No llores así. Me he ido y no voy a volver, pues nada queda de mí y a nada vas a poder llorar. Si me echas de menos al llegar a casa, al sentarte en un banco o al imaginarme cruzando por tu calle, ya está. Solo nos queda el tiempo, te queda el tiempo que está de tu parte y no de la mía. Bailo entre tus costillas, pero soy solo aire, déjalo estar. Lo fue y no será, porque ya ha sido, ya ha estado, ya me he marchado. No lamentes, ruegues o me reces, no quiero quitarte la vida que no tengo. Olvida porque nos hace bien a ambas. Me quedaré como se quedan las palabras suspendidas en la atmósfera fría del desengaño. Ocurre que todo vuelve, siguiendo el mismo ciclo de siempre: la canción que no sacas de tu cabeza, la mañana donde los pájaros cantan y las farolas que dan las buenas noches. Intacto todo queda, absurdo te mira el mundo cuando me piensas. Son recuerdos ácidos que brotarán de las entrañas de tu ser, para recordarte que aún existen cambios acertadamente irreversibles. Yo, sí me he olvidado de ti en el momento en el que no vi tu cara al darme la vuelta y comprender que acababa de firmar mi sentencia con la muerte. Si te he fallado, no me falles.
Las heridas te duelen, ya lo sé. A cada uno de tus pulsos les falta corazón porque el amor te está haciendo trizas el alma, pero mírame, apenas te veo, ya no te escucho, ya no te huelo. Te juro que intentaría curar todos los males que te hice sin tocarte, tejiendo consuelos en un perdón que jamás recibirás. Claro que esto de remendar mis culpas, me ha pillado totalmente desprovista del único medio necesario para hacerlo (la vida). Te prometo que recogería una a una las lágrimas que recorren tus mejillas y las promesas… pobre de mí, se quedaron en lo que eran, que ya no es, que ya no será. No te culpes, pues dependía de mí y tampoco lo pude cambiar.
El río siguió su curso y sin resistencia alguna llegó al mar. Allí estabas tú, sentada en la orilla desesperada por intentar detener lo que era imparable. Te levantaste y corriste al cauce para verme sumergida en las aguas claras de un sueño profundo, muy profundo, DEMASIADO PROFUNDO. No hacía falta entender la situación, era evidente lo que había pasado. De esta manera la razón lo tuvo muy fácil, el corazón no tanto. El destino se escribió solo, la dureza de la situación me invita a imaginar que más bien se talló a golpes. Era tarde, aunque las dos sabemos que para esto nunca es pronto. En la playa, la arena estaba seca y punzante, tus rodillas cayeron sobre ella en picado y nada pudo impedir que, de las grietas de tu piel, comenzase a brotar la sangre. No sabría decirte si me dolió más a mí o a ti, pero duele como si los peces se estuviesen muriendo dentro de mí. Comenzó el principio del fin, nuestros últimos segundos se marchitaban lentamente. Después vino la lucha en vano, pues de tus manos me escurría deslizándome lentamente casi como disfrutándolo y, si te digo la verdad, lo hice. Tu tristeza se mezcló con la mía y mientras las ondas marinas se dibujaban por las yemas de mis dedos, miré a través de mis ojos sabiendo que esa sería la última vez que los abriría. Un rayo de luz iluminó tu vida, un soplo de viento apagó la mía.
Miraste al cielo buscando el consuelo de algún dios lejano. Con suerte, tu limosna podría haber sido un cambio de roles, como si de magia oscura se tratase. Te devolví la mirada con todo el amor que tenía sin saber que ya no me veías, pues ya estaba casi tan lejos como el Sol, el mismo que se sentía mal por todo lo ocurrido y solo te visitaba cada mes. Recuerdo todo como si fuera ayer, mirándolo con perspectiva no me ha sentado tan mal. Después de un año estoy mejor que nunca. En cambio, tú, estás sumergida en este abismo insalubre del que te hiciste esclava aquel verano. Lo siento, de verdad, ojalá algún día leas esto y me entiendas como yo entiendo tu condena. Mi último suspiro fueron tus lágrimas y me sigo engañando a mí misma al pensar que eran de felicidad y no de pena. Las guardaré conmigo para siempre, prometido. Aunque eso nunca lo sabrás,
pero yo sé que fuimos.