Hola, soy una nota de pie de foto. La fuente de esta imagen es difusa, por lo que si es tuya, házmelo saber y me transformaré en tu nombre. Gracias.
Recuerdo no hace tanto tiempo ―soy un jovensuelo― que un profesor mío de lengua, reflexionando sobre las vanguardias artísticas que se dieron en el XX, defendía que la revolución cultural y la ruptura con los cánones de ese momento no fueron un acto rebelde sin fundamento, sino que venían de una reflexión profunda sobre lo dado. Decía que Picasso, artista de un gran talento, se pasaba las tardes de jovencito visitando el Museo del Prado para admirar a los más grandes, que podía pintar la Gioconda «sujetando los pinceles con los pies» y que probablemente hubiese sido un gran artista de los cánones. Y sin embargo, todos le recordamos por Las Señoritas de Avignon, por su cubismo, su etapa rosa, azul y su cuadro sobre Gernika. Se le recuerda por haber llevado las artes plásticas a un nuevo terreno.
En efecto, la gran revolución cultural comenzada desde el Romanticismo y llevada a su máximo esplendor en el Modernismo y las Vanguardias estuvo marcada por la transgresión, llegando hasta tal punto que hoy en día la libertad creadora goza de su más amplia liberación. Y aunque muchos de esos nuevos artistas vilipendiaran a sus antecesores, qué duda cabe que en secreto les adoraban a regañadientes. Claro está, eran los referentes, unos a los que había que superar, sí, pero ejemplos al fin y al cabo. Versos añejos que hacían fermentar una nueva poesía. Veo que Walt Whitman, transgresor de las formas en Estados Unidos, no dejaba de tener a la espalda al poeta Ralph Waldo Emerson, el canon por excelencia. Veo a Whitman en la tinta de Allen Ginsberg y en los arpegios de Serrat; y a Serrat y Dylan en Sabina. Veo a Baudelaire en Rimbaud y a Shelley en Baudelaire. Veo a Garcilaso en la ruptura de Francisco de Aldana y a Ovidio en Garcilaso. Veo en el Libro de Apolonio las gestas de Odiseo y el Poema de Gilgamesh en la obra de Homero. Veo en León Felipe, poeta hecho a sí mismo, un compendio de románticos, simbolistas, puristas, eclécticos y vanguardistas rotos y recompuestos en su palabra. No dejo de ver, como si de una gran red de compinches ser tratase ―¡el cartel del verso!― conexiones por todas partes, ya fuesen seguidores o revolucionarios de la rima ―y no, no se trata de idolatrar a los clásicos, pues hay que tratarles con respeto pero sin reverencia. No son dioses intocables… sólo faltaba―.
Llevo dos párrafos con grandes palabras y está perdiéndose el efecto de mi clickbait, así que iré al grano con esta pregunta: ¿pero dónde está esa vanguardia ahora? Muy sin pesar ―nunca fui purista ni elitista―, diré sin pelos en la lengua que en los Slams de poesía [música dramática].
Daré un ejemplo práctico sobre lo que quiero decir. Hace algún tiempo, vi publicado un poemario llamado Sonetos y velas vanguardistas. En ese tiempo, descubriendo el mundo del slam poético, me vi mirando a poetas actuales en las librerías de Madrid, siendo mi sorpresa dar con este libro, escrito por Andrés París, asiduo competidor del slam de poesía de Madrid. Me acerqué a él y viendo que merecía la pena, lo adquirí. Había en él sonetos, romances y poemas libres. Pude vislumbrar que pese a tener formas clásicas, eran rompedores, y los de formas libres se acercaban a lo canónico de la poesía de la experiencia. Por supuesto, aún eran algo herméticos, en ocasiones con algún ornamento de más y todavía alguna falta de madurez creativa (como me pasa a mí y a mucha gente de mi edad que escribe), pero había soterrado un enorme potencial y mucha calidad general. Vi un garcilaso, vi un modernista del parís finisecular y algún que otro rizoma.
