchemos la vuelta implícita.
«Verdad es que pasan las primaveras y un año urge al otro cambiante y combativo, así ruge el tiempo pasando sobre las cabezas mortales, pero no ante ojos bienaventurados, y a los amantes se les obsequia otra vida».
Intuiciones de algo más. Continuo y presente. En boca de Menón la queja de Holderlin, que también dice: «¿Es que nadie puede quitar de mi frente el penoso sueño?» Se refiere a la muerte. El amor olvida la muerte y rechaza el invierno como final. «Qué distinta te conocí, juventud, ¿ya no te devolverán las plegarias? ¿Ningún camino te trae de nuevo a mí?» Yo me pregunto: ¿no es la juventud pretérita a él? ¿No le estaba esperando igual que la muerte? Parece que ese amor y esa juventud, que esa muerte y ese devenir, son nuevos ante nosotros cuando se nos presentan mucho antes de conocerlos como propios. El joven Holderlin no es la juventud y el amor suyo no es el amor ni la muerte. Solo vemos una parte, pero en las sucesivas idas y venidas que nos preceden algo permanece. El amor entre el dolor de lo que se precursa. Cada persona de este pequeño punto azul significa una posibilidad distinta.