Los viajes siempre son complicados. Enfrentarse a una travesía sin saber dónde vas a acabar, sobre todo si no hay una brújula que te indique en el lugar en el que te encuentras o hacia dónde dirigir tus pasos es un constante reto; la vida misma. Aunque, como decía el gran poeta Antonio Machado: «Caminante, son tus huellas el camino y nada más. Caminante, no hay camino: se hace camino al andar».
También decía el gran Miguel de Cervantes Saavedra: «El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho».
¿Dónde me dirijo, pues? No lo sé. No tengo ni la menor de las ideas. Quizá esté perdida, pero me consuelo con las palabras que Ortega y Gasset escribió en su Rebelión de las masas: «El que no se siente de verdad perdido, se pierde inexorablemente; es decir, no se encuentra jamás no topa nunca con la propia realidad». No saber cuál es el final del camino es algo que he aprendido a gestionar con los años.
Llevo una década haciendo y deshaciendo maletas, emprendiendo medias y largas travesías. Las he hecho, en cierta manera, con el peso de unas cadenas invisibles y con una libertad limitada por las expectativas que los demás tenían hacia mí, pero si hay algo que me ha enseñado la vida, el viaje y el sendero estos últimos meses es que yo tengo la capacidad y el derecho de elegir mi propia ruta, aunque eso conlleve equivocarme y tener que retroceder o tardar más en llegar a ese final de la meta —si es que verdaderamente existe ese final. Sinceramente, creo que las personas con un poquito de ambición en la vida no concebimos la línea de meta. Siempre hay más camino para nosotros y, si no lo hay, creamos nuevas calzadas.
Después de cinco maravillosos años en esta casa llena de letras, cultura y pasión, es hora de ir haciendo las maletas y empaquetar todos los recuerdos e instantes de felicidad —y algunos que otros quebraderos de cabeza— que me ha dado este hogar: los cafés a las tres de la mañana para poder seguir investigando y escribiendo artículos, las eternas dudas de si un contenido al que tanto amor le he puesto gustará o quedará en el olvido…; me llevo en la maleta de los recuerdos mi autoexigencia, mis ganas de mejorar, de seguir, de crear, mi esfuerzo que he puesto día y noche en el proyecto y, sobre todo, empaqueto la pasión que le he puesto desde el primer día.
Y En Plan Culto será mi casa, aunque le diga adiós.
Es hora de emprender un nuevo rumbo, ver mucho más y seguir aprendiendo. Es hora de perseguir de nuevo mis ambiciones, que no hacen más que crecer; volver a hacer otros sacrificios para encontrar esa meta que por mis circunstancias es, sin lugar a dudas, inexistente.
Cojo mi macuto y entrego las llaves de la casa. Cierro la puerta intentando hacer el menor ruido posible. Me voy, aunque me permito mirar hacia atrás con aires de nostalgia y amor. Sigo haciendo camino al andar.
¡Mucha Suerte con tu periplo Celia! Me remito (al igual que tú) al poeta Sevillano, «Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que no se debe volver a pisar». De todo se acaba sacando una experiencia, indudablemente provechosa para el futuro de cada uno. Que sepas que tus lectores hemos disfrutado mucho con tus escritos.
Un Cordial Saludo.