Hace unas semanas, me pasaron un meme en el que se leía «Imagina un mundo sin religión». Me reí porque era lo que se esperaba de mí en esa situación comunicativa; pero mi cabeza no dejó de darle vueltas al asunto. «Imagina un mundo sin religión». No podía. No obstante, sí que me pude imaginar escribiendo el presente artículo para intentar esclarecer un poco la mente de los lectores.
Tendemos a pensar en lo abominable de las religiones y a reducirlas «a las dos gigantes»: el cristianismo y el islam y en las atrocidades causadas en nombre de la una y en el de la otra, las cuales no están exentas de pecado en el transcurso de la historia.
En el momento en el que me puse a analizar todo lo que pasaba por mi cabeza al ver la imagen llegué a la conclusión de que nos hubiésemos perdido cantidad de grandes historias de la literatura fantástica por el desconocimiento de ese grande pilar tan sumamente olvidado al que llamamos religión. ¿La religión es otra fantasía más? ¿Es la fantasía la base de las religiones y las religiones la base para la fantasía actual? ¿Qué es el mito? ¿Qué es la magia?
Las preguntas surgen y darles una respuesta coherente y plenamente justificadas podría llevarme semanas y meses de estudio. No obstante, es cierto que parte de las respuestas que, a mi juicio, son las más certeras, se encuentran adscritas en el marco de la antropología social y cultural.
¿Qué es una religión? Como he dicho anteriormente, los reduccionistas pensarán en conceptos como cristianismo o islam y se quedarán tan tranquilos. El término religión va mucho más allá. He encontrado todo tipo de definiciones, algunas irrisorias y que poco o nada tienen que ver con el concepto tal y como lo concibo. No obstante, una siempre se puede fiar de los diccionarios oficiales. En el Diccionario de la Lengua Española nos encontramos como primera acepción la siguiente: «1. f. Conjunto de creencias o dogmas acerca de la divinidad, de sentimientos de veneración y temor hacia ella, de normas morales para la conducta individual y social y de prácticas rituales, principalmente la oración y el sacrificio para darle culto».
La religión, presente en todas las culturas, se halla muy próxima a otro tipo de creencias propias de los seres humanos, como la magia o la superstición, por este motivo los antropólogos prefieren ampliar desligarse del término «antropología de las religiones» y hablar de la «antropología de las creencias». Las creencias, entre ellas la religión, están unidas a la política, economía y otros aspectos culturales.
Algunos filósofos como Voltaire o Hume, entre otros, creían que la religión había alimentado a lo largo de la historia la ignorancia de los seres humanos y que una religión solo proporcionaba desconocimiento. Posteriormente, Comte, inspirado en Scienza Nuova (Vico, 1725), elaboró un esquema sociológico, amparado en un pensamiento evolutivo y unilineal en el que se ven una sucesión de etapas que las sociedades atraviesan: primero, la teológica, donde se desarrollan las creencias y la religión; una segunda fase, la metafísica, que evolucionará a la tercera y última, la fase científica. Frazer llegó un esquema evolutivo muy similar. El autor pensaba que todas las sociedades evolucionaban de la misma manera: pasarían de la magia a la religión y de esta a la ciencia.
No obstante, no existen tales paso de estados. La magia convive con la religión al igual que la ciencia, no son ajenas entre ellas, sino que conviven en espacio-tiempo.
La idea de que la religión es algo arcaico y que representa el atraso social es derribada por Durkheim; para él la religión debe aportar utilidades a los seres humanos. Con Weber, otro de los autores que abandonan el pensamiento de la religión como aspecto arcaico de la sociedad, también se afirma que los sistemas económico-políticos están ligados a las religiones (véase el ejemplo de la familia Rothchild).
Malinowski (1948) trazaría más tarde un análisis en el que se veía la diferencia entre la magia, la religión y la ciencia y concluye diciendo que la magia y la religión son inseparables de los anteriormente mencionados sistemas económico-políticos.
Para Frazer (1890), la magia era una protociencia, pues permite establecer una relación entre la causa y el efecto. Según este, existen dos principios fundamentales que rigen la magia: el primero, lo similar produce lo similar; el segundo, las cosas que alguna vez estuvieron en contacto con otras continúan actuando unas sobre otras a distancia después de haberse cortado el contacto físico. Estos son los dos principios de la comúnmente conocida magia simpática —término con el que estarán familiarizados los lectores de El nombre del viento, de Patrick Rothfuss.
Es evidente que tanto en las creencias más contemporáneas o modernas como en las más ancestrales, chamánicas y antiguas podemos observar una mezcla de la magia de la que hablábamos con anterioridad como con la presencia del mito, sobre todo en aquellas religiones en las que hay libros sagrados.
En el mito, lo real y lo imaginario se mezclan para dar lugar a relatos que ayudarán a fortalecer la identidad de un grupo y a enseñar modelos morales. La esencia del mito consiste en el establecimiento de analogías que permiten entrever mensajes de orden social, moral, sobrenatural. Lo humano y lo divino forman una unidad.
C. Levi-Strauss explica en El pensamiento salvaje (1962) que el mito (relato, narración) y el logos (conocimiento, razón, pensamiento) no se oponen en la palabra mitología, sino que se complementan, pues argumenta que los dos términos expresan las dos realidades del cerebro humano y cómo este percibe el mundo: el pensamiento salvaje y de ensueño y el domesticado por la razón.
La fantasía, el mito o mitología, las diferentes creencias siempre han estado a nuestro alrededor y han cumplido diversos objetivos a lo largo de la historia de la humanidad. Los humanos hemos convivido con lo fantasioso, lo mitológico o lo religioso desde el principio de los tiempos para dar explicaciones a lo desconocido y, posteriormente, hemos empleado esa misma fantasía, mitología y religión para crear historias que nos abstraigan de lo que ya conocemos y nos transporten a otros mundos. Es inevitable pensar en la relación simbiótica que hay entre la creencias y la literatura fantástica y quien reniega de la primera será incapaz de entender al completo esta última. Leerá, disfrutará, pero no comprenderá —o quizá no haga por comprender.