Esto, a su vez, me hizo pensar también: ¿la falta de calidad es sinónimo de la falta de talento? No lo creo. Al menos no siempre, como algunos han dado a entender. Veo en algunos de estos poetas un potencial aún por desarrollar, una reflexión pequeña, que con formación y madurez podría llegar a ser algo con enorme trascendencia. Y el ejemplo es uno de muchos que he observado en la vida del Slam. Cierto es que siempre habrá una voz romanticosa, de fantasmas lechosos, de heridas hemofílicas y de entonación «aleatoria» ―la estela de un tal Salem es demasiado larga―, pero no es lo general. Todos estamos cansados de esos poetas doloridos de piel de porcelana y sensibilidad hiperestésica. La gente no aplaude eso en masa. Lo que aplauden es un formato nuevo, una voz limpia, el juego que propone el slam y que algunos no entienden.

¿Se imaginan a Lope y Cervantes compitiendo? No, que va, siempre se trataron cordialmente mandándose bellos versos «de culo en culo» por los pueblos de España… Ay… No trata de eso. El slam, como bien recuerdan siempre sus organizadores, no es una competición real. Es un juego poético. Nadie tiene nada que ganar y nada que perder. ¡Ni siquiera hay premio! Es un juego cultural que se propone entretener a un público que busca algo nuevo. Quizás contar un día rutinario por medio de palabras cuyos fonemas simulan un despertador, el atasco, la casina verborrea de tu jefe y el plof de la cama al llegar cansado. Quizás haya quien haga uso de una puesta teatral para reforzar el verso en su sentido y aportarle un significado mayor que la palabra. Quizás haya quien se invente un collage de diferentes versos conocidos para inventar algo nuevo, para actualizarlos. Quizás vaya quien haga sextillas para niños con una actualidad tremenda. Quizás vaya alguien que lea largos párrafos que nada tienen de prosa. Quizás aquí este naciendo la tensión necesaria para que la poesía evolucione.
Hago una defensa apaciguada del los Slams de poesía, pues creo sinceramente que aquí las vanguardias nos vuelven a decir que hola, que buenos días, que somos sólo juego, pero juego necesario. ¿No era el cadáver exquisito un juego? Pues eso.
Todo lo dicho queda resumido así: el bigote pintado en la Gioconda ya se hizo, y ahora se encuentra dentro del canon. Cabe preguntarse entonces: ¿qué puede hacer uno ahora?
Me siento interpelado por lo de Lope y Cervantes. Que se llevaran mal no implica que compitieran. La única competición, si se quiere ver así, que existió entre ellos fue la del mercado del teatro. La diferencia entre la competición de un «slam» y ésta es que, en la de Lope y Cervantes, la competición fue una casualidad, un medio, si se quiere; en los «slams», el fin es la competición.
Es evidente que en mundo de los Siglos de Oro no existía un formato ni remotamente parecido. Por tanto, tal símil es, en principio, falaz. Aún así, siguiendo el razonamiento, la enorme competitividad que existía en el mundo de las letras de aquellos tiempos queda patente en el uso que hubo de la proliferación de academias por todo el reino, donde, en principio, los intelectuales y literatos se reunían para debatir. Sin embargo, en la práctica, dichas academias estaban divididas en claros bandos, sobre todo desde el éxito de Lope en la poesía y el teatro, generándose así una clara competencia en cuanto a importancia, peso y fortuna dentro de las letras. Era algo más que el mercado, amigo.
Por tanto, de facto, sí había una clara competición. Y, como bien apuntas, era un medio para un fin ulterior. Pero comparar esto con los Slams es incongruente, no son ni en esencia ni en forma nada parecido. Las academias apuntalaban ideas que intentaban establecerse como canon o trasvasar los ya impuestos. El Slam es un formato, que, a modo de competición, establece un juego en el que se juegue con la palabras (sus relaciones, su forma, su sonido…) para intentar crear algo nuevo. Lo que ahí aparece es muy efímero, está en bruto y sin pulir, y tiene como objetivo entretener. Pero su esencia es la propuesta de nuevas construcciones dentro de la poesía, nuevas construcciones que escapan a «lo que funciona» dentro del mercado editorial. Queda así patente que en el Slam la competición es una escusa, un medio para otro fin. No se gana fama, ni relevancia ni nada parecido. Como mucho se gana un premio simbólico (un libro de segunda mano, una bolsa reutilizable, una camiseta…) y como poco las gracias y alguna que otra fugaz felicitación.
Tengo la sensación, al oírte y leerte, que nunca has acudido a uno. Te invito a hacerlo a alguna vez para que veas que, como mínimo, no puede meterse en el mismo saco de formatos como Operación Triunfo, Factor X y demás.