Mi encuentro con Holden Caulfield

Este artículo fue originalmente publicado en otro sitio, pero lo he retomado, cambiando alguna cosa, y añadiendo una reflexión final diferente.

Justo ayer, en la frontera de irme a dormir pero ya para qué si es muy tarde, acabé la novela de Salinger El guardián entre el centeno. Aviso a navegantes: no haré un estudio literario sobre él ―por favor, creo que es uno de los libros más estudiados de la literatura estadounidense y universal―, sino que, a través de una completa subjetividad, intentaré reflexionar sobre él, o más bien sobre mi encuentro con él.

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La verdad es que no sé cómo empezar; me hallo en un mar de dudas debido a que nunca había tenido tal discrepancia, tal disonancia entre radicandos, entre mi visión personal objetiva y mi opinión subjetiva. Y en efecto, objetivamente el libro es una obra maestra de la literatura, es por ello por lo que empecé a leerlo como quien va la conferencia de una persona eminente: muy emocionado. Sin embargo, a medida que me fui introduciendo en la historia fue erigiéndose una muralla entre Holden Caulfield y Jorge Sánchez.

La sensación que yo tenía era que Caulfield intentaba llegar al Jorge de otra época, de otra etapa ya pasada, y no a mí. Probablemente se hubiesen llevado genial, incluso hasta hubiesen deseado ser amigos… pero ese Jorge ya no estaba, sino yo. Y a mí hasta me llegó a caer mal el señorito Caulfield. Es decir, es la voz lúcida, rebelde y joven que denuncia la falsedad, la hipocresía y las mentiras que gobiernan el mundo de las relaciones humanas, mas es un mentiroso compulsivo (que no sabe por qué lo es), defiende o denuncia cosas que el también hace (que no sabe por qué las hace) y, aunque no le caiga muy bien alguien, a veces lo intenta disimular, sólo por otro interés o motivo (o porque en realidad no lo sabe muy bien). ¿Impulsos naturales de la adolescencia? No lo sé. Pero sí es verdad que todo ello le convierte en una especie de héroe trágico, sumergido en un mundo tan corrosivo que, aunque sea capaz de verlo, no puede huir de él (aunque al final pasan cosas, no diré qué para no hacer spoiler)… O sólo es un chaval estúpido. Sin embargo, también ello le convierte en un cínico petulante y depresivo crónico, un Andrés Hurtado más joven y menos leído, pero que también transpira una filosofía de vida bastante pesimista. Por suerte, tiene mejor fin que Hurtado ―sería interesante hacer una analogía de ambos personajes―. Ninguno de los dos libros me gustó. Ni El árbol de la ciencia por su petulante protagonista (e igual autor) ni El guardían por tener a un flipado de protagonista.

En definitiva, lo entiendo, le entiendo perfectamente, y veo las intenciones y el entrelineado que deja sutilmente Salinger. Es ingeniosísimo, ha creado un personaje tan real que pudiera quitársele ese –je final, rodeado de un mundo igualmente verosímil que a través de los ojos ficticios de su protagonista se torna más real que la vida misma.

Todo ello me ha hecho pensar ya no si hay libros para determinadas edades, sino también si los hay para determinadas épocas vitales (que pueden durar desde un verano hasta veinte años). No sabría responder con rotundidad a esa pregunta, pero creo que El guardián entre el centeno sería un ejemplo de ello.

Esa fue mi sensación en todo momento. Quizá en otro tiempo hubiese sido enormemente revelador, emotivo, empático… genial, vaya. Pero hoy no es así. Mas a lo mejor, con un poco más de experiencia en los ojos, la cabeza más curtida y las manos más trabajadas, mi reencuentro con Holden Caulfield sea maravilloso. Como se suele decir… sólo el tiempo lo dirá.


Y el tiempo lo ha dicho. Holden es idiota. Pero un idiota necesario, vital, por el que todo adolescente pasa antes de madurar. Nunca me identificaré con un personaje así, pues ya no soy adolescente. Es más, hoy por hoy, cuando me encuentro a un gilipollas de tal calibre, esos que «huyen» de las imposiciones sociales (que tan poco saben muy bien de cuáles) y van diciendo por ahí que «mi estilo es todo lo que no se lleva», pienso «este es un Holden». Para eso me ha servido leer esta obra de Salinger tan mayor, para ver gilipollas e imbéciles, además de esperar esperanzado que superen esa fase y Holden les empiece a caer mal. Ya no eres un adolescente flipado y con conflictos existenciales propios de Pocoyo cuando Holden te empieza a caer mal. Una obra maestra que prueba mejor que ninguna otra y de manera tan taxativa la madurez de una persona. Una obra genial señor Salinger. Bravo.

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