ANTOLOGÍA DE GEMMA VOL. III: AMERIZAJE

Versos para enamorarte del desamor, de la tristeza, de la poesía…

 

 

 

Progresión descendente del amor

Dormida, en tu pecho.

Completamente libre,

Completamente mía.

 

Me despierto y escucho tu respiración calmada,

sosegada.

Tu corazón latiendo al ritmo de mi canción favorita.

Esa canción que tengo en bucle y de la que no me puedo cansar.

Te miro, no puedo dejar de mirarte.

Acaricio tu pecho,

Y tu cara.

Y me fijo en cada pequeño detalle de ella,

tu mandíbula, tu nariz, tus ojos cerrados

y tus labios.

 

Esos dos arreboles que me atrapan entre ellos

Nada más despertarse.

 

Pienso, también, en los rayos de sol

fundidos en la hierba de ese parque

apartado de todo

y de todos

 

Como si fuera mi recuerdo favorito.

 

Sin embargo, no puedo más que pregúntame qué hubiera pasado

si hubiera sabido todo lo que sé ahora.

 

¿Hubiera cambiado, acaso, el sonido de las olas

rompiéndose en el temido acantilado?

 

¿Hubiera cambiado el azul de tus ojos al verme como estoy ahora?

Quizás se hubiera tornado a un azul más pulcro.

Quizás hubiera habido un despertar juntos

detrás de otro.

 

Besos por mis lunares como tu rutina favorita

Tardes de películas y conversaciones absurdamente divertidas

Cervezas entre risas y risas entre besos

Borrachos de felicidad.

Todo está bien

Le dedicas mis poemas, mis versos, mis palabras de amor

a otra persona

Sin saber que fueron escritos para ti.

 

Siempre fuiste tú.

 

Pero yo sé que la miras, admirándola, como si fuera una diosa.

Conozco muy bien tu forma de mirar a todo lo que quieres.

Aún recuerdo cuando yo te miraba así.

Tenía la misma expresión que esconden tus ojos cristalinos.

 

Mi inspiración,

la tinta de mi pluma,

musa de mis pensamientos.

 

Y, por favor, no dejes que la luz de tu mirada se apague.

Deja que el fuego perdure, no intentes apagar las ascuas

por miedo a quemarte.

Ámala, ámala bien, y, aunque me duela no ser ella,

ámala.

 

Mientras tanto yo te escribiré versos y versos

recordando nuestros amaneceres en mi cama,

abrazados,

congelando el tiempo.

 

Y algún día tendré la misma sonrisa que tú.

Y todo estará bien.

Todo está bien.

 

Amanecer contigo

Tu respiración,

intercalada por algún suspiro,

envolviéndome a ti.

 

Tus lunares traviesos,

Descolocados,

paradójicamente, en orden.

Mis caricias tímidas guiadas

precisamente por esos lunares

que tanto me gustan.

Mi risa suave como resultado de tus cosquillas.

Conversaciones matutinas,

besos en tu espalda.

Te vuelves a dormir,

mi cara en tu pecho y lo único que puedo hacer es mirarte embelesada

Tu cara, esa carita…

Tus facciones están relajadas, en paz,

¿será que yo te transmito calma?

«Podría acostumbrarme a esto» pienso.

Te despiertas.

Y nos sonreímos.

 

Tarde poética

El olor de la lluvia por Gran Vía es mucho más dulce

cuando voy agarrada de tu mano.

Ese recital de poesía intimista

en un local diminuto es

mi recuerdo favorito de los dos juntos.

Aún recuerdo cómo puse mi cabeza en tu hombro

mientras que escuchábamos hablar sobre el amor.

«¿Qué sabrá el poeta sobre el amor?» Dijiste susurrando en mi oído,

«si el poeta está destinado a sufrir».

«Después de todo ese sufrimiento el poeta ama como nadie nunca amará», contesté yo.

Sé que entendiste que el artista ama apasionadamente,

Que vierte toda su tinta en amar. Amar bonito y bien

Y, aun así, me preguntaste cómo ama el poeta.

No supe contestarte, así que me limité a demostrártelo.

Te amo apasionadamente, a veces en silencio,

y a veces gritándolo sin ningún tipo de pudor.

Te amo en la mañana, cuando me preparas el café antes de irme,

por la tarde, cuando te echo de menos

y en el ocaso cuando me dices buenas noches con besos adormilados.

Te amo porque me das libertad

y me amas cuando me siento libre e independiente.

Te amo en la distancia, se mida esta en kilómetros

o centímetros.

Y te amo por descubrirme sensaciones,

sentimientos

y lugares nuevos.

Madrid no sería lo mismo sin tus caricias,

sin tus conciertos en la ducha

o sin tu risa contagiosa.

Iluminas las calles con esos ojos que tienes,

me iluminas a mí.

 

Romanticismo moderno

Dos personas que se quieren,

a pesar de lo bueno,

se aman por cada defecto.

Pasean tranquilos de la mano

recordando el nerviosismo repentino

que sintieron la primera vez que se vieron.

Sonríen al darse cuenta de cómo han cambiado las cosas,

de cuántos atardeceres han presenciado juntos,

abrazados, intentando congelar el tiempo.

Competiciones de besos robados,

de buenos días en susurros,

de gemidos sincronizados.

No saben qué es la monotonía.

Cada día tienen un brillo diferente en los ojos.

Algunos viernes por la noche van al cine cerca de casa,

y entre palomitas ella posa su cabeza en su hombro.

