Desde Macondo I: Insatisfacción natural

        “No puedo callarme, no quiero, no me da la gana…” Desde siempre mis padres han tenido la costumbre de adularme señalando que “tengo la lengua muy larga”, prosiguiendo con la típica frase que dice algo así como: “no me contestes que soy tu madre (o padre)”. Pero es imposible, hay un instinto natural de insatisfacción en mí y creo que no soy la única, solo que no se me da muy bien controlarlo. Porque… ¿qué habría sido del mundo si no existiera la insatisfacción?, ¿si todos hubieran decidido callarse? Viviríamos en una sociedad conformista –bueno, en parte, lo es-, anclada en el pasado y resignada a ver cómo pasa el tiempo y la vida, sin ningún interés o incentivo que les llevara a inmiscuirse en lo que consideran “los asuntos de otros”.

Cada día nos conformamos más y luchamos menos, somos más egocéntricos e hipócritas. Me da rabia y pena de mí misma cuando me paro a pensar, seria: “¿Qué hará mi madre de comer hoy? ¿Cocido o lentejas? ¿Ambas cosas igual de horripilantes no?” Y no puedo evitar sentirme mal cuando mi mente se refresca y abandona ese halo de estupidez y narcisismo para recordarme que hay gente que no come en días, incluso semanas, que hay gente que muere de hambre… Ni siquiera nos paramos a pensar en el resto del mundo más de un minuto; en cuanto alguien ve algo que le conduce a una sensación de empatía y tristeza, automáticamente se olvida y comienza a pensar en la prisa que tiene o en la de cosas que le quedan por hacer en el día de hoy, ya que, claro, eso es lo importante.

Pasas las noticias que emergen en los aparatos sabiendo que te van a hacer sentir mal porque piensas: ¿y yo qué puedo hacer? Crees que una sola persona no puede cambiar el mundo, pero yo creo que sí; yo estoy de acuerdo con ese cartel del metro de Madrid que afirma que el número de personas necesario para cambiar el mundo es, simple y llanamente, uno. Las ideas cambian el mundo. Una sola idea producto de una mente privilegiada es capaz de mover masas, tanto en una dirección como en otra; lo que hay que hacer es invertir en la razón, en la capacidad de pensar por uno mismo, y no en tecnologías hiperavanzadas que nos hacen dependientes, para que, en el momento oportuno, sepamos escoger la dirección correcta.

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