Imagen extraída de estoyausente.blogspot.com
En más de una ocasión he escuchado una sentencia que retumba atrozmente en mis oídos, y también, por qué no, en mi más honda sensibilidad. Dicha sentencia es la siguiente: «si un libro está dentro de un cajón sin que nadie lo lea, no es literatura». En realidad, esta opinión es tan coherente como esperar a que el día se convierta en noche, o como saber que después del verano llega el otoño; no obstante, desde mi punto de vista, hay ciertas cosas que se pueden objetar a la misma.
Mircea Cărtărescu, en una entrevista, dijo que cualquier acto de creación literaria supone una lectura-escritura, es decir, que el escritor, mientras crea su nueva realidad, está también leyéndola, releyéndola y modificándola. Al igual que son inseparables los conceptos de significante y significado en el estructuralismo lingüístico de Saussure, en la creación literaria también lo son leer y escribir. Este hecho (también apuntado por Borges) nos permite establecer un pequeño puente de unión entre dos escuelas de la crítica que parecían ser completamente irreconciliables: el estructuralismo y la estética de la recepción. Para el estructuralismo la literariedad del texto se halla en las mismas frases, en las palabras que lo forman –plano inmanente–, mientras que para la estética de la recepción, la literatura surge a través del íntimo contacto entre libro y el lector –plano trascendente–; por lo que para la segunda, un libro que no se lee, que está olvidado en un cajón, no podría considerarse como literatura, y en el caso opuesto, sucedería todo lo contrario. Como antes señalé, la postura de la estética de la recepción es coherente, sin embargo, ¿el hecho de que un libro esté perdido provoca que la literatura del mismo deje de existir? ¿Es significativo decir que, por nuestro conocimiento o desconocimiento, algo es o deja de ser literatura…? Otra de las argumentaciones que se aducen para justificar esta opinión es que los escritores siempre escriben para ser leídos, y realmente, hay cierta verdad en pensar eso; pero dicha argumentación es tan inestable que, aunque solo haya un escritor que escriba para sí, deja de ser verídica. Recordemos el caso de Fernando Pessoa, el cual publicó en vida solo un breve poemario y dejó, en un baúl de madera firme, una cantidad de textos equivalente a cincuenta libros de seiscientas páginas cada uno. Es insensato decir que estos textos –antes de ser conocidos– no eran literatura. Es insensato porque, si lo pensamos bien –y tenemos en cuenta lo que dijo Cărtărescu– no existe libro sobre la faz de la Tierra que no haya sido leído, al menos, una vez. Y esto es suficiente para que la literatura exista; para que la literatura –teniendo en cuenta la postura estructuralista y la de la estética de la recepción– pueda existir colectivamente en lo individual, en lo perdido, en lo ignoto; del mismo modo que existe, a su vez, en lo público y lo general.
El silencio en los cristales…