Las formas huecas

Juan José Arreola. Imagen extraída de www.elpais.com

 

Corría 1973. En Ciudad de México, honrando a la literatura, se reunieron una serie de escritores y poetas bastante reconocidos para debatir sobre diferentes temas; dicho debate –en el que participaron Juan José Arreola, Salvador Elizondo, Germán Bleiberg, Jorge Luis Borges y Juan García Ponce– fue transmitido en la televisión pública mexicana. El encuentro comenzó con una breve presentación de los asistentes por parte de Álvaro Gálvez y Fuentes (el conductor) y por una mención honorífica a la persona de Jorge Luis Borges, seguida de un resumen de los asuntos a tratar. En el trascurso de la conversación, inevitablemente, llegó una típica pregunta al cenáculo: ¿Qué es la poesía? Ante dicha cuestión fue Arreola el primero en mostrar su postura. Dijo, de forma más extensa, que no merecía la pena definir la poesía como «creación» pues, en realidad, la poesía es «la posibilidad de ser real del hombre; la posibilidad de crear». Después, cerró la disertación con una cita de André Gide: «Crea una forma bella, pues una idea más bella todavía vendrá a alojarse en ella».

A raíz de esto, recordé la respuesta que dio Federico García Lorca cuando le preguntaron sobre el significado del color verde en el estribillo de su Romance sonámbulo: «No, no tiene un significado concreto, yo puse el color verde porque sonaba mejor que otros conceptos, no porque quisiera reflejar algo». Esta respuesta de Lorca puede parecer frívola e incluso falsa; pero si la asociamos a la idea de Guide a la que antes he hecho mención, cobra un sentido especial: el poeta es un sujeto creador de formas carentes de contenido interno que, a posteriori, sufren un proceso de resignificación, es decir, que cada lector y cada crítico llenará esas «formas huecas» dejadas por Lorca con una interpretación íntima y singular. Por otro lado, no podemos olvidar que, además de crear formas sin contenido inmanente, el poeta es capaz, a su vez, de crear otras con un contenido implícito que subyace tras el significado lógico de las palabras y que, sólo en muy contados casos, el lector puede apreciar con considerable nitidez. Estas formas serían el suelo sólido del poema y conformarían el sendero que el receptor debería recorrer para rellenar las formas huecas; que serían, por lo tanto, espacios de libertad interpretativa absoluta e incluso creación poética: pues darles un resignificado supondría la elaboración de un discurso inverso al hecho por el poeta, un discurso que elaboraría una resignificación a posteriori; contraria a las realizadas a priori que actuarían como suelo poético.

La aparición de estas formas huecas podría deberse a factores arquetípicos: al poeta, la palabra verde, le genera ciertas sensaciones irracionales e intransferibles que las otras palabras no, y por ello es la elegida para formar parte del poema. La generación de dichas sensaciones, a su vez, bien podría deberse a causas ocultas que ni tan siquiera el poeta puede descifrar, pues forman parte del inventario etéreo y fosilizado que constituye las raíces nuestro ser, el cual, constantemente, estamos ampliado sin tener consciencia de ello a través de diversas experiencias –que serán transformadas, como diría Borges, en «símbolos artísticos» de tipo subconsciente sin una resignificación intrínseca. También es pertinente resaltar el carácter fantasmal de estas formas: solo podemos asegurarnos de su existencia a través de la viva voz del sujeto que las ha escrito, por eso, quizá, siempre se han obviado; pues lo corriente a la hora de hacer una lectura ociosa o un estudio académico no es, desde luego, estar junto al autor.

Como vemos, el lector adquiere una responsabilidad notable en el poema, pues es, en gran medida, el coautor anónimo de todos los versos que lee; el encargado de terminar uno de los infinitos procesos del arte. Su interpretación es muy necesaria para culminar el hecho poético: para rellenar esos espacios que carecen de resignificación, para avivar, aunque no lo sepa, las palabras que sopesa hermosamente en el silencio.

El silencio en los cristales…

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