La quijotesca dama llamada doña Ángela

«Y así lo que soy ignoro, / que sólo se que no soy / alba, aurora o sol; pues hoy / ni alumbro, río, ni lloro. / Y así os ruego que digáis, /señor don Manuel, de mí, / que una mujer soy y fui, / a quien vos solo lleváis / al extremo que miráis.» Doña Ángela.

Y, entre las calles de Madrid, la dama huidiza se acerca como una aparición al recién llegado don Manuel. Tapada y ante su estupefacción, le dice: «Si, como lo muestra / el traje, sois caballero / de obligaciones y prendas, / amparad a una mujer / que a valerse de vos llega».

De este modo, nos presenta al torbellino que es el personaje de doña Ángela el áureo Calderón de la Barca. Y de esta manera es como lo ha mantenido la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) en su arranque de temporada con La dama duende, dirigida por Helena Pimenta, versionada bajo la sutil pluma de Álvaro Tato e interpretada graciosamente por Marta Poveda en el papel de la dama.

Mucho se ha escrito sobre la actitud y modos quijotescos que presenta el personaje de don Manuel, mas la particularidad cervantina la lleva doña Ángela en toda su persona. Juntos, forman en la obra del autor madrileño al perfecto Quijote en las formas y la esencia, pues la honra caballeresca se mantiene inmaculada y defendida y el optimismo vital triunfa sobre un futuro tragedizante.

Es por esto mismo por lo que la idea clave de toda la obra se haya en el diálogo que mantienen el galán y la dama en la tercera jornada, cuando tienen su encuentro estando él perdido en un lugar desconocido y ella cubierta con las telas del duende. Se pronuncian aquí los versos que resumen el conflicto de toda la obra: «Y así os ruego que digáis, / señor don Manuel, de mí / que una mujer soy y fui / a quien vos solo lleváis / al estremo que miráis».

Doña Ángela, obligada a estar encerrada para mantener la honra tras enviudar y endeudarse por las malas prácticas de su marido fallecido, lejos de resignarse, busca una salida al enclaustramiento para buscar y reencontrar la identidad arrebatada. Sólo se es en tanto que la sociedad lo afirma; lejos del mundo nadie la identifica. Asume en estos versos la precariedad de su propio yo, recordando su comienzo segismundianamente cómico al entonar su pesar diciendo «¡Válgame el cielo! Que yo/ entre dos paredes muera, / donde apenas el sol sabe / quién soy, pues la pena mía / en el término del día / ni se contiene ni cabe». Se da cuenta que la única realidad que quiere reconocer y aceptar es la que se refleja en los ojos del galán que tiene enfrente, la realidad que ella misma ha construido.

De este modo, la escena toma un enorme valor simbólico muy bien reflejado en la puesta en escena del CNTC: don Manuel se haya fuera, en el espacio exterior, símbolo de la sociedad capaz de devolver la identidad, mientras doña Ángela está tapada en el espacio interior, la realidad que ella controla y en la que no tiene rostro. Además, según van pronunciando el parlamento, se van acercando el uno al otro en un intento de aunar ambas esferas. Sin embargo, la flemática actuación de Rafa Castejón sigue la línea de la primera carta que manda a la dama, demasiado ligado a la formalidad de la cortesía caballeresca, demasiado apática, lo que le resta el hondo sentimiento que debiera tener esta escena para creer verdaderamente que es aquí cuando su personaje revela que está enamorado de una mujer que aún desconoce, llevando a que la aceptación del casamiento final con la viuda parezca más por cortesía que por amor. Empero, esta actitud tranquila, sosegada refuerza en la figura del galán el poder de la razón frente a la superchería y las supersticiones de su tiempo.

Mujer al sol de la mañana de Caspar David Friedrich.

Y hablando de supersticiones, no cabe duda de que la apuesta de la directora por ambientar la obra en el siglo XIX es un aporte enorme a la puesta en escena. ¿Qué mejor que la época del romanticismo para construir claroscuros, para presentar el misterio de los recovecos de noche y crear espacios donde los fantasmas y duendes tengan su propio espacio y palabra? Además, las luces de Gómez Cornejo y el vestuario de Salaverri no hacen sino que completar este cuadro que parece dibujado por Caspar David Friedrich.

Pero volviendo al asunto, debajo de la comedia, la risa y el humor, doña Ángela será portadora de temas muy cervantinos: el libre albedrío y la capacidad de inventarse a uno mismo. Así, como si de una dramaturga se tratase, urde con fineza un engaño en el que será capaz de formar su propia realidad, la que ella quiere y espera, al estilo de un turbado Alonso Quijano o una heroica Madame Bovary. Tanto es así, que en la escena en la que es descubierta y disimula ser el duende, se presenta como adivinadora de un futuro muy provechoso para don Manuel, siendo ella misma ese bien, atribuyendo a algo que no lo es un inexorable destino. Cambia de registro textual a su antojo y circunstancias con un ingenioso uso de la imaginación, hecho llevado a las tablas por la facilidad gestual y de dicción en el cambio de métrica que ha demostrado Marta Poveda.

Cabe destacar, además, el matiz de importancia femenina con el que ha querido impregnar Helena Pimenta a la obra. Por supuesto, no se pueden exigir ideas actuales a un autor clásico, pero sí buscar dentro de la coherencia textual esa visión y extraerla a un tema moderno de primer orden. Si en Calderón doña Ángela es el motor principal de la acción, en el montaje de la directora es el único y principal personaje en el que gira alrededor todo su mundo teatral. En efecto, la obra de Calderón da juego a ello: la lucha de la dama no es por el amor, sino por la existencia, por la vida y por la identidad, siendo su objetivo la propia libertad dentro de la sociedad y la de las viudas en su misma situación. Y, aunque pueda parecer en un primer momento que toda esta perspectiva cae en el final, casándose ella in extremis con don Manuel, en realidad, siguiendo las palabras de Jesús Pérez Magallón, «la ruptura del orden conduce a la restauración del orden». Don Manuel, obsesionado con descubrir la identidad de la dama, se topa en paralelo con un duende sin identidad, hasta que al final, al revelársele el rostro de doña Ángela, ésta la ve recuperada gracias a su ingenio.

No cabe duda así, aunque haya cosas que se queden en el tintero, que la dama duende es uno de los personajes más quijotescos de Calderón, pues a pesar de los molinos y una sociedad autoritaria, el idealismo cervantino triunfa en un final feliz. La viuda abandona el duende para siempre, pues ya sido reconocida como mujer.

«La dama duende», de Calderón de la Barca.
Teatro de la Comedia (Madrid).
Dirección: Helena Pimenta.
Versión: Álvaro Tato.
Producción: Companía Nacional de Teatro Clásico.
Intérpretes: Marta Poveda, Rafa Castejón, Joaquín Notario, David Boceta, Álvaro de Juan, Nuria Gallardo…
Hasta el 10 de diciembre. ¡No se lo pierdan!

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