Como bien sabremos, a día de hoy, hay varios movimientos en pos de la liberación sexual, de género y orientación. Movimientos que han trascendido los márgenes de lo que es social y han incurrido en el terreno ideológico y culturalmente aprendido, como es la concepción de los roles o el papel de sexo biológico con respecto a la identidad de género.
Antes de meterme en lo que me gustaría hablar hoy, haré una breve puntualización entre la diferencia de sexo y género. Aunque yo también creía que se podían usar como sinónimos, muy influenciado por el uso que hacen de estos términos en prensa y política, la verdad es que se refieren a realidades completamente distintas. En un principio, los movimientos sociales que defendían sobre todo la transexualidad hicieron esta división para separar la esencia de la forma; es decir, que cuando nos referimos al sexo, nos estamos refiriendo a la forma de una mujer y un hombre, los rasgos biológicos como la musculatura, escultura corporal, genitales, etc. Mas si nos referimos al género, es más una esencia, la manera de pensar y comportarse propios de una mujer y hombre que pueden estar o no influenciados por roles socioculturales. Por eso es lógico que usaran la palabra “género”, pues esta palabra se refiere a una agrupación de seres vivos u objetos que comparten características comunes, pese a no compartir la forma.
Una vez aclarado esto, queda claro a qué me refiero cuando hablo de un concepto u otro.
El otro día, de camino a mi casa en el cercanías, me puse a ver un corto que trataba este mismo tema. En él se presentaba a una chica alemana que se sentía más identificada con lo que era para chicos que para chicas y, por supuesto, los problemas que eso le acarreaba. En mi opinión, aunque no aporta muchas cosas nuevas, refleja bien una realidad que a veces se torna un tanto difícil de entender.
Ahora bien, en lo que me puse a pensar tras acabar de este vídeo es: muchos movimientos sociales que defienden la transexualidad defienden otras tantas cosas, y una de ellas es el hecho de eliminar por completo los roles y papeles que se les atribuye a los sexos. Sin embargo, el defender la transexualidad, por ende es defender que estas personas se identifiquen con el rol del género con que se sientan identificadas, muchas veces culturales o cosas que se consideran de “chico” o de “chica”. Por ello me resultó paradójico el asunto.

Más tarde vi otro corto que me dio la respuesta que a mí me pareció la más adecuada a este asunto. El corto, titulado “Barbie boy”, representaba la historia de un chico al que le gustaba jugar con muñecas, simplemente por el hecho de que se divertía más. Asimismo, queda claro que el chico había crecido en un hogar tolerante, pues el padre y la madre le dejaban ser tal cual es. El problema se presentaba cuando salía de la seguridad del hogar y tenía que lidiar con la sociedad. Como cualquier padre, éste se preocupaba por su hijo, de que no le pase nada, sabiendo que su gusto por esos juguetes no lo verían bien los demás. Así que le dice que sus juguetes mejor los deje en casa y juegue con los demás niños a sus juegos: juguetes de acción y coches. El final, a través de una metáfora, el chico decide seguir lo que la sociedad le impone como correcto: va ondeando el aire con la mano en la ventanilla del coche de sus padres, hasta parar de repente en línea recta.
¿Dónde está la clave? En el hecho de que no hace falta ser tan radical. No hay que destruir los roles, sino separarlos de los sexos; dejar que estos dejen de ser sexistas. Que los adopten por las circunstancias o gustos personales, como por ejemplo el chico del corto, o la vida diaria de una familia. Los colores, los juguetes, los artículos no tienen sexo. Las asociaciones que hacemos de estos son simple tradición cultural. Dígase por ejemplo los famosos zapatos de tacón, en su origen diseñados para el público masculino de la aristocracia. O el famoso color rosa, el cual llevaba cualquier hombre aristocrático con poder con la llegada de la moda de los tonos pastel en el siglo XVIII; su identificación con lo femenino fue un cambio que se dio a partir de la década de los 50 del siglo pasado, ligándose a la perfecta mujer estadounidense —sólo hay que ver cómo iban las Primeras damas de EEUU por aquellos años—, y a una reinvención del marketing publicitario, entre otros motivos.
La radicalidad debe centrarse en la lucha hasta el final por crear y construir una sociedad más tolerante, justa y libre, además de analizar los problemas en profundidad para llegar a la verdadera raíz del problema.
Muchas veces, lo reaccionarios ponen un ejemplo para deslegitimar a los movimientos de avance social: “En una casa llena de termitas, nosotros también queremos exterminarlas, pero no estamos dispuestos a quemar la casa para ello”. No la quemarán, no, pero tapar los agujeros que dejan estos bichos/problema no soluciona el asunto. Por tanto, no nos dejemos llevar por la abolición de todo, pues les dejamos veda libre presentándoles esas pocas ocasiones en que puede parecer que tienen razón.
La conclusión es clara, en cuestión de gustos y roles, que cada cual adopte el que quiera. No por el hecho de ser de tal o cual sexo, sino por el simple hecho de que le gusta. Las tradiciones sólo se sustentan en que no son cuestionadas. En cuanto hay un valiente que diga “¿Por qué, quién lo ha dicho así?”, estas se tambalean. Cambiemos la realidad de chico poniéndonos en el papel del padre diciendo: “Hijo, por lo que te gusta jugar se meterán contigo. A lo mejor te llaman cosas que no eres, incluso habrá quien te rechace por ello. Pero no te rindas, no dejes de ser quien eres, porque sólo así se te acercará gente que de verdad te quiere, personas que te aprecien. Y quién sabe… quizás le abras los ojos a más de uno.”