Ahondando en el barro del tiempo contemporáneo uno lo consideraría un curioso ecosistema. Alcanzaría ver un poco de estiércol por aquí, unos gusanos por allá; lo encontraría cuanto menos interesante hablando en términos científicos y dejando de lado por tanto, las sensaciones que le suscitarían al revolcarse en él. Sin embargo, no llegaría a apreciar qué es aquello de lo que se está atragantando, no entendería el por qué, el cómo, ni, incluso, el de qué forma. Pues sí, ese es el problema de intentar adquirir una consciencia medianamente general sobre el contexto en el que se vive, y es que uno está tan hundido en el fango que apreciar lo universal desde lo particular es un ascenso que requiere de una gran depuración cultural, es decir, implica atravesar los esquemas sociales para alcanzar medianamente una objetividad. Y digo medianamente, pues uno nunca podrá construir una atalaya tan alta como para ver a los bordes bien definidos de su sociedad; uno solo la podrá intuir en cierta medida qué es lo que le rodea, pero nunca sería capaz de ser omnipotente. Esa es la maldición del presente: te llena tanto de información que el entorno es un grotesco laberinto de árboles cuyos troncos son elefantes y sus hojas, densas y oscuras como una noche de bruma.
Mas eso no es impedimento para escalar la arboleda y llegar a la cumbre para ver así el mar que es este. Ese ascenso, ya lo escribía Platón, es la educación. Así, el miedo no es un compañero para esta, la aventura de nuestros días, el viaje que siempre se ha de recorrer, o más bien, ascender, para saber, pues, vivir abajo, una vez se regrese de la expedición a los altos árboles de nuestra historia. Ha de ignorarse así cualquier forma de imponencia que suscite este grotesco bosque. Ha de hacerse de cualquier modo y en varias ocasiones, alcanzo a decir. Ha el humano de comprender, sea dicho.
¿Cuál es el problema de la actualidad más allá de lo explicado sobre la maldición del presente? Bien, ha de anunciarse que la sociedad es un continuo flujo en movimiento que bien puede ser estable o su contrario, cosa que no quiere decir que una sociedad estable esté carente de problemas. Así, que una sociedad sea inestable quiere decir que esta se encuentra fragmentada, en otras palabras, que impera la discordancia entre los ciudadanos; y no hay un orden que los una. Esto es propio de sociedades en periodo de tránsito, que harían las veces de olla en las que se está gestando un caldo. Este es un no ser-relativo que puede llegar a ser una cosa u otra dependiendo de factores como la temperatura, la cantidad de vueltas que se le dé, etcétera; si bien los ingredientes que son la base del mismo ya están procesando y formando el caldo. Esto se traduciría en que podemos intuir en cierta medida cómo será la sociedad del futuro en base a la observación de esta, mas hay tantas piezas en movimiento, que el azar juega una parte muy importante de lo que será esta. Por eso es crucial prestar atención a los cambios y no abandonar nunca la misión en la que nos hemos embarcado, ascendiendo a lo universal.
Mas lo primero es lo concreto. ¿Cómo está plasmando esta inestabilidad? Cabe aquí hacer un inciso: lo tratado aquí tiene que ver con España y Europa a lo sumo, si bien esto se podría aplicar a otros países dada la globalización de la Tierra, pero teniendo en cuenta que las diferencias entre naciones son claras: uno no puede aplicar los rasgos de Occidente con exactitud a Oriente. De este modo, la discordancia contemporánea se puede apreciar desde diversas perspectivas. Una política alejada de representar a sus ciudadanos, en la que lo único en que todos están de acuerdo es que política es igual a discusión y no-acuerdo.
Por otro lado, el pegamento que unía a la religión con la sociedad se está pudriendo. La educación que las nuevas generaciones reciben cada vez van más en contra del pensamiento de la Iglesia, lo que da lugar a una pérdida in crescendo de fieles al cristianismo, ya que la pérdida del prestigio de la institución católica va de la mano con sus creencias. Los nuevos ciudadanos pican los cimientos de generaciones pasadas para crear un nuevo suelo sobre el que caminar. Mas nadie les está guiando y el caos es lo que predomina, no hay un patrón que seguir.
Pero es que el salto generacional con respecto al pensamiento de padres y abuelos es muy abrupto: la moral ha cambiado muy rápido en muy poco tiempo y aún no hay construida una base sólida que mantenga un orden en la sociedad. Es pues la religión y la política una rama más que brota de este problema: la una por obsoleta, la otra por no alcanzar a la rápida evolución de la moral social. Es la época que vivimos una de desencanto social que tiene más apófisis de las habladas aquí, puesto que el problema llega más hondo de lo descrito. Mas con esto se alcanzan a ver las primeras pinceladas de un nuevo horizonte que se expandirá conforme uno ascienda y conozca.
Es crucial pues no abandonar el camino de la educación en tiempo de transición como los aquí presentes. Y es que cuando uno alcanza el ojo del huracán, mayor es la necesidad de una buena sujeción que le permita no marcharse en volandas por la gran fuerza de una sociedad inconexa que busca llena de rabia un orden inconscientemente y a toda costa. No sería la primera vez que esto ha pasado.