María de Zayas, escritora española del siglo XVII, es una de las pocas autoras femeninas que conocemos de los Siglos de Oro. Es cierto que, muy a mi pesar, sus logros e influencia no han traspasado el tiempo con tanta fuerza como otros grandes escritores coetáneos a ella. Sin embargo, la transcendencia y el gusto por su obra han incrementado en las últimas décadas entre los grupos feministas, dado que fue una de las pocas mujeres que tuvo el valor y la firmeza necesarias para coger una pluma y escribir en defensa de las de su sexo, en un siglo en el que los derechos y libertades de la mujer brillaban por su ausencia. Para hablar sobre ella voy a exponer una breve presentación de un ensayo que Juan Goytisolo escribió en su libro Disidencias acerca del tema erótico y femenino en la obra de esta interesante escritora.
El principal impulso motor de la literatura, dice Goytisolo, lo constituye, sobre todo, la influencia e interacción entre las distintas obras literarias. Aunque la conexión de una obra con el género al que pertenece es siempre más intensa que a la realidad exterior, la crítica hispana defiende que la literatura es un simple reflejo del mundo. Los prólogos de Amezúa –crítico que estudió a María de Zayas en profundidad- a las Novelas y Desengaños de la autora sirven de ilustración a esto último; salta a la palestra para defender la “originalidad” de Zayas, sin advertir que el origen o fuente de los materiales de una obra literaria (los novelistas italianos para la obra zayesca) importa menos que su utilización por el escritor. En vez de juzgar los relatos en cuanto a la verosimilitud respecto al género, habla únicamente en términos de verdad, justificando la reiteración de amoríos desenvueltos, adulterios, etc. como una expresión directa de su realismo, ella no hiperboliza, sino que todo lo que aparece abundaba en la vida de entonces, los sucesos que relata son reales.
El repertorio de tópicos del que se sirve María de Zayas es idéntico al de todos los escritores populares de su tiempo. Dicho convencionalismo no se limita a los procedimientos y recursos literarios, sino también a la estructura: los relatos de Zayas son el ejemplo de aquellas obras cuya estructura es conocida de antemano por el lector. Ignora o desdeña los grandes descubrimientos literarios de La Celestina, el Lazarillo y Cervantes: la existencia de personajes individualizados. Los personajes son bidimensionales, actúan en relación a los principios opuestos del amor y la honra. La ley narrativa radica en la incompatibilidad entre el amor y la posesión: se ama lo que no se posee, y cuando se posee el amor, inevitablemente, acaba desvaneciéndose. Además, las acciones obedecen a una casualidad pura, los actos de los personajes no son provocados por acciones precedentes, sino que a menudo son irracionales.
Un breve paralelo entre las actitudes de Lope de Vega y María de Zayas respecto a los lugares comunes de la novela italianizante muestra bien los mecanismos de la evolución literaria y el diferente grado de conciencia artística de los autores. Lope tiene que adentrarse en unos caminos trillados, y aunque sus relatos no se alejan un ápice de la línea tradicional, intercala diversas glosas y observaciones propias. En la utilización del milagroso transexualismo, es donde las semejanzas entre los escritores se manifiestan con mayor nitidez. Todos los narradores y dramaturgos de la época abusaban de dicha convención: las doncellas, con cortar sus cabellos y vestir traje de varón se convertían en valientes y esforzados caballeros, su transformación no solo se da en el físico, sino también en la psicología y el carácter. El travesti, sin embargo, generaba una serie de equívocos y ambigüedades. Uno de los elementos fundamentales de este personaje es el sorprendente estado de ofuscación y ceguera que aqueja al enamorado y los deudos del disfrazado, a quien dejan de reconocer de la noche a la mañana de forma muy violenta. Dicha ceguera se sitúa en la antípodas de la agnición y podría ser calificada en rigor de antianagnórisis: al igual que nos desconcierta el descubrimiento/reconocimiento sorprendente de un personaje (algo típico en el teatro grecolatino), lo hace la incapacidad de los personajes para reconocer el disfraz del travesti.
