Hoy en Margaritas para los cerdos, rescatamos la película Noviembre.
«Creo en un Teatro que sirva para comunicarse entre los seres humanos, […] un camino hacia el entendimiento y la compresión». Alfredo Baeza.
Cuelga, con la largura del cuerpo distendida, como si de una marioneta abandonada se tratase, el que fue cuerpo de Alfredo Baeza, ante el estupor, la confusión y el desengaño de un público atónito. Tras la bala, muere el hombre, pero nace el ideal junto al mito.
Es, así, la escena final de Noviembre, película dirigida por Achero Mañas que relata la historia de una joven compañía de teatro callejero dispuesta a «cambiar este puto mundo»[1], como bien respondería el protagonista ante la pregunta de su profesor de interpretación «Para ti, ¿qué es el teatro?». Ante tal afirmación, no cabe duda de que el principal motor de las acciones de los personajes sería el idealismo en todas sus formas y manifestaciones.

Pero el camino para crear un ideal no es fácil, pues exige sacrificio: abandonar el hogar, la familia y, aun, al propio motivo por el que inició su aventura: su hermano. Sin embargo, sólo hay una idea y un chico que es incapaz de quitarse la máscara, sólo vemos de él el hierático rostro de la marioneta y el potencial de hacer de la ficción una verdad creíble. Será su profesor de interpretación, quien quizás esté anclado a viejos modos de teatro (método Stanislavki), el que le invite a bajarse del escenario, dándole, sin querer, el último empujón al nacimiento del ideal: crear un teatro que sirva para «comunicarse entre los seres humanos, […] un camino hacia el entendimiento y la compresión». Y todos lo que dudaban empezaron a creer que construir algo a partir de esa idea tenía su razón de ser.
Y entonces, las nuevas tablas serían la calle. Había que construir el ideal ahí donde la vida cotidiana transcurría, haciendo del mundo, como diría Shakespeare, un gran escenario; transformar con la ficción la realidad. Nace así, el grupo de teatro independiente «Noviembre», junto a un manifiesto que era toda una declaración de intenciones: no al dinero porque degenera y vende, no a métodos porque limitan, no al cine porque miente y no es espontáneo. La idea, por fin, es ideal con forma y contenido. Ahora, sólo quedaba expandirlo, reivindicarlo y exhibirlo. Y funcionaba, la gente debía encontrarle un sentido a todo aquello que estaban experimentando en frente suyo, aquellas figuras enmascaradas que venían a decir verdades. Pero la realidad es dura y la fragilidad de la ficción más débil de lo que parecía.

La autoridad, en forma de policía, impone sus normas y les deja sin nada para trabajar. Poco dura el buen inicio, pero la batalla aún no terminaba, pues los principios siguen intactos. De la penuria, el ideal se reconstruye y el grupo sigue: ahora son espejo de los males de la realidad. Se genera aquí una suerte del teatro dentro del teatro en la película y, al igual que un Hamlet dramaturgo utiliza la escena para reflejar el crimen de un rey, el grupo Noviembre representa, de este modo, a Los olvidados[1], los condenados al ostracismo. Y esta vez gana el idealismo frente a las normas. La clave era la implicación, tanto de actores, viviendo en las propias carnes la humillación de sus personajes, como de los espontáneos espectadores, para los cuales las fronteras entre la realidad y la ficción se difuminan ante la escena. El ideal se ha manchado de verdad, pues ahora es más fuerte y reivindicativo. El problema viene cuando se intenta pintar la realidad de ficción, llevando el idealismo a su ala más radical: generar el impacto más fuerte a los improvisados espectadores. Quizás Atentado[2] tuviese las más nobles intenciones y fuese necesario para reflejar un tema de actualidad, el asesinato indiscriminado de inocentes en la calle, pero, sin duda, era inadmisible. ¿Hasta dónde estarían dispuesto a llegar por el ideal de cambiar el mundo? Cuando se le ofrece al grupo representar en el «Teatro oficial», el de las tablas de madera y las luces artificiales, se genera un conflicto: o se mantienen los principios que sustentan el ideal, condenándolo a morir, o se echan por tierra, manteniéndolo totalmente deformado y sin razón de ser. El grupo se rompe, y quien empezó todo accede; el ideal es más importante, aunque se venda; y aquéllos que empezaron con dudas y que creyeron en los principios, se marchan… La realidad había vencido.
Pero el protagonista sufre la sublimación del ideal, volviendo al motivo por el que inició todo: su hermano. Tras una breve coma, despierta ante la caricia de su marioneta, metonimia del teatro. Decía el protagonista de V de Vendetta[3] que las personas no recordarán al hombre ni a la causa, pero lo que sí perduraría siempre, lo que no moriría ni sería posible aplacar, eran los ideales, aprueba de balas, capaces de trascender al tiempo como los grandes motores de la historia. Alfredo comprende que su ideal es mayor que él, que tiene que deshacerse de su forma material para que perviva. Y para eso él tenía que abandonar su máscara y su personaje, pues la forma material era él mismo, Alfredo Baeza. Por ello, cuando está reivindicando un teatro más sincero, más real, más implicado y más trascendente, colgado en el escenario como una de sus marionetas, se hace persona, se va apagando su voz y recibe una bala, era peligroso en el contexto, había que proteger a la autoridad, pero también peligroso en la realidad. Sin embargo, matando al hombre, hicieron inmortal el ideal, que no dejaría a nadie indiferente.
[1] Falsa de ficción que crea el grupo de Noviembre dentro de la película.
[2] Ídem.
[3] V de Vendetta, 2005, dir. James McTiegue.