Palinodia I

Es bonito volver a respirar el mundo. No he venido aquí a contaros mis penas pero veo necesario, para dar un poco de contexto, deciros que mi camino hacia esta facultad no ha sido el más trillado. Y hasta aquí la introducción del contexto histórico.

Estos edificios me salvan la vida todas las mañanas. Puedo jurar que no me despierto hasta que veo la facultad amaneciendo entre los árboles de la avenida complutense… Y también puedo jurar que no soy humano hasta que el café del A no me quema los intestinos.

Qué difícil es hablar de lo amado cuando aún no lo has perdido pero es que siento la necesidad de devolver algo de lo que me ha dado esta facultad y sus atronadores ocupantes. Llegué aquí como un náufrago y como un náufrago sigo, buscando la tempestuosa calma de la felicidad. Como la Zambrano en exámenes; como en la cafetería cuando, tras barricadas de tercios, nos arrojamos a Juan de Mena o Moratín a la cabeza; como cuando veo las plumas de quienes recién han emprendido el vuelo y llegarán más alto que las estrellas.

Siento por esta facultad una pasión especial, lo confieso. Me quema el pecho ver que personas con un talento monstruoso vienen y van como si la Ciudad Universitaria fuera una parada de metro. Lo siento, me niego en redondo. No dejaré de moverme hasta que esta facultad sea las cenizas del nuevo fénix de los ingenios.

Pero esto son palabras de juventud, no las toméis en consideración. Reniego de algo menos de todo.

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