El elemento erótico de los relatos de María de Zayas infunde una chispa de vida en su material petrificado e inerte, sentencia Goytisolo. La costumbre de juzgar las obras en virtud de criterios externos a los literarios sigue imperando hoy y, en los relatos zayescos, la vieja saña cristiana al sexo desempeña un papel primordial. Para muchos críticos la obra Novelas y Desengaños constituye una libertina enumeración de aventuras de amor de un realismo extraviado. Ante esto, Amezúa responde que no se puede negar que los argumentos sean a menudo escandalosos, pero se justifica alegando que este realismo no era exagerado, sino verdadero. A continuación, Goytisolo intenta averiguar las causas que llevaron a este extrañamiento del tema erótico vigente en nuestras letras. La influencia islámica en el Libro de Buen Amor del Arcipreste que, como captó Américo Castro, hizo posible “la pacífica convivencia del erotismo y la religión”; en el siglo XV el asunto solo se da en el Cancionero de Burlas y la obra literaria de los conversos. El elemento erótico de la Celestina, donde el hombre vive solo y no admite otra ley que la fuerza de sus pasiones, es tal vez el primer precedente del universo sadiano; si exceptuamos el caso de la Lozana Andaluza, prácticamente desconocida en la Península. La represión castellana del erotismo se esclarece desde el momento en que la relacionamos con la lucha de castas. Pero, entre nosotros, la condena del erotismo no se llevó a cabo en nombre de la nueva ética burguesa que contrapone la noción “racional” del trabajo a la “animalidad”, sino en el vacío angustioso de un universo de seres quietos, casi encadenados. España es el ejemplo de que reprimir la inteligencia equivale a reprimir el sexo y viceversa: una sociedad cuyos miembros aprendan a disponer libremente de sus propios cuerpos es una sociedad que tolerará difícilmente formas políticas opresoras.
El propósito que guía a Zayas es más modesto, ella acepta los criterios y reglas de la sociedad de su tiempo, especialmente en lo referido a la incompatibilidad del amor y la honra y su estimación de la virginidad femenina. No obstante, aunque rinde tributo en apariencia a los valores imperantes de la época, en sus relatos aparecen una serie de valores que contradicen el código que exteriormente respeta. Los estudiosos de la obra han destacado el feminismo tenaz de las obras de nuestra escritora. Blanco de María de Zayas es esa peculiarísima dialéctica viril que oscila entre el culto a la virginidad y el machismo: al típico Don Juan hispano no le vale con penetrar en la honra de la mujer, si el glorioso hecho no se divulga y le vale de prestigio. Se rebela violentamente contra el estereotipo ideal que han forjado los hombres, defendiendo el hecho de que no siempre hay mujeres que se dediquen solo a lamentar la ausencia del esposo o a llorar su muerte, sino que las mujeres también tienen el alma y sentidos. Esto no se queda ahí, si no que la novelista pone el dedo en la llaga cuando plantea el problema de la presunta inferioridad de su sexo en términos de vasallaje y colonialismo. La denuncia a la increíble opresión intelectual en la que vive la mujer se tiñe, a menudo, de un matiz sarcástico; la deliberada voluntad de los hombres de rebajar a la mujer y atribuirle únicamente las vocaciones de esposa y madre con el objetivo de condenarla a las labores de la casa es expuesta en muchas ocasiones. Tenemos gritos de protesta y rebeldía que se reiteran a lo largo de todos los Desengaños. La defensa feminista de Zayas no descuida la exigencia sexual: las heroínas no se contentan solo con ser deseadas sino que también desean. A pesar de las normas y reglas de la época, la procesión iba por dentro y el fuego también arde por dentro de los personajes femeninos.
En las restantes obras del género publicadas en España, cuando los personajes femeninos entregan su honra y dan velazquianamente al vencedor las llaves de su rendida Breda, explica Goytisolo, los autores solo mencionan por encima el acto o se limitan a darlo por supuesto. Ante esto, nuestra autora saca a la mujer de su papel literario ideal con el objetivo de inculcarles pasiones y achaques. Alude siempre al vínculo erótico de sus personajes, y al tocar el tema del frecuente descuido de los hombres de sus deberes matrimoniales, se burla del donjuán que pregona sus triunfos extraconyugales. Tras lo cual justifica las acciones violentas de las mujeres, culpando al personaje masculino. Por un lado, ridiculiza a los amantes vanidosos y, por otro, muestra que las mujeres no son meros objetos de la sexualidad de los hombres, sino que gozan de una sexualidad propia. La autonomía sexual de los personajes femeninos los libera de su pasividad tradicional y les confiere, a veces, el papel amoroso activo, tornando a desempeñar el hombre el papel pasivo y siendo convertido en el objeto erótico. Esto último infringía gravemente la verosimilitud tanto del género, como de la opinión común, ya que en una época donde lo usual era que el hombre desempeñara el papel activo en la relación, resulta inverosímil divisar al personaje femenino en tales roles.
Como se ha visto, el género que cultiva María de Zayas se sitúa en las antípodas del documento social o costumbrista. Es cierto que la realidad española se cuela y la escritora deja translucir las inquietudes de su casta y clase social ante el ocaso del poder militar hispano; siempre fiel a sus convenciones feministas, reprochando la poca estimación de los hombres hacia las mujeres. Goytisolo, concluye explicando su propósito en este ensayo, el cual no es otro que situar el mundo literario de Zayas en la perspectiva literaria de su época e indicar las razones por las cuales sigue gustando a día de hoy. En un país cuya literatura ha servido como vehículo transmisor a la institucionalización de sus complejos y tabúes sexuales, las novelas de esta autora destacan y nos conmueven.