Ese hombro que también está ahí cuando necesita llorar, gritar, desahogarse.

Y todas las noches duermen juntos, entrelazados,

esperando al siguiente amanecer.

 

Miedo

Pero, qué sabrás tú, cobarde, asustado de intentarlo.

«Tengo miedo al compromiso» dices

«Excusas» digo yo.

Prefieres huir sin mirar atrás, ni siquiera pudiste mirarme a los ojos cuando dijiste, conscientemente, adiós por última vez sin previo aviso.

Como si no te importara nada.

Porque no te importé nada.

Facciones amables, que guardaban cierto magnetismo

que me cautivó.

Quizás no desde el principio. Pero, con el tiempo ocurrió.

Su mirada podía ser tan dulce como un atardecer,

o tan feroz como una jauría de lobos aullando a su luna sagrada.

Creí a esa voz suave, llena de palabras inocentes, cada vez más cariñosas.

Esa falsa timidez que se me hizo tan dulce como la propia ambrosía.

Amante de mi tacto, de mis caricias (o al menos eso pensaba).

Amante, también, de cada centímetro de mi piel.

Amante, amante, amante. Mentiroso.

Viniste, de nuevo, con ese halo de perfección y ese perdón

que entonces creí como sincero.

Qué equivocada estaba.

No sabía que utilizarías las coordenadas que dibujaba en tu espalda para irte otra vez. Corriendo, sin equipaje.

Y aún no puedo olvidar los latidos de tu corazón, como caballos salvajes, libres,

cuando ponía mi cabeza en tu pecho.

Porque ahora mi mano está muy solitaria desde que no la buscas.

Desde que la dejaste tirada como si no importara nada.

Porque eso es todo lo que te importé: nada.

Ya fue doloroso ver cómo te fuiste la primera vez

y ahora te vas cerrando la puerta con llave.

Dejándome entre los escombros de tus mentiras.

Un día fuimos todo, al día siguiente, nada. Sólo ruinas.

No puedo justificarte, ni siquiera comprenderte.

Me abrí en canal a ti, cogiste todo lo que pudiste

y ahora me has dejado vacía.

Sin ilusión. Sin vida.

Habías encontrado un alma pura,

y lo único que has hecho ha sido romperla en mil pedazos

de la manera más cobarde que existe.

 

Autoconexión

Han pasado más de mil atardeceres

desde que desconecté de mí misma

por primera vez.

Alienada, asustada incluso,

de la figura expectante

todas las mañanas

frente al maldito espejo,

hasta que un día no la vi.

Aprendí a vivir sin ella, vacía, indiferente, ante todo.

Porque nunca me identifiqué con su reflejo.

Esos ojos lagrimosos no podían ser los míos, no.

Ese cuerpo lleno de odio no era el mío.

Nunca lo fue.

Era de cada insulto, de cada mirada de desaprobación, de asco, incluso.

Y viví así hasta que decidí quitarme

la mortificadora soga del cuello

y por fin pude respirar.

Podía respirar.

Tomé una bocanada de aire y,

después rompí en mil pedazos

ese maldito espejo.

No, no me trajo siete años de mala suerte,

sino un nuevo punto de vista; la ansiada aceptación.

Esta sí eres tú.

Eso es lo que dije con una sonrisa en la cara

y los ojos aún acuosos.

Encantada de conocerme, dije después.

 

Espejo cóncavo

Esa no eres tú.

No eres la sombra que ves

en el lúgubre espejo cóncavo.

No dejes que el callejón del gato te engañe

como ya engañó a muchos antes.

No eres tus lágrimas derramadas.

Tampoco eres tus manos temblorosas

y congeladas.

No eres las heridas de tus labios.

No eres tus nervios.

Tampoco el nudo en la garganta

que te ahoga hasta hacerte agonizar.

No eres las noches de insomnio

y dudas latentes en ese pecho agitado.

No eres nada de eso.

No eres tus fracasos.

No eres tus pensamientos intrusivos.

Y, sobre todo,

no eres tu ansiedad.

Recuérdalo.

No dejes que la realidad distorsionada te defina.

Eres mucho más que eso. Muchísimo más.

Date el valor que te mereces.

Respira. Créetelo. Aguanta.

 

El rumor del mar

Al borde de un acantilado,

ahí estás tú, mirando al horizonte,

con tu respiración agitada

y tus ojos llenos de niebla

Yo, a tu lado, ya lo sabes,

como siempre. Dejándote tu espacio.

El olor salino del mar me acaricia

mientras espero pacientemente.

Tengo un nudo doble en la garganta

que asfixia mis sollozos.

Erigida sobre algunos cimientos de inseguridad,

pero tan fuerte como para mantenerme en pie.

No me voy a derrumbar.

Ni cuando me dejes sola, con las manos congeladas, en el abismo

habiendo saltado a un mar

lleno de nuevos principios

en los que no tengo cabida.

Ni tampoco me derrumbaré cuando des media vuelta,

y emprendas tus pasos decididos hacia mí,

besándome, eligiéndome

en el atardecer nuevo y cálido.

Me elegirás día a día, al igual que yo a ti.

Y la niebla de tus ojos se levantará para crear

pequeñas nubes en tu intensa mirada,

que se complementará con los rayos de sol escondidos en la mía.

Me haces más fuerte

Te quiero.

Te quiero libre.

Y te acompañaré al acantilado de las mordaces dudas

todas las veces que haga falta, a pesar del miedo desolador.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.